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Entrevista:

Elia Kazan: "Siento pena por los intelectuales comunistas"

El director de cine presenta su libro 'Mi vida'

A sus 80 años, Elia Kazan es un viejales vitalista y cascarrabias, capaz de pasar en una fracción de segundo de una súbita explosión de cólera a la proposición no menos intempestiva de un caluroso brindis. El gran director norteamericano de cine y teatro, el controvertido chivato del Comité de Actividades Antiamericanas del senador McCarthy, acaba de publicar su autobiografía, cuya versión en castellano aparece estos días con el título Mi vida, publicada por ediciones Temas de Hoy. Kazan no lamenta su delación y tan sólo siente pena por los artistas e intelectuales que malgastaron su vida al servicio del comunismo.

Kazan ya no fuma, pero sigue bebiendo desde que se levanta hasta que se acuesta, sin que, a decir verdad, se le note demasiado. Recibe con una batería de botellas de vino blanco y platos de embutidos en la parisiense calle de Puvis de Chaban. "Yo no soy un experto en vinos", adelanta. "Puedo beber cualquier clase en cualquier momento: tinto, blanco o rosado; francés, californiano, griego o turco. Me da igual. Soy incapaz de hacer como los franceses: eso de probar con mucha ceremonia un sorbito de vino y rechazarlo porque está un poco picado". Ríe entonces, da una gran palmada en el hombro de su huésped y le pregunta: "¿Ha leído usted mi libro?". Al escuchar la respuesta afirmativa propone satisfecho otro brindis y cuenta que acaba de expulsar a una periodista que le respondió con un "no".

"Me gusta este libro más que cualquiera de mis películas. Es más verdadero".

Pregunta. Quizá porque no ha tenido que negociar con productores.

Respuesta. Quizá -responde con una nueva carcajada.

Mi vida son las muy minuciosas memorias de este testigo excepcional de los últimos años dorados de Broadway y Hollywood. Kazan cuenta su juventud de actor; sus experiencias como cofundador del Actor's Studio; el rodaje de sus películas Al este del Edén, Esplendor en la hierba, Viva Zapata, Un tranvía llamado deseo, La ley del silencio, América, América y las demás; sus relaciones con James Dean, Marlon Brando, Marilyn Monroe, Arthur Miller o John Steinbeck.

"Contar mis recuerdos", dice en el apartamento de la calle de Puvis de Chaban, "me ha llevado tres años y medio de trabajo en una vieja máquina de escribir. Una terrible pérdida de tiempo.

P. ¿Por qué lo ha hecho entonces?

R. Cuando llegas a viejo comienzas a interesarte por ti mismo y te dices que, antes de perder del todo la memoria, vale la pena contar tu propio personaje.

Kazan explica a continuación que la precisión en las fechas y los, detalles de su autobiografía procede del hecho de que, a lo largo de toda su vida, ha llevado un diario, ha recortado muchos periódicos y revistas y ha conservado las cartas que recibía y copia de las que escribía.

P. He. observado que usted que ha sido un gran mujeriego, sólo habla en su libro de sus relaciones con mujeres que ya están muertas.

R. ¿Se ha fijado? Bravo. Eso merece otra copa de vino.

Marilyn

P. Le voy a preguntar inevitablemente por Marilyn Monroe.

R. Eso prueba que tiene buen gusto. Y puesto que me pregunta, le respondo. Marilyn fue una joven encantadora, no ese monstruo de la leyenda. Una chica sin coraza, un alma hambrienta deseosa de ser aceptada por las personas a las que admiraba. Hollywood le respondió tirándola al suelo con las piernas abiertas.

P. ¿Usted la frecuentó?

R. No mucho. La conocí cuando era una estudiante de interpretación y luego ya no tuve relaciones con ella. Nunca hice una película con Marilyn.

P. ¿Por qué?

R. No me interesó.

P. ¿Y James Dean?

R. Jimmy fue un niño que nunca creció. Muy sensible, demasiado sensible.

P. Marlon Brando sí que creció, ¿no?

Kazan responde con otra carcajada:

R. Claro que creció. Marlon Brando es muy inteligente, un actor maravilloso. Mi preferido.

Desde hace ya casi cuatro décadas, Elia Kazan vive con el sambenito del traidor. La izquierda norteamericana y europea nunca le ha perdonado que, siendo militante comunista, se prestara a declarar ante el Comité de Actividades Antiamericanas y denunciara con pelos y señales a sus camaradas de partido. En su libro, el director dedica muchas páginas a explicar esa siniestra aventura. "Lector", dice, "si esperas excusas porque di nombres a la comisión, te equivocas. Los que te deben una explicación son los que año tras año se han negado a condenar los crímenes soviéticos".

P. ¿Le molesta que se le recuerde constantemente su participación en la caza de brujas?

R. No. Es un tema que no me pone nervioso. Mire usted, ahora es difícil creerlo, pero yo viví una época en la que si no apoyabas a los comunistas, eras considerado un fascista. Ese chantaje, esa gran presión a la que estaban sometidos los artistas e intelectuales, se producía en Estados Unidos y aún más en Europa. Mi verdadero acto horrible e inmoral no fue declarar ante el comité, sino los 17 años en que fui comunista.

P. ¿Qué opina de lo que está ocurriendo en la URSS y la Europa oriental?

R. Cuando pienso en aquellos antiguos amigos míos que se han pasado toda su vida defendiendo el comunismo, y veo que ahora el propio comunismo hace tabla rasa, siento mucha pena por esa pobre gente. Mucha pena. Han malgastado sus vidas.

El fin del sueño americano

P. ¿Usted no la ha malgastado?

R. Creo que no. En un momento tuve que escoger entre seguir haciendo cine o sostener una causa en la que ya no creía, e hice una buena elección.

P. ¿No cree usted que también ha llegado la hora del final del sueño americano?

R. Es posible, pero Estados Unidos sigue siendo un país estupendo porque siempre está cambiando. Y la razón es que está lleno de extranjeros. Todo el mundo es diferente, producto de una mezcla. Yo mismo soy norteamericano y también griego y turco. En cambio, en Europa todo el mundo se parece, como si ustedes se casaran siempre entre primos.

P. ¿Va usted mucho al cine?

R. No mucho. De los directores norteamericanos actuales prefiero a Francis Ford Coppola que a Steven Spielberg. También he visto Mujeres al borde de un ataque de nervios, de ese director español tan simpático... ¿Cómo se llama?

P. Almodóvar.

R. Eso. ¡Bravo por Almodóvar! Mis aplausos.

P. Usted no tiene remordimientos. Ha terminado un libro del que está orgulloso. Su tercer matrimonio va viento en popa. Si todo parece irle tan bien, ¿por qué diablos es usted tan colérico?

R. No lo soy. A veces estoy contento; a veces, no. Como todo el mundo. Mi problema es mi cara. Muchas mañanas, a la hora del desayuno, mi mujer me pregunta: "¿Por qué estás enfadado, querido?". Y le respondo: "No estoy enfadado. Me siento estupendamente. Es sólo mi cara". Le diré algo más. Hoy en día, los profesores enseñan a los niños a controlar sus sentimientos, y no sé si eso es demasiado bueno. Yo no soy religioso; no creo en Dios. Creo en la gente y creo en instantes como el presente, en que estamos aquí bebiendo y riendo.

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