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Cartas al director
Opinión de un lector sobre una información publicada por el diario o un hecho noticioso. Dirigidas al director del diario y seleccionadas y editadas por el equipo de opinión

Más sobre el asesinato de los jesuítas

Fui a un colegio de jesuitas (Indauchu) donde los sacerdotes más viejos habían sido profesores de mi padre, y los más jóvenes, sus compañeros de clase.Sin lugar a dudas, los peores años de mi vida.

Me libré (sic) de la expulsión un par de veces por ser hijo de antiguo alumno, pero al llegar a la Universidad no valieron contemplaciones. O el régimen o yo. Me echaron.

Creía yo que mi relación con los jesuitas estaba más o menos cerrada cuando una comisión en Tegucigalpa volvió a ponerme en contacto con ellos. Ah, sí. Pero ni aquello era el Bilbao de los años sesenta, ni aquellos curas tenían nada que ver con los de Indauchu.

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¡Caray con los hijos de san Ignacio en el Nuevo Mundo! ¡Estaban allí donde hacían falta. Y lo que más me admiraba: el coraje con el que se jugaban la vida.

A más de uno se le dijo no ya que le iban a matar, sino hasta el cómo: un tiro en la nuca, la lengua cortada y los bolsillos llenos de cocaína para que los tomasen por traficantes. ¿Creen ustedes que se fueron? Ni hablar. A los campesinos también los mataban y ellos se sentían pueblo.

Tenían claro el ejemplo de monseñor Romero. Al obispo también le advirtieron. Primero la Embajada estadounidense en El Salvador, luego el Departamento de Estado, más tarde el propio Vaticano. "Mi puesto está allí. Soy el pastor de esta grey". Así dijo. Y como a Beckett, los sicarios le mataron sobre el altar. La extrema derecha salvadoreña y los oficiales de Somoza. Es información pública. Han confesado su crimen frente a las cámaras de televisión americanas.

¡Ojo, que no les estoy hablando de héroes de Hollywood! Yo he compartido la intimidad de esos hombres ejemplares y doy fe de que está poblada de insomnios y úlceras y a veces hasta de un par de copas de más. Claro: ¿qué creen ustedes que se debe de sentir cuando un tipo que ya ha matado a tres campesinos impunemente va, te mira a los ojos y te dice: tú serás el próximo?

Yo he visto a uno de esos curas, lívido y en los huesos, llegar a España y en la tranquilidad de su familia engordar 18 kilos en tres meses. Tienen miedo, sí. Y atroz. Pero lo vencen. Por eso son gente admirable.

A pesar de todo, mi relación con la orden es atormentada. Y un día, a uno de ellos, cuando se iba por la escalera de la Embajada, le dije desde mi despacho: "Vosotros me echasteis de Deusto. Yo, sin embargo, os pago a la cristiana, bien por mal". Fue un golpe bajo, una indignidad, una idiotez de niño mimado. La mirada de estupor y de pena de aquel jesuita todavía me hiere. Era profesor de la UCA, creo que uno de los supervivientes. Le pido pública y humildemente perdón.

Tuve un breve contacto epistolar con el padre Ellacuría. Luego oí sus conferencias en Madrid. ¿Qué decir frente a su cadáver y al de sus compañeros? A los soldados caídos en combate no se los llora. Se los vela y se los honra.

A mí no se me ocurre cómo hacerlo desde aquí, tan lejos, sino de esta humilde manera: confesar públicamente mi parte de culpa porque continúe el genocidio, pasar este domingo escuchando La Pasión según san Mateo en memoria de su sacrificio y recordarlos como el texto recuerda a Jesús: "En ti hundiré mi corazón, sólo tú serás para mí más que el cielo y la tierra". ex consejero de la Embajada de España en Tegucigalpa.

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