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Tribuna
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Perplejidades ante el Manifiesto 2000

Manuel Escudero

Es cierto, como dice un editorial de EL PAÍS (29 de enero de 1990), que el socialismo necesita actualizar su discurso. Ésta es precisamente la tarea que viene desarrollando el Programa 2000, y que deberá culminar en un manifiesto cuyo borrador se ha publicado ahora. Los editorialistas de EL PAÍS mostraron algunas perplejidades en torno a este documento, propias de quien se sienta sobre el horizonte y siente la tentación estética de pontificar.Conviene por ello, de salida, aclarar el significado de este documento, porque es la primera vez que se realiza en España un manifiesto para definir el marco estratégico a largo plazo de un partido político y es necesario centrar su función.

Pretende, por encima de todo, situar al PSOE en línea con el resto de los partidos socialistas occidentales, marcando distancias muy claras con las opciones liberales. Quien reflexione sobre el intenso proceso que ha llevado al PSOE desde las décadas de clandestinidad a los ocho años de Gobierno comprenderá la importancia de esta definición. Cualquiera que analice el borrador del manifiesto con una mente ecuánime podrá comprobar su coherencia interna como alternativa inequívocamente socialdemócrata.

De eso se trata: de establecer una distancia nítida y actualizada, por supuesto frente a opciones como la neoliberal de Thatcher, pero también frente a un modelo demócrata a lo Kennedy. Que los verdaderos partidarios de la tesis de Occhetto y otros sectores de centro izquierda estén de acuerdo con el 70% o el 80% de lo que se plantea no es ninguna sorpresa. El futuro, en esta sociedad fluida y en cambio acelerado, va a ser testigo de una polarización creciente entre izquierdas y derechas, entre socialdemocracia y conservadurismo.

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En segundo lugar, convendría aclarar que no estamos ante un documento teórico, ante un ensayo intelectual. Cierto es que se ha basado en el esfuerzo de reflexión de muchos respetados intelectuales. Ahora, sin embargo, el Programa 2000 ha pasado, con todas las consecuencias, al terreno político, a la definición partidaria de las señas de identidad futuras del socialismo español. Por ello, es pueril tacharlo de oficialista.

Efectivamente, ha sido la mayoría del PSOE la que ha decidido dotarse de este instrumento; una mayoría que, formando Gobierno hoy en España, ha tenido la vitalidad suficiente como para iniciar su renovación y oxigenarse con un contacto más directo con la sociedad, apoyándose, además, en el impulso que han dado y seguirán dando esos intelectuales. A ellos, y a nadie más, les compete decir si su sentido crítico está siendo respetado y si sus ideas de innovación política van siendo entendidas.

Este proyecto para debate, por lo demás, no tiene un sello de originalidad, ni lo busca. En realidad, todo el socialismo y la socialdemocracia europea occidental se ha aplicado -esté en el Gobierno o en la oposición- a tareas similares desde 1985 con una particular intensidad que no se le escapa a los observadores políticos. ¿La razón? Probablemente porque, después de los fracasos electorales de los primeros años de la década de los ochenta, después de que por vez primera en este siglo los conservadores encontraran un respaldo teórico en las nuevas teorías neoliberales, se imponía una revisión de las premisas y las recetas tradicionales del socialismo europeo para formular un proyecto que fuera más lejos que el socialismo de la demanda, asimilando, al mismo tiempo, las lecciones del fracaso del comunismo estatista del Este europeo.

En la República Federal de Alemania como en Suecia, en Austria como en Holanda, de un modo tan generalizado como espontáneo, el socialismo ha invertido esfuerzos teóricos y organizativos para adaptar los viejos ideales a las nuevas realidades. Y comoquiera que estos procesos de renovación, entre los que se inscribe el Programa 2000, están tocando a su fin, ya se puede realizar un balance de lo conseguido.

En este contexto internacional, la contribución del socialismo español es, ciertamente, valiosa. Basta para ello repasar los documentos de índole similar que han sido publicados en otros países. Pero más allá de los méritos del borrador de manifiesto, lo cierto es que todos los nuevos planteamientos renovadores del socialismo europeo avanzan -con énfasis diferentes- por la misma senda: el reto de extender los controles democráticos a la esfera internacional y al progreso tecnológico; el reto de hacer más eficiente a un Estado que debe asumir nuevas funciones; el reto de la igualdad real para las mujeres, el de organizar colectivamente la calidad de vida, evitar el desarrollismo y practicar el ecologismo, o prevenir la dualización de la sociedad; el reto, en fin, de continuar la transformación del capitalismo en las nuevas condiciones y teniendo en cuenta las pasadas experiencias, apostando por la democracia económica, no aboliendo el mercado, sino sometiéndolo a la dinámica democrática.

Todos estos elementos, dentro de una estructura precisa de opciones estratégicas, y fundamentados en una concepción novedosa de lo que debe ser hoy el cambio social y la transformación del capitalismo, se encuentran en el proyecto de Manifiesto 2000, para el que los quiera ver, con la necesaria concisión que impone un texto breve y sencillo.

No es de recibo ensalzar esas ideas como profundamente renovadoras cuando se enuncian en otros países y pasar por encima de ellas cuando se van abriendo camino en el socialismo español. Hay que ser consecuentes: si el proyecto que proponemos debatir se juzga y se condena como magro en contenido, por extensión se está juzgando y condenando la renovación y los intentos de nuevo programa que han surgido por doquier en el socialismo europeo.

Dejemos tal condena a los ideólogos de la derecha política y económica, interesados en de mostrar que el esfuerzo de - adaptación del socialismo occidental -y dentro de él, el socialismo español- es baldío, un canto de cisne de una filosofia ya agotada. Pero que tengan cuidado con sus profecías. El impulso de ideas de la derecha moderna se ha ido agotando. Y, sin embargo, el peligro de una sociedad decrépita y dual, la amenaza de un mundo cada vez más polarizado, permanecen. Y es precisamente a esos problemas a los que, mediante una serie de propuestas para la década de los años noventa, están dedicando sus esfuerzos de renovación los socialistas españoles.

es coordinador del Programa 2000, del PSOE. Suscriben éste artículo

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