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CANCIÓN

La voz de la nostalgia

El público que llenaba la recoleta sala de cámara del Auditorio Nacional recibió con una cerrada ovación y gritos de ¡guapa! a la fadista Amália Rodrigues. Hacía 22 años que no cantaba en Madrid y se la esperaba con el cariño que despierta una vieja amiga, provocadora de emociones y alejada tanto tiempo.Antes, su grupo de acompañamiento había caldeado el ambiente con una excelente introducción instrumental en la que brilló especialmente, como durante todo el concierto, el músico Carlos Gonçalves, uno de los mejores instrumentistas de guitarra portuguesa y compositor de buena parte del repertorio de la cantante.

Amália Rodrigues comenzó con una expresa declaración de nerviosismo, que resonó como un trueno debido a una excesiva amplificación de su voz, limando la intimidad de un concierto que se desarrolló en ambiente familiar, entre exclamaciones de ¡eres la mejor! y demostraciones de afecto por parte de los portugueses presentes. Todos fueron a un concierto de Amália Rodrigues y se encontraron con dos recitales diferentes: uno, de carácter ligero, compuesto por canciones populares de Portugal, por sevillanas y rancheras, por canciones animadas, rítmicas y en las que la cantante no cesó de pedir la participación del público a través de palmas y cantos. La mayoría de los asistentes no se mostró demasiado entusiasmada. Esperaban el otro recital. Iban a escuchar fados. A empaparse de nostalgia.

Amália Rodrigues

Amália Rodrigues (voz), Carlos Gonçalves (primera guitarra portuguesa), Pinto Varela (segunda guitarra portuguesa), Ulo Nogueira (guitarra), Joel Pina (bajo). Auditorio Nacional. Madrid, 15 de febrero.

A punto de cumplir 70 años, la cantante conmemora estos días sus 50 años de carrera artistíca, y el paso del tiempo ha limitado, de manera lógica y comprensible, la tesitura de su voz 3, su facilidad para el melisma. "No tengo la misma voz y en lo triste voy bien, pero para lo alegre no valgo", reconoció. Y en ese otro recital en el que Amália Rodrigues cantó el fado se pudo comprobar que mantiene el dramatismo, la elegancia y la intensidad. La nostalgia y la desesperanza. La profundidad tamizada por un velo que sustituye la brillantez de antaño por la hondura. Canciones como Povo que lavas no rio, Almendra amarga y Barco negro emocionaron y acapararon los mayores aplausos.

Amália Rodrigues dosificó esta emoción con cuentagotas. Al recital, de dos horas de duración, le sobró la mitad, pero en la cantante portuguesa, como en todos los artistas excepcionales, hay que apreciar lo intensivo entre lo extensivo. Entonces, lo fugaz se convierte en una experiencia irrepetible, en arte único. En la expresión primaria de un sentimiento popular transmitido con alma. Al final, fatigada, casi exhausta y entre flores, Amália Rodrigues agradeció la entregada despedida y el cariño de un público puesto en pie, "porque me lo da ahora, cuando más lo necesito". Era el adiós de la voz de la nostalgia.

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