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40º FESTIVAL DE BERLÍN

El cine norteamericano acapara las sesiones iniciales

Costa Gavras presenta 'Caja de música', con Jessica Lange

Tres filmes estadounidenses acapararon las sesiones de la noche del viernes y de ayer, sábado. Esto confirma que desde hace dos años la Berlinale se ha convertido en un ensayo general de los oscar. De las tres películas, sólo una, Caja de música, dirigida por el griego Costa Gavras e interpretada por Jessica Lange, quienes vinieron ayer Berlín a defender su trabajo, merece la pena: tiene fuerza y, pese a estar lejos de la perfección, conmueve y llega muy dentro.

De la primera película, Magnolias de acero, nada bueno hay que decir. Dará dinero fácil y hará caer lágrimas no menos fáciles, de esas que saben a almíbar y huelen a perfume de rosa. Sally Fields, Shirley MacLaine, Olympia Dukakis y Daryl Hannah son las guindas de esta dulzona tarta de aldea norteamericana. Todas ellas acudieron a Berlín a defender su indefendible película, mientras el director, Herbert Ross, también presente, no pareció darse cuenta de cuánto esfuerzo y minuciosidad ha puesto en lograr semejante tontería.¿Por qué un Festival que presume de estar comprometido con las miserias de su tiempo comienza con este monumento de cursilería? La segunda película, Caja de música, contestó a esta engorrosa pregunta: no todo es perfumería barata en Hollywood. Hay también películas que huelen a seres humanos, y ésta es una de ellas. Joe Esterhas escribió, y muy bien, la película; y Costa Gavras la dirigió correcta e inteligentemente, pero como casi siempre dejando a las imágenes ir a la zaga del guión, lo que quita a este filme una grandeza que podía haber tenido y no tiene. Pero lo que sí salta hacia arriba en Caja de música es el dúo padre-hija que mantienen el actor austríaco Armin Mueller Stahl y la, cada día más actriz y menos estrella, Jessica Lange.

Dúo antológico

Él es un viejo exiliado nazi, acusado de salvajes crímenes, que lleva 37 años refugiado en EE UU. Ella es una abogada dispuesta a demostrar la inocencia de su padre. El dúo entre ambos es antológico y de gran complejidad. Los itinerarios psíquicos de ambos personajes son inversos, y, sin embargo, misteriosamente coincidentes: él arroja sombras donde ella pone luz; él cierra la memoria allí donde ella la abre. Toda la película es ese forcejeo tenso y finalmente trágico entre padre e hija, un forcejeo que encubre -y esto es tal vez lo mejor del filme- una hermosa y desoladora historia de amor imposible.Si Esterhas y Costa Gavras traen a primer término las sombras actuales del fascismo pasado, Harold Pinter con la pluma y Volker Scholöndorf con la cámara pretenden desvelar los rasgos del fascismo futuro. Estamos ya en la tercera película estadounidense, Historia de una servidora, artificiosa fábula futurista, en la que entran en colisión el escritor británico, que tiene olfato para el absurdo y la ironía, y el director alemán, que carece por completo de olfato para ambas cosas.

Manejan la hipótesis de que en el universo puritano y rosa creado por la era Reagan-Bush en Estados Unidos se ha sembrado ya la semilla del fascismo y que ésta semilla crecerá. No es una idea nueva ni tiene nada de inverosímil. Pues bien, escrita por Pinter y filmada por Scholöndorf, esa verosimilitud queda triturada. No hay manera de entender qué demonios hacen juntos, salvo estorbarse recíprocamente, el admirable guionista de El coleccionista y el no menos admirable director de El tambor de hojalata.

El público berlinés es maestro en el arte del abucheo. El idioma alemán añade sonoridades contundentes a esta maestría. Si los ecos de un berlinés enfadado con una película se oyen en Londres, es de presumir que los de 3.000 berlineses juntos y apiñados en el Zoo Palast llegaron ayer a la mismísima California. Pero esos 3.000 energúmenos vociferantes fueron los mismos que tres horas antes ovacionaron con elegancia a la conmovedora Jessica Lange de Caja de música.

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