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HACIA UNA NUEVA EUROPA

El psicodrama de Occhetto, el Gorbachov italiano

El líder comunista se juega su futuro político en la reunión del Comité Central del PCI, que comienza hoy en Roma

Juan Arias

Achille Ochetto pretende que de las cenizas del viejo e histórico Partido Comunista Italiano (PCI), fundado en 1921 por Gramsci y Togliatti, nazca una fuerza capaz de estar a la altura del terremoto político que está sacudiendo al planeta y capaz, asimismo, de remover a fondo las aguas estancadas del eterno predominio democristiano sobre la vida política italiana. Se trata de una apuesta importante en un país donde la pretensión de Bettino Craxi de crear una gran fuerza socialista y europea, capaz de desbancar del poder al partido católico, no sólo no ha logrado enraizarse, sino que ha servido más bien para mantener estérilmente divididas a las fuerzas de izquierda.El líder comunista italiano se juega a partir de hoy, en el debate que esta tarde inician los 300 miembros del Comité Central del PCI, todo su pasado y todo su futuro político. Porque, como ha explicado a sus colaboradores más estrechos, si su perestroika no se impone él se retira.

Y la jugada no será fácil ni indolora. Los comentaristas políticos aseguran que este Comité Central será el más importante y decisivo en la historia del PCI. Y la suerte aún no está echada, porque la revolucionaria propuesta de Occhetto de abrir una fase constituyente para transformar el PCI en una "nueva fuerza política", capaz de recoger en su seno a todas las fuerzas socialistas, progresistas y católicas que atraviesan hoy transversalmente los partidos tradicionales sin identificarse plenamente con ellos, y que, lógicamente, no podría apellidarse comunista, ha levantado un avispero de pasiones y reacciones; las más, opuestas.

Para Occhetto, explica a EL PAÍS un psicólogo, supone "un auténtico psicodrama". Y no sólo existencial, sino también, y sobre todo, político. Baste pensar que el primero que se le ha puesto en contra es Pietro Ingrao, su antiguo maestro político, el líder carismático de la izquierda en movimiento, la que mejor dialoga con todas esas fuerzas injertadas en la sociedad, desde los verdes a los radicales, pasando por los movimientos de base católicos con los que tanto cuenta Occhetto precisamente para formar una nueva fuerza política progresista.

Además, Ingrao fue el que permitió a Occhetto obtener una victoria unánime en el último congreso, celebrado en Roma el pasado mes de marzo. En cambio ahora, el incondicional de Occhetto es Giorgio Napolitano, el alma conservadora del partido, el más filosocialista, que se adhirió al resultado del congreso con cierto sufrimiento. Todo esto trastoca de hecho la mayoría política surgida del congreso y que había colocado a Occhetto en el ala izquierda del PCI. Ingrao teme que la perestroika de Occhetto pueda en realidad consumar toda su fuerza revolucionaria en una "fusión con el Partido Socialista de Craxi", perdiendo así todo su peso y carisma históricos de fuerza de izquierdas y de oposición.

Pero mientras Ingrao se ha plantado y su oposición ha creado una profunda crisis de conciencia, sobre todo en los viejos militantes que han visto siempre en el anciano líder de la izquierda un maestro y un guía en los momentos cruciales, Occhetto se ha encontrado con la sorpresa de que a su lado se ha puesto nada menos que el intelectual Bruno Trentin, el poderoso secretario general de CGIL, el sindicato socialista-comunista que cuenta con 4,5 millones de afiliados y que supone la gran mayoría de la base obrera del partido.

Más aun, con Occhetto se ha aliado el gran filósofo Norberto Bobbio, la conciencia más limpia del liberal-socialismo del país, que ha aplaudido su coraje.

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Y, sobre todo, el secretario cuenta con el apoyo de una parte hoy esencial del partido que fue protagonista indiscutible en el congreso: las mujeres, que han recibido, han dicho, "con enorme felicidad" la idea de abrir una fase constituyente capaz de "emprender un camino nuevo e inédito" en el cual la presencia femenina comunista pueda encontrar su merecido protagonismo.

Prisa desconcertante

Lo que más ha desconcertado a muchos dentro del partido ha sido, en primer lugar, la prisa con la que Occhetto ha levantado la cuestión y, después, la intención de cambiar el nombre del partido, algo que ha despertado emociones, rechazos, angustias y hasta enfermedades psicosomáticas en no pocos militantes. Es como si a los cristianos que han consagrado una vida a su fe, el Papa les anunciara que deben cambiar de nombre, porque el de cristianos ya no sirve al haber sido utilizado en algunos momentos históricos para llevar a cabo verdaderas atrocidades, comentó ayer a EL PAÍS un viejo militante, un metalúrgico que se sorbía las lágrimas porque no se atrevía a sacar el pañuelo para no hacer ver que estaba llorando.

Como le ocurre a Mijail Gorbachov en la URSS, también a Occhetto le están llegando más aplausos para su perestroika del exterior que del interior. Por ejemplo, el líder laborista inglés Neil Kinnock ha ofrecido todo su apoyo al secretario comunista italiano para entrar en la Internacional Socialista (IS).

También Peter Glotz, el brazo derecho de Willy Brandt, ha interpretado el deseo de Occhetto de cambiar el nombre del partido como "una forma de arrebatarles a sus adversarios políticos un instrumento de propaganda", como explicó ayer en una entrevista a La Repubblica.

Gilles Martinet, exponente del partido de François Mitterrand y ex embajador de París en Roma, ha alabado a Occhetto afirmando que el cambio de nombre no es otra cosa que el punto de llegada de un largo proceso iniciado hace diez años.

Occhetto pondrá esta tarde toda la carne en el asador para obtener un consenso sobre su propuesta revolucionaria, explicando que lo del cambio de nombre -que despierta tantos fantasmas dentro del partido y tantos miedos fuera, aunque por motivos muy distintos- no es prioritario, sino consecuencia de un proceso profundo que debe hacerse sólo con el "consenso de todo el partido"; que nada está aún decidido, y que el debate se trasladará, si el Comité Central no se opone a ello, a un congreso extraordinario que ponga las bases para una fase constituyente de refundación, cuyos resultados irán a un nuevo congreso para su aprobación definitiva.

El secretario hará esfuerzos por tranquilizar a quienes temen que el partido, cambiando tan profundamente, pueda perder fuerza y acabar subalterno del de Craxi. Al contrario, según Occhetto, esta operación es imprescindible para evitar que, bajo la excusa de que hoy ya no existe el comunismo en ninguna parte, los socialistas italianos sigan queriendo hegemonizar la izquierda como única fuerza socialista capaz de gobernar.

Nuevo partido socialista

Hasta ahora se había dicho que una alternativa de izquierdas en Italia sólo podía ser capitaneada por Craxi porque era impensable en Occidente que lo fuera por un partido comunista. Pero si el PCI deja de ser comunista y entra en la IS, convirtiéndose a todos los efectos en un nuevo partido socialista europeo, el castillo de Craxi se derrumba. En ese punto contará sólo la fuerza de los votos de cada uno de los partidos, el que recoja más consensos en elcampo progresista del país. Se acaban los prejuicios y los vetos políticos. Y el PCI, aunque con nombre distinto pero con toda su fuerza, su bagaje cultural, su riqueza de base, su atracción en el ámbito católico progresista, con su historial de partido serio y no zarandeado por los escándalos, podría muy bien ser candidato a protagonizar la izquierda del país.

De hecho, recalcan en Botteghe Oscure (sede del PCI), Craxi está muy nervioso, como lo está la Democracia Cristiana, frente a esta revolución comunista. Hasta ahora el líder socialista había insistido machaconamente que mientras el PCI no cambiara de nombre era imposible hablar de unidad de las izquierdas italianas. Y seguía repitiendo que el nuevo partido comunista de Occhetto era más viejo y más sectario que el anterior. Ahora ha afirmado que lo que se prepara en Botteghe Oscure es serio y que hay que esperar a ver sus frutos.

La revolución de Occhetto puede dar miedo a unos y a otros, pero lo que nadie puede dudar es que se trata de algo trascendental en cuyo debate está participando todo el país, desde los políticos a los publicitarios, desde la Iglesia a los artistas. Y se multiplican las sugerencias sobre el nombre que debería adoptar esa nueva fuerza política progresista, socialista y de izquierdas que Occhetto quiere hacer nacer del vientre del histórico comunismo italiano, el único que ha sabido sobrevivir al terremoto que ha visto desplomarse a los otros partidos hermanos.

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