Azerbaiyán o la frontera de la reforma en la URSS
Los acontecimientos registrados durante los últimos días en el Azerbaiyán soviético, fronterizo con Irán, trascienden sus propios límites y cobran una inusitada importancia, que va mucho más allá de su lectura más inmediata: el enfrentamiento entre armenios y azeríes.Las alarmas suscitadas por estos hechos en el círculo más próximo al máximo dirigente soviético, Mijail Gorbachov, así lo confirman. Se trata de un área caucásica centromeridional de la Unión Soviética, poblada por unos siete millones de habitantes (medio millón de ellos rusos), rica en petróleo y de fértiles tierras, de etnia turca y cultura islámica, qué abarca también la importante provincia septentrional iraní del mismo nombre. El Azerbaiyán iraní, segregado para Rusia hace casi dos siglos, está dividido en dos zonas: una occidental, fronteriza con la URS S y Turquía, y otra oriental, limítrofe con el Azerbaiyán soviético y el mar Caspio. Ambas zonas se hallan dentro de la República Islámica de Irán.
La influencia mutua es muy grande. Los azeríes de Irán captan fácilmente las emisiones de la televisión soviética, mediante procedimientos como el de colocar en sus antenas coladores domésticos. La Radio de Bakú, capital del Azerbaiyán soviético, se escucha en toda la zona, al igual que la Voz de la República Islámica. Irán tiene destacada en Urumich la poderosa 64 División de Infantería de su Ejército. Las élites político-religiosas iraníes suelen proceder de esta zona.
Peso específico
El peso específico que la zona en su conjunto cobra para Irán, por su riqueza, y para la Unión Soviética, es enorme. Y ello no sólo desde la perspectiva interior de las nacionalidades periféricas, sino también respecto a la política exterior soviética en todo el Medio Oriente.
La contigüidad de Armenia, contra quien los pueblos turcos como el azerí mantienen contenciosos seculares, añade sensibilidad a todo el área, también a consecuencia de la proximidad de un régimen como el iraní, ideológicamente expansivo, cuya trayectoria política desde 1979 no ha podido ser prevista eficazmente ni por Estados Unidos ni por la URSS.
El precedente histórico que confiere gravedad a los actuales acontecimientos en el Azerbaiyán, se encuentra en los hechos que allí mismo tuvieron lugar al finalizar la Segunda Guerra Mundial y que se saldaron, entre otras consecuencias, con la ruptura de la alianza bélica antinazi entre el Reino Unido, la Unión Soviética y EE UU.
El fracasado intento de Josif Stalin, en 1946, por crear un talud de seguridad en el flanco sur soviético, que neutralizara sus fronteras meridionales con Irán mediante un Estado filocomunista erigido en República Democrática de Azerbaiyán, ocasionó entonces la primera amenaza real de guerra abierta entre Occidente y la URSS.
Aquellos hechos produjeron una desconfianza no prescrita allí entre Washington y Londres, el ulterior desplazamiento del Reino Unido al segundo rango de las potencias mundiales y la emergencia rotunda de Estados Unidos como superpotencia mundial, con una presencia hegemónica en todo el Medio Oriente mantenida durante 40 años.
Los sucesos del Azerbaiyán son consecuencia directa de la situación creada tras las medidas adoptadas por Mijail Gorbachov, encaminadas a acabar con el clientelismo y el caciquismo allí vigentes durante el estancamiento de la última fase de la era de Leánidas Breznev.
Aleccionado entonces por el líder comunista local Gueidar Aliev -ex miembro del Politburó soviético y efimero aspirante entonces a la secretaría general del PCUS en velada rivalidad con Gorbachov-, Breznev llegó a condecorar con la Orden de Lenin al Azerbaiyán soviético, convertido así en depósito de ortodoxia.
La actuación en la zona implicó entonces una suerte de feudalización de la política local y, en ausencia de eficaces mecanismos pluralistas de control político, otorgó amplísimos poderes a dirigentes locales que, además de coquetear con Irán, desertizaron la vida política azerí.
Relevos
Hacerse oír en Moscú o en Teherán implicaba, para éstas élites, incrementar su ascendiente local. Cuando, a partir de 1985, Gorbachov establece la perestroika (reestructuración), éste aplicó principios descentralizadores locales y de pluralismo, que chocaron abruptamente con los hábitos anteriores. El fragor político procedente de Irán complicó más las cosas. Gorbachov sustituyó a los cuadros locales involucrados en el caciquismo y en el clientelismo, pero carecía de cuadros alternativos locales para emprender las transformaciones exigidas.
Los nuevos cuadros parecen haber fracasado a la hora de presentar logros inmediatos concretos a la población local, a parte de la cuál no fue muy difícil aturdir -desde dentro y desde fuera de la URSS-, con la especie de que las reformas no han sido otra cosa que un ajuste del tomillo centralizador por parte de Moscú.
Descabezado allí el antiguo Partido Comunista de la Unión Soviética (PCUS), la explosión nacionalista, con la fronda armenio-azerí como caldo de cultivo, ocupó todo el espacio. Si a todo ello se une la cercanía de una República islámica como la iraní -dotada de un elevado mordiente para amagar y asustar a sus vecinos- es fácil deducir que un fracaso de la perestroika y un descontrol nacionalista, en la zona, se convierta para los enemigos internos y externos de Gorbachov en una baza crucial para intentar eliminarle.
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