Una lectura dinámica del déficit exterior español
y JOSÉ GARCIA SOLANESUna de las mayores preocupaciones que viene despertando la marcha económica de nuestro país a lo largo del presente año es el gran crecimiento que ha experimentado el déficit comercial. Aunque las cifras correspondientes al pasado mes de octubre revelan una sensible recuperación en la tasa de crecimiento de las exportaciones y un estancamiento de la tasa correspondiente a las importaciones, lo cierto es que para el conjunto del año en curso se prevé un déficit comercial que rondará los tres billones de pesetas. Esto significa un incremento de 27,5% con respecto al déficit del año pasado, que ya fijó un techo histórico.Ante el temor de que este problema pueda agrandarse si se mantienen las tendencias anuales de crecimiento de las exportaciones y de las importaciones, cifradas en el 10% y el 22%, respectivamente, han surgido voces pidiendo nuevas medidas correctoras. Tanto más por cuanto que la balanza por cuenta corriente, que además de los intercambios de bienes incorpora los de servicios y las transferencias, también está registrando un déficit creciente. Y puesto que el déficit exterior, lo mismo que la tasa de inflación, es efecto o derivación del hecho de que la demanda interna está creciendo a un ritmo superior al de la producción, la recomendación más generalizada resulta fácil e inmediata: conviene tomar medidas ralentizadoras del gasto interno.
Sin embargo este diagnóstico, así como las conclusiones de política económica que del mismo se extraen, se fundamenta habitualmente en un análisis a corto plazo, y por consiguiente simplista, de las cifras de comercio exterior.
Otro tipo de análisis
Aunque éste no es el lugar para realizar un estudio detallado y técnico del problema, sí que procede llamar la atención sobre la existencia de otros tipos de análisis, más apropiados según nuestro punto de vista, que conducen a diagnósticos y recomendaciones de política económica muy diferentes y que no se están poniendo de manifiesto en la discusión pública de un problema de obvia trascendencia.
Tal como se ha argumentado anteriormente, un déficit corriente significa que la economía, como un todo, ha consumido e invertido en bienes y servicios por encima de lo que ha producido y recibido como transferencia neta desde el exterior en el curso de un período económico. De hecho, de acuerdo con las previsiones oficiales, en 1989 la demanda interna real habrá crecido en un 8% con respecto al año anterior, mientras que el producto interior bruto real sólo lo habrá hecho a la tasa del 4,8%.
La contrapartida de esto es, naturalmente, el incremento de la posición deudora del país frente al exterior (o la reducción de la posición acreedora) en un montante equivalente. Esto por sí solo no es ni bueno ni malo. Lo que importa es saber si, como sucede con las familias y las empresas cuando se endeudan con respecto a otros agentes económicos, los préstamos contraídos son utilizados eficientemente y pueden generar recursos suficientes en los períodos siguientes.
No hay que perder de vista, en efecto, que todo comportamiento económico tiene una dimensión dinámica y que, en consecuencia, es en una perspectiva de medio y largo plazo donde la conducta de los agentes económicos debe ser evaluada.
Situándonos en un horizonte temporal de varios años, no podemos ignorar la influencia que las favorables perspectivas económicas de nuestro país están ejerciendo en las decisiones actuales de gasto de los españoles. Estas expectativas positivas son compartidas por los inversores y analistas extranjeros, como queda demostrado por la entrada masiva de capitales foráneos de medio y largo vencimiento en los últimos trimestres.
Seguramente es la integración plena de la economía española en la Comunidad Económica Europea el principal elemento catalizador de estas expectativas. La eliminación de todas las barreras económicas artificiales que todavía subsisten entre España y la Comunidad Europea propiciará el acercamiento de la renta per cápita española a la de los restantes países de la Comunidad, tanto por la vía de la ampliación y modernización de nuestra estructura productiva actual como por la libre circulación de los factores productivos.
Inversión empresarial
Además, la mayor competencia que traerá consigo la creación del Mercado único Europeo hace extremadamente perentorio que se lleve a cabo un proceso tanto de inversión empresarial orientada a realizar las transformaciones productivas y organizativas necesarias para triunfar en ese nuevo escenario, como de inversión pública en infraestructuras que resultan imprescindibles para fomentar las economías externas de un tejido industrial variado, conexo y competitivo.
Tanto el sector privado como el público han comprendido esta necesidad, explicando en gran medida la elevada tasa a la que la inversión real habrá crecido en el presente año (alrededor del 14%, según las previsiones oficiales).
Como a corto plazo, y dada la inminencia de los cambios, las fuentes nacionales de bienes de equipo no son suficientes, surge la necesidad de recurrir a las importaciones. No es de extrañar, pues, que este capítulo de importación haya representado el 26,4% de la totalidad de las importaciones realizadas por los españoles en los tres primeros trimestres del presente año, y que sea uno de los que esté experimentando una mayor tasa de crecimiento en términos reales.
No hay razón para alarmarse por un déficit que sea generado por este tipo de compras que mejoran la futura competitividad de la economía española, tanto más si consideramos que la capacidad de financiación exterior de nuestra economía es en la actualidad sobradamente amplia.
Por su parte, el incremento del consumo no está arropado por ninguna "necesidad estratégica", pero sí resulta coherente con una revisión al alza de las expectativas de "ingresos normales" futuros; revisión que es propiciada por el mismo fenómeno de integración que venimos comentando.
De acuerdo con los modelos teóricos sobre el consumo elaborados por los premios Nobel de Economía Milton Frieciman y Franco Modigliani, los españoles habríamos empezado a gastar los incrementos futuros previstos de nuestra renta per cápita. Lo cual implica que la demanda de consumo se incrementa, generando una partida de déficit por cuenta corriente que es proporcional, en magnitud y duración, al tamaño y perfil temporal de los incrementos relativos de renta esperados. Déficit que debe ser valorado como óptimo si no existen razones para pensar que los agentes mantienen expectativas equivocadas.
En definitiva, nuestra impresión es que un incremento del déficit comercial es, en las circunstancias actuales de la economía española, no sólo lógico, sino también conveniente. Pensamos además que la eventual determinación de un cierto déficit máximo admisible, distinto del que puedan permitir las disponibilidades de reservas exteriores que espontáneamente se han acumulado, es discutible y requiere desde luego de argumentos y cálculos más sutiles que los que se vienen manejando. Y que la explicación de por qué las medidas de enfriamiento adoptadas por nuestras autoridades a lo largo del presente año no están dando buenos resultados, podría residir también en la lógica de resistencia del sector privado a modificar unos planes de consumo e inversión que consideran óptimos de acuerdo con las expectativas sobre la economía española con las que se trabaja.
Conviene la concertación
Somos conscientes asimismo de la conveniencia de reducir la tasa de inflación española para acercarla a la media que prevalece en los restantes países que participan en el Sistema Monetario Europeo. Creemos, sin embargo, que en las circunstancias actuales conviene profundizar en medidas por el lado de la oferta, tales como atacar la especulación, mejorar los canales de distribución y ayudar a la transformación de sectores concretos que trabajan en condiciones poco eficientes, sin olvidamos de la conveniencia de una éoncertación social justa entre centrales sindicales y empresarios.
Pero, en cualquier caso, dificultar el proceso de inversión privada mediante mayores restricciones al crédito, frenando así la senda marcada por una coyuntura presente y esperada de signo favorable, y revisar a la baja los planes de inversión pública, supondría un peligroso entorpecimiento a la modemización del aparato productivo español; modernización que cuenta con una cierta fecha límite y con una asignatura pendiente no menos importante como es el desempleo.
Por ello, la opinión de que, dada la gravedad del déficit comercial exterior, debe acentuarse el enfriamiento de la economía española es errónea. Al igual que sería un error una política de entorpecimiento de los planes de gastos porque no hay razón para pensar que las expectativas de crecimiento e inversión son equivocadas.
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