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Un poder absoluto a la sombra de Guerra

Miguel Ángel Villena

Cuando Joan Lerma accedió a la secretaría general del PSPV-PSOE en 1979 su único mérito radicaba en ser un dirigente dócil y obediente a la dirección del partido. El currículo del titular de la Generalitat valenciana, en cualquier guía de personalidades, apenas alcanza las nueve líneas, ya que Joan Lerma nunca trabajó antes de acceder al Gobierno autónomo, donde primero ocupó una cartera de conseller y más tarde, tras las elecciones de 1983, la presidencia. Este licenciado en Económicas, de 38 años de edad, que apenas sonríe y se muestra siempre receloso y envarado, resulta un típico ejemplo de los cargos públicos que han llegado a ostentar un inmenso poder sin ninguna experiencia, ni en la gestión pública ni en la privada.Algunos compañeros de la Ejecutiva Federal, durante los años en que Lerma participó en este órgano, lo calificaban como un buen oyente y un aplicado ejecutor de las órdenes del vicesecretario, Alfonso Guerra. Con una relativa carta blanca de Madrid y a través del impulso de las victorias electorales, Lerma ha tejido un poder absoluto en el partido de los socialistas valencianos. Sus adversarios en el PSPV-PSOE, todos aquellos que podían cuestionar su poder, han desaparecido de la escena política valenciana. Bien en medio de polémicas, bien con discretos mutis. En la larga lista de ilustres desaparecidos se hallan los ex alcaldes de Valencia Fernando Martínez Castellano y Ricard Pérez Casado; el ex presidente de la Diputación, Manuel Girona; el ex presidente del Consell preautonómico, Josep Lluís Albiñana; y el ex conseller de Obras Públicas, Rafael Blasco.

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Pero el escándalo en la Consejería de Obras Públicas, pendiente ahora de los tribunales, amenaza con salpicar al propio Lerma y el sindicato de descontentos del partido se prepara. Todos esperan una señal de Madrid o una derrota electoral para acabar con un dirigente que parece incombustible.

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