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El fantasma de la autodeterminación

Un fantasma se va y otro regresa resucitado por los nacionalistas catalanes: No renuncian a la autodeterminación. Los vascos del PNV, cuya, valerosa perestroika los estaba aproximando a un nacionalismo a la catalana, explícitamente compatible con la normalidad. constitucional, han temido quedarse atrás, o que se les adelante la competencia, y se han apresurado a enviar un telegrama de adhesión, comprometiéndose a hacer lo mismo en cuanto se presente la oportunidad. Tampoco ellos renuncian a riada. Así, es el marco mismo, el diseño estatutario, el que es cuestionado desde dentro de la manera más irresponsable y con la complicidad de centristas despistados y otros oportunistas. Todo vale si es bueno ara el convento, aunque el efecto sea dar alas a los enemigos jurados del autogobierno y de la democracia. En plena empanada, es evocada la situación de la República Democrática Alemana (RDA): si a ellos se les reconoce el derecho a autodeterminarse, ¿por qué no vamos a reclamarlo nosotros?El derecho de autodeterminación es una elaboración doctrinal formulada a comienzos del siglo XX como respuesta político-jurídica a las situaciones de opresión nacional que se daban en distintas partes del globo. Opresión nacional significa imposibilidad de desarrollo de su propia identidad por parte de comunidades humanas con rasgos diferenciados en terrenos como los de la lengua, la cultura, las instituciones, las tradiciones y las pautas colectivas de comportamiento. Frente a esa opresión, y en un marco determinado por el fortalecimiento de: los estados nacionales modernos, los nacionalistas llegaron a. la conclusión de que la única garantía realista de salvaguarda de su identidad era la separación de los estados constituidos y la creación de un estado propio. La autodeterminación sería el mecanismo jurídico por el que la población concernida expresaba la legitimidad de su deseo de separación, su apetencia de estatalidad.

Ese marco nada tiene que ver con el actual. Si en España la autodeterminación fue asumida por los partidos de izquierda y nacionalistas radicales hasta fecha reciente, ello se debió a la persistencia de la dictadura franquista, que negaba cualquier posibilidad de afirmación de las nacionalidades tanto en el terreno político como en el cultural. Al reconocer el derecho al autogobierno y al pleno desarrollo de la propia personalidad, la Constitución de 1978 dió al problema una salida más racional y adecuada a la realidad de nuestro tiempo, caracterizada de manera decisiva por el surgimiento de instituciones supranacionales que cuestionan el viejo concepto de soberanía. Desaparecida la causa, pierde sentido la respuesta: la autodeterminación ni es la única ni la mejor salida a los problemas de las nacionalidades en un marco de libertades públicas.

En sociedades evolucionadas, como la vasca o la catalana, existen diversas opciones sobre el grado de autonomía deseable. Esas opciones no son reducibles al pronunciamiento es cueto, en un referendum, sobre si se desea o no la separación para formar una estructura estatal diferenciada. Por tanto, la celebración periódica y frecuente de elecciones, en las que cada partido tenga oportunidad de proponer a los ciudadanos el grado de autonomía que considera óptimo, sin excluir las opciones independentistas, si las hay, producirá una resultante que seguramente reflejará más ajustadamente los sentimientos, aspiraciones y opiniones de los ciudadanos al respecto. Ello resultará, por añadidura, más democrático que una consulta única puesto que permite ir aquilatando las eventuales modificaciones producidas en el estado de ánimo de los electores.

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Así lo entendieron los nacionalistas catalanes en el debate constitucional, en el que Miquel Roca renunció expresamente a la vía de la autodeterminación propuesta por el diputado Letamendía, por considerar que se trataba de un planteamiento no sólo diferente, sino contradictorio con el de la autonomía defendido en la ponencia. Los diputados del PNV vacilaron, eligiendo finalmente la vía de los derechos históricos, de difícil encaje constitucional en los términos en que la formularon y que acabó siendo determinante en su postura abstencionista en el referendum constitucional. A la vista de la utilización hecha por el radicalismo violento de aquella abstención -falazmente dentíficada por ETA como prueba del rechazo de la Carta Magna por los vascos, y por ello como elemento leglúmador del recurso a la violencia- muchos nacionalistas lamentan hoy aquella decisión, conscientes de sus efectos desestabilizadores. Así lo ha admitido expresamente Euskadiko Ezkerria, que hace un año expresó su adhesión a los valores constitucionales, y de manera implícita los más lúcidos de entre los herederos contemporáneos de Sabino Arana, que no comparten ya la visión agónica del destino de los vascos que determinaron las formulaciones radicales del fundador. Para catalanes y vascos, reclamar ahora la autodeterminación es como reivindicar la pluma de ganso frente a los rotuladores: un paso atrás.

De ahí la incoherencia de la resolución aprobada en el Parlament. Podría considerarse un simple patinazo -atribuible tal vez al exceso de celc del representante convergente, Max Calner- de no haberse produ cido unos días después de que el mismísimo Miquel Roca se permitiera preguntarse, en el debate de Investidura, si no habría sido mejor votar en contra de la Constitución. Porque resulta descorazonacior que el moderantismo catalán se deje ahora ganar por esa lógica mercantil según la cual nada resulta tan eficaz para obterter ventaj as como la amenaza de romper la baraja. La profundización de la autonomía en un marco de estabilidad política es incompatible con el cuestionamiento sistemático del modelo institucional previamente pactado. Así lo único que se consigue es estimular la aparición de reacciones de insatisfacción en sectores juveniles, siempre dispuestos a tomarse en serio las amenazas de sus mayores citando exhiben sus tigres de papel. Sus fantasmas. Y dar argumentos a los salvadores de la patria, siempre dispuestos a crerese sus propios,y simétricos, fantasmas. Quienes, movictos por intereses no menos miserables, silenciaron los Incidentes del estadio de Montjuich, acusando de alarmistas a los que consideraron sintomático aquel episodio, encontrarán un motivo de reflexión en lo que ocurrió el martes en el Parlament.

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