Nicaragua, sandinismo y elecciones
La revolución sandinista, con silencio u olvido, sigue manteniendo su vitalidad, pero ya con problemas y con menos aportaciones. La primera aportación del sandinismo es no haberse presentado con el formalismo ortodoxo de las revoluciones, es su proyecto revolucionario, con trasfondo nacionalista y con pretensiones de un socialismo humanista. Y esto fue y sigue siendo su punto fuerte. Además, en tiempos, de distensión, de perestroika y glasnost no se puede ser más papista que el Papa.Con la Administración de Reagan, su política, agresiva y teatral, el enfrentamiento, independientemente de la voluntad de los jerarcas sandinistas, era inevitable; a Reagan le habría sido más favorable que Nicaragua hubiese sido una segunda Cuba, entonces la cuarentena habría sido de fácil aplicación.
Pero no fue así. El sandinismo, el de los años veinte y treinta, como el sandinismo de ahora, no ha tenido ni fue su intención, dar aportaciones a la ideología ortodoxa del socialismo; siempre fue, y sigue siendo, el grito del mestizo, del indígena, frente a los abusos del blanco, del anglosajón. Recién instalada la Administración de Reagan se desató una enorme operación propagandística, denunciando el "sandinocomunismo" y el contagio que puede provocar. No fue del todo convincente, pero intentaba, al menos, justificar el enfrentamiento.En los diferentes foros de diálogo, con ciertas posibilidades de alcanzar una solución negociada, la ausencia de EE UU hacía fútil el esfuerzo, y esto por no hablar del sabotaje a todo acuerdo alcanzado.La excepción era el diálogo bilateral EU UU-Nicaragua, que se desarrollaba en Manzanillo-México, pero antes de agotar sus posibilidades se interrumpió a iniciativa norteamericana. Bloqueados los cauces de negociación, el conflicto tenía que dirimirse por el camino de la violencia. Desde esta perspectiva, quizá podamos entender la insistencia de Nicaragua en continuar el diálogo de Manzanillo, insistencia que hasta el momento no ha dado ningún fruto.
Los dirigentes de un país de 144.000 kilómetros cuadrados y algo más de tres millones de habitantes, que al momento de la caída del somocismo tenía más del 60% de su población analfabeta, no se hacían ilusiones sobre su nula capacidad de enfrentarse con el coloso del Norte o amenazar sus intereses, dentro de un contexto de distensión internacional. Pero sí tenían la decisión y el atrevimiento de defender lo que en el lenguaje latinoamericano se llama el decoro nacional
La limpieza de las próximas elecciones generales en febrero del próximo año no debe poner en duda la limpieza de las anteriores. Pero de un modo u otro se ha creado un consenso general, en el sentido de que el desenlace del conflicto dependa de esta límpieza, dando a entender, implícitamente, la viabilidad de la normalización de las relaciones Estados Unidos-Nicaragua y, por tanto, el fin del boicoteo norteamericano. Pero ciertas declaraciones, incluso hasta del legislativo norteamericano, dan a entender que sí la oposición pierde en Nicaragua, ello significaría la vuelta a la dictadura.
Limpieza electoral
El panorama electoral, como la situación general del conflicto, es fluido y cambiante. En este contexto, la ruptura del alto el fuego no hay que entenderla según los enunciados de los jinetes del Apocalipsis. La democracia es parte principal de una Constitución elaborada bajo la hegemonía sandinista. El alto el fuego fue unilateral, de parte de los sandinístas, para contribuir a crear las condiciones apropiadas de una paz regional y de una democracia propia. La ruptura, también unilateral, del alto el fuego, es una llamada de atención, de que nadie, ni como individuo ni como colectividad, puede ejercer la de mocracia con una pistola en la sien. Que casi siempre es conveniente tener un enemigo, y, si no lo hay, inventarlo, es una regla válida, pero generalmente cuando se trata de un enemigo exte rior, que no es el caso que tratamos, donde la contrarrevolución dispone no sólo de las armas sino de las formaciones políticas que ya están ejerciendo libremente sus actividades políticas, incluyendo la campaña electoral. La última medida del Gobierno sandinista es un modo de decir que frente a las armas no se puede contestar con las reglas de la de mocracia. Ésta se reserva para la oposición cívica.
Los propios dirigentes sandinistas reconocen el desgaste del poder; hasta hace poco calculaban que el 67% de votos que habían alcanzado en la anterior campaña electoral disminuiría hasta una proporción de alrededor del 45%, que, con una oposición de 14 partidos, heterogénea y con divergencias agudas, permitiría a los sandinistas una mayoría débil pero absoluta. La falta de teatralidad y la discreción en la política de la actual Administración de Bush, parece que ha logrado el milagro de consolidar, relativamente, el bloque opositor Unidad Nicaragüense Opositora (UNO), formada por 14 partidos, alrededor de la candidatura de Violeta Chamorro (presidenta) y Virgilio Godoy (vicepresidente), y digo relativamente, porque este bloque que se intentó formar desde hace ya largos años está cuajado de contradicciones políticas y rivalidades personales -ya se retiró un partido, y la tirantez y rivalidad entre Virgilio Godoy y Violeta Chamorro no se pueden ocultar a los ojos de cualquier observador-. La Unidad Nicaragüense Opositora posiblemente logre el techo histórico de la oposición que representa, y que se había alcanzado en las elecciones anteriores (30%), pero ahora, si se mantiene la unidad del bloque, no habrá que repartirlos entre los diferentes partidos.Sandinismo opositor
La entrada en escena del sandinismo opositor (disidente) puede poner en aprieto la precaria mayoría absoluta, del sandinismo; esta disidencia -encabezada por Moisés Hasan, ex miembro de la Junta de Reconstrucción Nacional y del equivalente al Comité Central del Frente Sandinista- no tiene diferencias fundaméntales, políticas o ideológicas, con el propio Frente, más bien le critica fuertemente su ineficiencia, derroche, corrupción y amiguismo; por tanto, los votos que ganaría lo más probable es que procedan de los sandinistas frustrados, tanto los que ya están fuera como los de adentro de las filas sandinistas.
Las primeras elecciones presidenciales se caracterizaron por un sandinismo hegemónico y una oposición desunida y en lucha entre sí. El juego democrático era limitado, sin que ello merme la limpieza de las elecciones. En las actuales, la oposición, por el hecho de verse obligada a presentar una sola candidatura, y si mantiene su unidad, junto con la candidatura del sandinismo opositor, no pondría en duda el triunfo del sandinismo oficial, pero sí que atenuaría su hegemonía para un Ejecutivo estable basado en mayor consenso social y una democracia vigorizada.
La democracia no es mera concepción teórica, la democracia no puede ser lo que es si no es a través de lo concreto, lo tangible y algunas veces de lo puntual. Para un pequeño país con una historia plagada de invasiones norteamericanas, con una dictadura somocista que se prolongó durante décadas, con una guerra de independencia que devastó su economía para afrontar inmediatamente una guerra de baja intensidad acompañada de un boicoteo económico norteamericano (su mercado natural), no le es fácil aplicar de modo perfecto su democracia.
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