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Tribuna
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Beber

Interior va a extremar las normas sobre permanencia de los menores de 16 años en establecimientos donde venden bebidas alcohólicas para evitar el consumo precoz de alcohol. Es un loable propósito, si bien los resultados se auguran inciertos. Por mucha multa y mucho uniforme que allegue a la erradicación del problema, le va a ser difícil, pues en este país consumir alcohol es motivo de confraternización, síntoma de alegría, hábito saludable.En este país, la vida social es inconcebible sin tomar copas, y a quien se le ocurra pedir otra cosa le abroncarán los contertulios por insolidario y aguafiestas. Cierto que el mucho licor produce borrachera, pero la borrachera suele caer simpática. Una cogorza como Dios manda estimula las aptitudes musicales que cada ciudadano lleva dentro y provoca la exaltación de la amistad.

Algunos taberneros exhiben carteles con la leyenda "Prohibido cantar bien o mal", y éste es un atentado contra los más sublimes efectos del buen vino, que inducen a los bebedores a enlazarse por los hombros y constituirse en masa coral para entonar -bien o mal- Asturias, patria querida y otras escogidas piezas de su selecto repertorio. Luego intercambian vehementes manifestaciones de amor fraterno, y cuando se marcha cada mochuelo a su olivo, unos van cargando delantero, otros pernean de Pinto a Valdemoro y siempre hay quien prefiere darle palique a una farola largando contra el Gobierno.

Desde tiempo inmemorial se tiene por axiomático en este país que el agua no sirve para beber -salvo si se es rana-, mientras que el vino aclara el ojo, limpia el diente, mata el gusano, cura la gripe, hace sangre, entona el cuerpo, y por eso los jóvenes no entienden ese empeño en prohibírselo. A fin de cuentas -piensan, y con razón-, cantar Asturias, patria querida no es delito. A menos que se desafine demasiado, en cuyo caso sí procede aplicar al desafinador un ejemplar correctivo.

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