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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Difícil transición rumana

LA TRANSICIÓN hacia la democracia está resultando particularmente difícil en Rumanía, con permanentes manifestaciones en Bucarest exigiendo la dimisión del Gobierno o la destitución de algunos ministros. "Queremos una segunda revolución y una solución definitiva", gritaban los grupos que asaltaron hace una semana la sede del Gobierno. La semana anterior, los militares se habían manifestado durante cuatro días hasta conseguir imponer la sustitución del ministro de Defensa. Todo ello refleja confusión y desconfianza entre amplias capas de la población. Y al mismo tiempo, la fragilidad de los órganos provisionales que administran el país en espera de las elecciones, fijadas para el 20 de mayo. La cuestión es si será posible llegar hasta esa fecha con el actual sistema de poder.La excepcionalidad del caso rumano estriba en que Ceaucescu fue derribado por un impetuoso movimiento popular, ayudado por los elementos que dentro del antiguo régimen y del Ejército -y sin duda estimulados por Moscú- buscaban la ocasión para eliminar al dictador. En un estado de confusión general, el Frente de Salvación Nacional (FSN), formado sobre todo por ex comunistas que se habían enfrentado con Ceaucescu, tomó el poder y nombró un Gobierno provisional. Pero ¿qué legitimidad tenía ese grupo para gobernar? Si hubiese sido respaldado por una ola unánime de opinión -como la que apoyó a Havel en Praga-, las cosas podían haber ido por otro camino. Pero no ocurrió asi, y en seguida surgió la acusación de que los comunistas, a través del FSN, querían conservar el poder. Se engendró una dinámica de inestabilidad cada vez más peligrosa, que hizo crisis cuando el Gobierno, presionado por un grupo de manifestantes, prometió el restablecimiento de la pena de muerte, una promesa que tuvo que anular pocas horas después.

Mientras tanto se había iniciado la formación de nuevos partidos políticos, algunos de ellos con gran tradición, como el Nacional Campesino y el Nacional Liberal. Tuvo lugar entonces un tránsito positivo e importante: el poder pasó del FSN al Comité Provisional de Unidad Nacional (CPUN), formado por representantes de todas las fuerzas políticas. Por su parte, el FSN se convirtió en partido y anunció su concurrencia como tal en los próximos comicios. Pero esa solución, sin duda la más sensata, no ha tenido todos los efectos estabilizadores que de ella cabía esperar. El CPUN no ha logrado proyectar en la conciencia nacional la unidad que se desprende de su composición, y ello alimenta la inestabilidad. La continuidad de Illescu y Roman se interpreta en el sentido de que los ex comunistas lo controlan todo. El FSN, acosado por las críticas de los partidos de derecha que agitan el anticomunismo, ha usado un arma peligrosa: las movilizaciones obreras, con lemas populistas y antiintelectuales. Ello obstaculiza la creación de un clima de confianza, necesario para la preparación de las elecciones en buenas condiciones.

Por otra parte, los partidos que ahora salen a la luz carecen de influencia. Su excesivo número, más de 30, es un factor de debilidad para la democracia. Muchos de ellos parecen más preocupados de hacer daño como sea al poder existente, incluso aireando acusaciones falsas, que de construir sus bases políticas para afrontar los comicios. Si no se corta este deterioro de la situación, ¿cómo no temer que puedan surgir aventuras populistas en un país sin tradiciones democráticas? Para evitarlo es decisivo que las fuerzas políticas, de todas las tendencias, den prueba de responsabilidad. La cooperación, que formalmente existe en el CPUN, debería traducirse en la acción diaria. Con la tarea común de preparar las elecciones y de dar nacimiento a una nueva legitimidad democrática.

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