Área de descanso
El nuevo centro para prostitutas se enfrenta al 'pasotismo' del gremio y a las protestas vecinales
La Comunidad de Madrid pretende instalar un área de descanso en plena Ballesta para que las prostitutas se reúnan a tomar bebidas sin alcohol, puedan dejar a sus hijos y se informen de la asistencia que pueden recibir. Los problemas del colectivo no se van a solucionar con este nuevo club social, que debe sortear antes los numerosos obstáculos que están poniendo los vecinos decentes que braman al intuir que el círculo de la prostitución se cierne sobre ellos. Sólo las prostitutas que han asumido que circulan por una carretera sin retorno piensan acudir al centro de reunión. Las que consideran que están vendiendo sus minutos a 133 pesetas más la cama como una mera solución temporal prefieren ir a centros para gente normal.
"Yo ya sé cómo son los rollos de la política, he ido a centros de barrios para desengancharme. Te van dando día y hora, y otro día y hora durante meses. Además yo no me desengancho si no ayudan también a mi marido" explica una joven y solicitada prostituta vestida de azul. "Sé muy bien dónde estoy metida, un día mucho trabajo, otro día menos, así un día tras otro hasta que llega uno, te corta el cuello y se acabó"."Antes de meterme en esto robaba. Decidí hacerme prostituta porque estaba harta de pagar cárcel", explica Pilar, de 21 años, con los ojos inyectados de heroína. "Ayer salí de los calabozos de la plaza de Castilla; un cliente no me quiso pagar, me violó, luego me acusó de haberle robado. El juez quiere que pague la pena en un centro de desintoxicación. Espero que no tarden en admitirme. Necesito un médico, el forense me ha dicho que estoy fatal, tengo neumonía y la pierna la tengo gangrenada". Pilar es consciente de lo que llama la ley de la calle: "Nadie da la cara por ti y lo mejor es no hablar", pero está satisfecha con el proyecto del nuevo centro.
La rubia, que se niega a dar su nombre, estudió para secretaria y finalizó COU. Asegura que muchos de los problemas que tienen derivan de la falta de información. Ella se beneficia de los servicios de la Comunidad y está contenta. "No pienso ir a un sitio sólo para prostitutas; eso sería marginarme mucho más". Ha estado enganchada 10 años y cuando salió encontró que no le podían ayudar a encontrar trabajo y que la casa de reinsertados que le ofrecían tenía una lista de espera de ocho meses. Volvió a la calle para conseguir dinero al contado, "si no tienes nómina no hay plazos". Ahora ha comprado una moto Vespino (con lo que ha ahorrado en dos meses). Asegura que en mayo estará fuera de este mundo. En dos meses, su marido y ella recorrerán Madrid en la moto nueva trabajando de mensajeros. Su hijo, de 12 años, continuará como hasta ahora estudiando con una beca de la Comunidad de Madrid. La mujer se muestra escéptica respecto a las soluciones que tiene su colectivo: "Esto no hay quien lo organice, la mayoría de las prostitutas jóvenes son yonquis que pasan de todo menos del caballo".
Fumar para aguantar
"Yo no subo sin preservativo y del ginecólogo del seguro privado cada tres ineses", explica María Teresa, de 25 años, con francés e italiano y tres cursos de mecanografia. "Estoy en esto porque sin currículo no hay trabajo y sin piso subvencionado no hay quien se pague un alquiler, (a no ser que estés en esto)". María Teresa fregaba antes de meterse en la esquina. "Hay cada hombre de lo más asqueroso, te roban el dinero, te suben en el coche, te llevan a la Casa de Campo y hacen de ti lo que quieren; después te dejan tirada" explica. Para aguantar a estos tipos se fuma uno o dos chinos (heroína), se acuesta con cuatro o cinco y cuando llega alas 10.000 pesetas se va.La viuda pelirroja vestida de verde lleva una vida normal de día: "Yo tengo cinco hijos, de 14 a ocho años, los mantego sola desde que mi marido se murió. Con lo que saco les visto, les doy de comer, les pago el colegio y los calzo. Antes de venir los dejo acostaditos, acabo a las seis, duermo un rato, los depierto y los arreglo para ir al colegio. Voy a la compra, lavo y duermo a ratos. Ya me explicarás", explica apresurada, y sale corriendo a presenciar en primera fila el ataque de histeria con revolcón en el suelo de una turista que ha bebido demasiado y se niega a entrar en un taxi.
Un trapicheador pasa entre ellas y les ofrece centraminas "para aguantar despiertitas el tirón" y,un par de zapatos del 36 que no ajustan al pie de ninguna de las cenicientas.
Vicki tiene 25 años y como muchas de ellas está luchando por la custodia de su hijo. Paga a los abogados con lo que saca a los clientes. "Aquí me he ganado este sitio siendo legal y sin meterme con nadie y estoy bien. Como robes a un cliente se acabó porque esto te cierra las puertas de las casas de recibir". Vicki sí piensa acudir al centro.
Para pagar al ginecólogo
"De verdad lo que necesitamos es que nos apoyen. Con nosotras los hombres se ponen bordes. Un día me fui con un tío, me violó y me dejó tirada en la Casa de Campo y la policía no me dejó denunciarle. Una violación es una violación seas prostituta o ama de casa", explica María, de 27 años. Su compañera de portal explica que paga 7.000 pesetas por un chequeo mensual, lo que para su profesión supone "tres polvos y medio". Pero como explica "el ginecólogo es lo prirnero".Una anónima vestida de azul que confiesa su edad, 27 años, explica: "Yo tengo médicos particulares, soy de una sociedad médica, trabajo aquí por dinero porque tengo que pagar muchas letras y plazos. En seis meses estoy fuera. Soy secretaria de dirección, mi madre no sabe que trabajo en la prostitución. Nunca iría a un centro especial para prostitutas porque no quiero que se me asocie con esto. Imagínate que hay una vacante en la oficina donde trabajaba y piensan en mí; si saben que estoy aquí no me llamarían. Y yo quiero salir de esto", dice mientras continúa empolvándose la cara.
La consejera de Integración Social, Elena Vázquez, promotora de la idea, ya se ha tenido que enfrentar a la oposición. Ahora la batalla está entre las agrupaciones de vecinos que se oponen a esta iniciativa de aproximar los servicios sociales al colectivo, y el pasotismo de muchas prostitutas, convencidas de que no hay salida y de que la miseria no la cambia nadie.
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