Hipoteca

La economía es rara. Ahora que las cosas te iban razonablemente bien; ahora que con la caída de los comunismos y la vigencia atroz del sálvese quien pueda creíste que podrías poseer algo propio sin sentir vergüenza; ahora que empezabas a acariciar la idea de tener una casa, una oquedad propia incrustada en el interior de otras 20 o 30 oquedades; ahora que soñabas ver correr a tus hijos por un pasillo tan tuyo como tu conducto estomacal; ahora que habías empezado, a elegir cortinas para las ventanas, muebles para la cocina; ahora que sólo te faltaba vencer una resistencia interna para atreverte a tener lo que quizá no llegaron a tener tus padres ni tus abuelos; ahora, justo ahora, llega un ministro -el ministro más bien- y dice que no, que no es momento, que los salarios están subiendo mucho y que el exceso de consumo exige medidas de ajuste para contener la inflación. El cuadro maeroeconómico, al parecer, es preocupante. Es preciso reducir el déficit público, elaborar unos presupuestos moderadamente restrictivos y endurecer los créditos para conseguir un crecimiento económico semejante al de los países de la Comunidad. Y tú, que no has sabido nunca lo que es el cuadro macroeconómico, que asocias la palabra deflación a un particular modo de tristeza y que el déficit público te parece alto, tan lejano como el ministerio del ejército, te has acercado al banco, porque en todo ese lenguaje te parecía advertir una amenaza, para conocer las condiciones del crédito hipotecario con el que pensabas comprarte una casa, y al enterarte de los intereses que tendrías que pagar, la casa se te ha venido abajo.Ahora te acuerdas de haber leído en algún sitio que Kafka se murió sin entender en qué consistía la inflación y, en parte, fue eso lo que le mató. Tú te morirás sin tener una casa y ni siquiera puedes quejarte porque el ministro dice que no eres un experto, que no entiendes nada, que te calles. Qué mundo.
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