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Cartas al director
Opinión de un lector sobre una información publicada por el diario o un hecho noticioso. Dirigidas al director del diario y seleccionadas y editadas por el equipo de opinión

Yvonne y el mar

Ahora que ya no es noticia -las noticias, como se sabe, son sumamente marchitables-, convoco en la memoria el sábado 16 de diciembre. Amaneció algo ventoso, aunque prometiendo bonanza, el día en que un par de cientos de personas, a esa temprana hora, acudían puntuales a celebrar las honras fúnebres de un poeta en las aguas de Calafell.La noche anterior, el vaso funerario conteniendo las cenizas fue entregado por la familia a la custodia de la cofradía de pescadores, muy amada del desaparecido. En el momento en que lo guardaban en la caja fuerte -era para ellos la joya más preciada-, le hablaron a la vasija más o menos así: "... I en demá, ¡a navegar, Barralet!".

¡Ah, qué bello y noble pensamiento! ¡Qué perfecta oración fúnebre! Más que todas las dolidas, excelsas e impecables elegías que sus amigos le habían dedicado en los periódicos. Porque, ¿qué es lo que iba a navegar al día siguiente, puesto que quién no existía ya? ¿Y hacia dónde iba a navegar, en qué mar?

Este hombre de manos duras de sal acaso siente la realidad de un mar hecho de espíritu donde transcurre el devenir órfico de la vida. Lo que es seguro es que no piensa en los símbolos como sus otros amigos cultos, el símbolo para él no representa, sino que es lo representado. Y le llaman Barralet, haciendo un diminutivo del apellido. Nadie pudiera decirle tanto amor en una sola palabra, amor de la hermandad, porque el mar sabe bien quiénes son los Suyos.

Aquel sábado el barco de remos cumplió su palabra adentrándose en el mar, frente a la casa del poeta, y trazó un círculo de honor en el agua alrededor suyo. Quedó la cuartilla azul del mar salpicada de la tinta roja de los claveles. A lo lejos, la mancha oscura del gentío en la playa.

De regreso, cuando los remeros, ¡hop! ¡hop!, subieron la barca a tierra, había algo de fenicio en la estampa, de antiguo, en las sogas que portaban, en los gritos que apuntaban el esfuerzo, una olvidada cohesión natural de las cosas.

Es cierto que el mar es un absoluto poético y que es difícil estar triste en un día luminoso, así que nadie lloró. Yvonne abrió L'Espineta, y con toda naturalidad, como un sábado cualquiera, sin que nadie invitara formalmente, las mesas de la terraza se fueron llenando, los pescadores se agruparon en la barra y todos fueron servidos por la hija más joven del poeta.

El ritual cumplía todas sus fases sin que mediara acuerdo previo, así como todos se descalzaron en las barcas de escolta, todos se sentaron al sol y bebieron vino blanco y comieron frutos del mar. Y se conversó agradablemente, hasta se escucharon algunas risas quedas, se leyeron periódicos. El cielo estaba terso como un cielo americano, el mar peinándose en la orilla como siempre, y la brisa era tan luminosa en aquel día extraviado de primavera.

Yvorine está de pie frente a la puerta de madera y lleva en brazos a su último nieto, tiene los ojos cegados porque el sol le da de pleno. Una mujer del pueblo comenta a otra acerca de ella, y la recuerda en la misma barca, el día de su boda, vestida de novia y la larga cabellera agitada por el viento. Alguien dice que le parece que va a verle a él allí como siempre, en cualquier momento.

En ese instante se produjo uno de esos escasos milagros de comprensión súbita. Todos pensábamos que si Carlos había logrado vivir 61 años seguramente había sido gracias a ella, pero no supimos hasta ese momento hasta qué punto ella era también Carlos, que así había sido en el pasado y que así seguía siendo ahora. La fuerte y práctica Yvonne, la de siempre, allí estaba de pie, hogareña, familiar anfitriona, como cada día de todos los días.

Y así se condensó en ella la imagen del cielo, el mar, los amigos, los pescadores, la falta de contradicción entre la vida y la muerte. Es probable que hayamos recordado algo ancestral, no lógico ni verbal, al ver a Yvonne aquella mañana frente al mar.

Verdaderamente, en un día claro se puede ver hasta siempre.-

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