Por fin, la lluvia
Por fin llueve. Está lloviendo. Hacía mucha falta. A mares. Está lloviendo a mares desde hace dos días. ¡Qué bien! Estoy muy harto del verano. En donde más me gusta el verano es en Cádiz. En El Puerto de Santa María. Pero, si es posible, con levante. No me molesta, no me desespera nada. Me gusta seguirlo. Me subyuga. Me entretiene mirarlo, verlo llegar a las azoteas, establecer un gran combate con las ropas tendidas. Nada como ver unos abarrotados calzoncillos en lidia con un inflado camisón de señora. Me exalta verlo doblarse sobre las olas, arrastrándolas más allá de las orillas, saltando sobre el límite mural de los paseos.Hoy llueve, el cielo se ha encogido, y me parece que por bastante tiempo. Tengo un amigo que no puede soportar el tiempo seco y corre con su automóvil al sitio donde se entera que llueve para mojarse por unas horas. Yo haría lo mismo si dispusiese de libertad para hacerlo. Pero hoy llueve y no han venido ni las palomas ni los gorriones a la baranda de mi balcón. Quizá sea este mal tiempo el bueno para pensar en algo que casi nunca pienso: en Dios. Cuando lo hago veo alzarse frente a mí una gran D mayúscula, una gran panza que lo ocupa todo, cubriendo el resto de la palabra. Comprendo que Dios no tiene gracia cuando, en la Biblia, se presenta en medio de una batalla, tomando partido, ni cuando sabe, desde antes de nacer, quién es el que está condenado a ir a los infiernos. ¡Oh Dios, oh Dios! Está lloviendo y hace mucho frío. ¡Qué más quisiera yo que siguiese lloviendo todo un mes y se le mojaran a Dios los rayos celestiales. No sé si se le doblarían hasta el suelo y los pirotécnicos alicantinos los recogerían para emplearlos en sus fuegos artificiales... Pero respeto al Dios por el que clama Jesucristo en la cruz, diciendo: "¡Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?". Quizá diga yo ahora todo esto porque me encuentro bastante aburrido y sigo teniendo que usar bastón aún después de mi atropello. Y eso que es un bastón bastante bueno; mejor que el primero que tuve que comprar en El Puerto. Este de ahora le costó a mi sobrina Teresa creo que 11.000 pesetas. No es uno de esos suntuosos y escogidos bastones de Antonio Gala. Pero de todas maneras no es ningun mal bastón. Lo que pasa es que me aburro y no me levanto las veces necesarias para mantener ágiles las piernas. Pero salgo de todos modos y lo empleo con bastante pericia, y hay días que me ayuda a caminar como yo me merezco. Le he escrito ya algunos poemas, y llegará a formar parte de mis elegías.
Sigue lloviendo, lo escucho tras los cristales del salón donde trabajo. Propicia la lluvia para avivar la inspiración, o al menos la ocurrencia en medio del aburrimiento. Me he acordado de María Teresa, de cuándo va a cumplirse un año de su muerte y de que el Abc me concedió el Premio Mariano de Cavia, dándome una fiesta por la noche del mismo día en que enterraron a Dolores Uribárruri, Pasionaria. Extraña coincidencia. Y tuve que asistir por la tarde a su entiero, en el que le recité un poema, y por la noche al Abc, en donde se festejaba el premio concedido por el artículo que escribiera un año antes dedicado a María Teresa en el día de su entierro, en el cementerio de Majadahonda. Así son las extrañas y dolientes coincidencias.
Y ahora llueve, llueve y tengo aterido el pensamiento, pero lo prefiero, y hay cierto escalofrío que me lo anima, ya que me hace recordar que a Gustavo Adolfo Bécquer le gustaría el invierno, las hojas secas llevadas por el viento y pensar en las nieblas de los cielos escandinavos. Esta noche no concederá el cielo el brillo a Altair, ni que se abra su golondrina en el descenso de la constelación del Águila. Pero al merios la lluvia me hace pensar y ver todo lo que no veo.
Noche de mirar y no mirar la televisión en la que una impensada película está llena de lluvia que escalofría la noche ya descendida en que vela la lluvia y sóIo la deja oír cada vez más avanzada oscuridad.
¿Cómo amanecerá mañana? Ojalá que no cambie el tiempo y siga lo mismo que hoy. Tendré más ágil la ocurrencia. Espero que Dios se me presentará de nuevo y quizá pueda hablar de él con más tolerancia.
Seguirá lloviendo toda la noche. Y yo lo escucharé, pues duermo poco y me paso escuchando la radio casi todo el tiempo. ("¿Estás casada? ¿Abrazas en este momento a tu marido? Pues dime qué te pasa. ¡Quién sabe si a lo mejor me besarías! ¿No? ¿Por qué te callas? No quieres contestarme. Bueno. Adiós. Siempre te beso"). Sigue poco después la voz del que le toca hacer de enamorado en la radio: Gracias por haberme llamado, ¿que? ¿Que te gusto mucho? Eso conmueve. ¿Que te has separado hace pocos días? ¿Te gustaría decírmelo al oído? En cuanto acabe la emisión me tienes en tu casa. ¿Me recibirás? ¿No? ¿Y entonces de todos modos me tendrá este amanecer contigo? ¿Que no? Vamos, anda".
La lluvia ha continuado todo el día. ¡Qué maravilla! ¡Qué portento! No te alejes de mí, / que yo no deje en mucho tiempo / de oírte, de escucharte. / ¡Me eres benéfica! / Igual que si yo fuese un surco de la tierra / en donde el sol me hubiera calcinado. / Te siento dulcemente regarte junto a mí / y en mis espaldas / brotar al sol el fruto deseado, / con las hojas erguidas recogiendo la luz alzada al cielo.
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