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ADIÓS AL CARNAVAL

Las viudas de la sardina beben cerveza

Centenares de madrileños despiden la fiesta de luto riguroso

Varios centenares de madrileños se congregaron ayer, de negro riguroso, en las riberas del Manzanares para proceder al entierro de la sardina, fingir llanto y lamentar el fin del carnaval. Los hombres perseguían a falsas y jóvenes viudas, que bebían cerveza a morro, lanzando contra ellas adjetivos que desvelaban una más que evidente intención de arrancarles los lutos y prolongar la victoria de la carne. Las madres sacaban a pasear a supermanes, flores, batmans, ositos, princesas y caperucitas de 70 centímetros de altura, que jugaban divertidos por medio de la calle, cerrada al tráfico.

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Vísperas de nada

Cualquier apaño servía. El kimono que trajo el tío de Japón, el disfraz de Virgen María de la fiesta navideña del colegio, una venda y mercromina para jugar a enfermo de urgencias de cualquier hospital o la careta de Tintín, acompañada de un Milú de verdad, de carne y hueso.Los jóvenes más duros provocaban miradas utilizando su indumentaria negra habitual y sus litronas. Las mujeres ceñían sus cuerpos con ajustados trajes del mismo enlutado color. Las capas de los hombres que perseguían a las llorosas viudas ocultaban barrigas repletas de vino, y velos y sombreros negros parapetaban a padres cincuentones travestidos con el consentimiento, la ropa y los cosméticos de sus esposas.

Una japonesa de verdad preguntaba que qué pintaba una sardina en todo esto, a lo que un espontáneo le respondía: "En el siglo XVII se llamaba sardina a un trozo de loncha de tocino que se enterraba para dar inicio a la Cuaresma. O sea, que ahora tendremos que enterrar un jamón".

Retórico agente

Por las terrazas de las viviendas de la calle del Comandante Fortea asomaban los ancianos para ver pasar una comitiva que año tras año se repite a sí misma. Una jubilada de porte aristocrático comentaba que sus dolencias no le habían impedido salir a la calle para presenciar la fiesta, temiendo funestamente que el próximo entierro fuera el suyo. Otra anciana de 72 años, primorosamente enfundada en maillot rojo y con cuernos de diablo, afirmaba, sin embargo, que ella sí seguía estando para estos trotes.

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Un policía municipal explicaba, retórico y sin respiro, frente a la iglesia de San Antonio de la Florida: "Si-es-que-se-da-la-circunstancia-de-que-tratan-deprolongar-lo-más-posible-la-fiesta-y-alargar-hasta-el-último-momento-el-entierro-y-generan-un-problema-de-tráfico-insoluble" (sic). "Y-así-no-hay-quien-pueda", finalizaba el agente dirigiéndose hacia un viandante que no salía de su asombro.

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