Balneario
En un principio el infierno era un balneario subterráneo que se alimentaba de corrientes oscuras, y allí habitaban dioses muy hospitalarios. A esas termas de la muerte se accedía en la barca de Caronte, a través de las espléndidas tinieblas de¡ alma. Este barquero sólo aceptaba en el pasaje a difuntos de oro, a las víctimas que hubieran perecido en batallas gloriosas. Era la región cósmica del sueño. En el infierno dormía cada noche el sol de los egipcios; allí Orfeo, Istar, Heracles y Teseo jugaban a los dados, y en ese balneario nocturno, que aún estaba regentado por los griegos, Jesucristo pasó tres días. No obstante, el sentido de la culpa que fue brotando en el desierto de Judea convirtió con el tiempo aquella gruta acuática en una caverna de fuego. El ojo invisible de Yahvé quedó suspendido en el firmamento sobre la vertical de nuestra conciencia como ahora sucede con el satélite espía que tenemos asignado. Al barquero Caronte le crecieron orejas puntiagudas y se hizo fogonero bajo el signo del Diablo, pero los medios de represión eran entonces muy limitados, y para suplir la técnica rudimentaria de los tiranos hubo que inventar el apocalipsis y el juicio final, seguido del castigo eterno. Veinte siglos ha funcionado esa mazmorra en llamas situada en el centro de la Tierra, hasta que Freud, rodeado de pasteles, descubrió que el infierno sólo se hallaba en un bulbo del cerebro humano donde la culpa, de forma inconsciente, ardía sin consumirse. Y dicho esto, sobrevino la hecatombe de Hiroshima. Fue la última oportunidad para la cultura de la represión. Desde ese momento la guerra nuclear, como acto de fe, sustituyó al infierno y bajo esa amenaza la culpa y la condena se alimentaron mutuamente. Pero la guerra fría ha terminado, y la bomba atómica se ha quedado sin enemigo. ¿Dónde iremos a buscar ahora el infierno? Que vuelva Caronte a navegar por los ríos subterráneos, y así después de la muerte podremos tomar las aguas en ese balneario griego otra vez antes de resucitar cada primavera en los Campos Elíseos en forma de flor o de perro.
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