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Tribuna:LA NUEVA EUROPA
Tribuna
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El falso debate sobre un compló improbable

Francisco Veiga

Pasada ya la tormenta inicial del espasmo revolucionario rumano, cuando el chaparrón de noticias electrizantes se atenúa en las páginas de los periódicos europeos, la Prensa francesa machaca en caliente una y otra vez sobre la posible existencia de un compló previo a la revolución de diciembre. Al margen de maniobras no declaradas, no debería ser ésta la discusión preferente entre los analistas del fenómeno rumano; existen otros mecanismos, muy presentes en la realidad social del país, aunque resulten menos sensacionalistas.En realidad, la cuestión de si realmente hubo o no un compló está fuera de lugar. Es el trasfondo y origen del debate lo que resulta significativo para medir su importancia: proviene de Francia, y la pasión que han puesto las instituciones informativas, caritativas, intelectuales y gubernamentales de este país en la explosión rumana prefigura la magnitud de la escalada de luchas, sordas o tonantes, que las potencias europeas van a lidiar en el futuro por la partición de Europa oriental en áreas de influencia.

Estrategia gala

En un primer momento, la polémica abierta por la cadena televisiva francesa FR-3 tuvo mucho que ver con la natural competencia informativa e ideológica entre los media franceses, que han desembarcado masivamente en Rumanía. Pero en la posterior unanimidad de los periodistas franceses por mantener los rescoldos de la discusión, y en las declaraciones del ministro de Asuntos Exteriores, Roland Dumas, se está ya perfilando una segunda fase de la estrategia gala: sostener las fuerzas políticas del exilio rumano (liberales y nacional-campesinos), cuyos cuarteles generales están precisamente en París. Ya mantuvieron activas reuniones para desarrollar su estrategia a comienzos de enero, y su primer movimiento pasa por enviar a Bucarest, a lo largo de estos días, a algunos de sus más insignes representantes (ya estuvo allí Ionitoiu, del PNC, y han llegado ahora los liberales Vintila Bratianu y Radu Câmpeanu, la gran promesa de este partido). En un panorama político tan vacuo como el rumano, los hombres del exilio, devendrían rápidamente excelentes agentes de los intereses franceses en el país. De paso, el mantenimiento de los rumores sobre una posible conspiración prerrevolucionaria -lo cual, paradójicamente, daría la razón a las desesperadas acusaciones de Ceaucescu- socava la credibilidad del CFSN, o al menos de sus líderes de reciente pasado comunista. En efecto, si prospera la teoría de que la revolución fue algo más o menos programado, Iliescu y Roman perderían la autoridad moral que implica ascender al poder a lomos de las masas en revolución espontánea, y podrían llegar a ser más fácilmente manipulables desde París.

Puede que, como afirman machaconamente los franceses, el frente existiera desde hacía, medio año; pero, aunque fuera cierto, no demuestra nada. El mundo de las elites políticas y culturales en un Estado comunista como la Rumanía de hace pocos días era muy cerrado y, sobre todo, muy pequeño. En torno a él se articuló una especie de clase media alta, incluso una aristocracia de partido. Iliescu pertenecía a ella, pero también Petru Roman, hijo de un brigadista y una española, ambas élites muy influyentes en los años cincuenta y sesenta. Los hijos de los entonces comunistas españoles refugiados en Bucarest recuerdan con familiaridad a muchos de los protagonistas de la actual revolución: eran sus vecinos en el barrio residencial de Floreasca. No era raro que alguno paseara de pequeño a Nicu Ceaucescu en su bicicleta ("aquel tontaina atolondrado a quien todos dejaban solo"), jugara en casa de Corneliu Manescu con alguno de sus hijos, o huyera despavorido ante la posibilidad de un ligue con la fea Zoia Ceaucescu. Muchos conflictos con el dictador ni siquiera tenían una raíz política: el difunto Corneliu Bogdan, hasta hace poco portavoz del CFSN, vio arruinada su carrera por el embarazo fortuito de su hija mientras era embajador en Washington.

Una especie de Vaticano

No hay nada de extraño que en esos círculos cerrados se tejieran contactos o se intercambiaran chismorreos que ni llegaban a conspiraciones de opereta. Tampoco resultaba extraño para alguno el frecuentar la gigantesca Embajada soviética, una especie de Vaticano dentro de la ciudad. Hundido el régimen de Ceaucescu en medio de una tremenda confusión, suben al poder los que realmente pueden hacerlo, en un inmenso vacío político. Además, Ceaucescu hizo desaparecer a sus oponentes, pero también manipuló a muchos otros y los enfrentó entre sí, incluyendo a alguno de los círculos o personalidades del exilio, por lo que abundan los manchados.

El día 22 de diciembre, muy pocos eran susceptibles de hacerse con el poder y conservarlo tras la caída del dictador; la autoselección entre viejos conocidos, aunque susceptible de nuevas purgas, fue casi automática.

Petru Roman es un símbolo perfecto de la vía extremadamente posibilista ensayada por la nueva directiva: miembro de la elite del partido pero no comprometido, frecuentador de las cultas tertulias del académico Draganescu -donde conoció a Iliescu-, tecnócrata, políglota, conocedor de Occidente (estudió en Toulouse), de aspecto cosmopolita, mejor que un Adolfo Suárez. Incluso fácilmente intercambiable dentro de tres meses. No se le puede tener en cuenta el ser poco hábil ante la potencia avasalladora de unos media franceses que le han puesto el foco en la cara.

Una autoridad crítica, el destacado disidente Virgil Tanase, parece haber moderado sus opiniones a su regreso de Rumanía. Sabe que Iliescu es un político hábil e inteligente, que los actuales dirigentes no hubiesen podido sacar a la calle a la población con sólo chasquear los dedos, y que hace falta una cierta dosis de pragmatismo para sobrevivir hasta el verano. En lo que cabe, los dirigentes del CFSN son los adecuados para solventar transitoriamente y bajo vigilancia de la calle uno de los momentos más graves de la historia rumana. Aunque ahora muchos desconfían de la nueva cúpula dirigente aristocrática, sus miembros, como mínimo, conocen los resortes del poder y lo han vivido desde pequeños. Y por ello, en cierto modo, están más inmunizados que el anterior dictador arribista contra sus efectos embriagadores.

Desmontar el sistema

Queda la alternativa de los partidos históricos, pero éstos deben aún organizarse mínimamente, y después convencer.

Los dirigentes del exilio, esto es, los Bratianu, Câmpeanu, Ionitoiu o Ratiu, han estado fuera del país durante mucho tiempo, la mayoría son unos ancianos. Los sobrevivientes en el interior, de los que destaca el nacional-campesino Coposu, son escasísimos; ahora se les juntan militantes muy jóvenes o muy viejos, pero los nacional-campesinos, por ejemplo, sólo han reunido a unos 200 seguidores en su primera manifestación pública del 7 de enero.

En conjunto, todos desearían desmontar lo más rápidamente posible el sistema; pero eso es una tarea ciclópea, con lo que implica de reprivatizar la economía, crear un sistema bancario moderno, cambiar de arriba a abajo la legislación del país o terminar con los vicios sociales heredados del anterior sistema, por citar algunos ejemplos.

De momento, liberales y nacional-campesinos están muy excitados y cuentan con el crédito que les dan el martirio y unas viejas siglas. Pero no hay mucho más; ni siquiera sabemos hasta qué punto retomarán unos programas políticos heredados de los años treinta. Y es que por si fuera poco, echando un vistazo serio a la historia, resulta que ambas formaciones ya fracasaron desde el poder en aquella época.

Francisco Veiga es profesor de Historia Contemporánea de la universidad Autónoma de Barcelona.

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