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Fin de la Historia

Antonio Elorza

Para una mujer de formación profundamente cristiana, como Dolores Ibárruri, la primera estancia en Moscú, de diciembre de 1933 a mayo de 1934, supuso la confirmación de la nueva fe. Renuncia definitivamente a volver "a sembrar patatas" en su tierra minera de Somorrostro, donde el destino de la mujer no era otro que "parir y llorar". Ha sentido en su interior la emoción revolucionaria al ver desfilar dos regimientos de obreros de las fábricas moscovitas en la plaza Roja y ha experimentado el orgullo de triunfar como ora dora invitada en el congreso del partido bolchevique. Si, como ella misma advierte, ir a Moscú es para el comunista como ir a La Meca para el musulmán, el espectáculo del proletariado triunfante le hace pura y simple mente llorar. "El que no resucita después de presenciar un desfile de esta naturaleza", explica en carta a sus compañeros del PCE, "es que está más momia que la de Tutankamen". El seguimiento de la vía soviética de emancipación de los trabaja dores será en lo sucesivo, y sin espacio para la menor vacila ción, el único camino, y dentro de su partido comunista espa ñol, a él, consagra Dolores sus esfaerzos como dirigente y su enorme capacidad como propa gandista, y como símbolo infla mado de la pasión revoluciona ria. El Frente Popular y la gue rra civil ser án los períodos don de esa actividad destaque, has ta el punto de convertirla en personificación de los valores del mundial y de la resistencia española contra el fascismo. Quizá Pasionaria nunca alte ró sus esquemas ideológicos, y eso explipa la prolongada fidelidad a lum parrones estalinistas, precisamente en los años negros donde desempeña las máximas responsabilidades dentro del PCE, a partir de 1942, La explotación del capitalismo sobre los trabajadores determinaba un cuadro de negatividad radical cuya única salida era la revolución proletaria guiada por el partido vanguardia, con la ventaja de contar con un referentee infalible: la URS dirigida por Stalin. "Stalin", dirá Dolores en el discurso necrológico de mayo de 1953, " era una parte de la vida de cada uno, era la representación viva de las más nobles aspiraciones de las masas secularmente oprimidas, y a Stalin se le llevaba en el sagrario del alma como lo más querido, como lo más valioso". En realidad, lo inisino que ella representaría para. los comunistas- españoles en la prolongada era de] culto a la personalidad. De ahí que el 20º Congreso supusiera un auténtico derrumbamiento: "Para mí ftie caérseme los palos del sombrajo", contará más tarde, usando como siempre su repertorio de expresiones populares. Aunque, perdido el guía, quedaba en pie el modelo irrenunciable:la construcción del socialismo en la URSS y en las democracias populares. Fidelidad refórzada por el factor sentimental, t.,antas veces presente en el ditscurso político de Pasionaria. La muerte de su hijo en Stalingrado frente a los nazis, su permanente sufrimiento como madre, enlazan con otros sufrimientos, los de las masas en lucha contra la opresión, y todo ello justifica la intransigencia. Fernando Claudín y Federico Sánchez la experimentarán en sus cabezas cuando llegue el debate estratégico de 1964 y reciban de Dolores la acusación de transformar el partido en "una organización de Investigadores" de reblandecido meollo, olvidando la mítica lucha. Peor les había ido desde tiempo atrás a todos aquellos que desde dentro o fuera se opusieron a la línea del partido: Togliatti tuvo ya que subrayar su rigidez en tiempo de frente popular, y el rasgo se agudizará hasta niveles extremos durante la guerra fría.

Pero Dolores Ibárruri fue algo más que una dirigente comunista tradicional de la era estaliniana. Ya en el momento de entusiasmo de: la primera estancia moscovita pone sobre la mesa la baza de su sinceridad revolucionaria. Discrepa de la política sindical de clase contra clase que la Internacional Comunista desarrolla en España, y al borde de su vuelta a España asume el riesgo de manifestar esa discrepancia al dirigente internacionalista Manuilsky. Cuando éste le advierte que tendrá que aplazar su regreso, piensa por un irnomento en la retención en la URSS aplicada a los disidentes de otros países, y comenta la propia suerte con un expresivo: "¡Que sea lo que Dios quiera!". La historia tiene un final feliz, pero anticipa gestos posteriores, culminados en la espectac-ular oposición a la intervención militar del Pacto de Varsovia que en agosto de 1968 pone fin a la primavera de Praga. Breznev y Suslov no debieron dar crédito a sus ojos al ver alzarse contra ellos a uno de los mitos (de *la 111 Internacional. Para Dolores Ibárruri, la necesidad de decir no surgía entonces de una confluencia de factores sentimentales e ideológicos. Lamentaba el trato dado a los veteranos de las Brigadas Internacionales en Praga antes de 1968. Muy posiblemente le resultaba intolerable que de nuevo soldados alemanes, por muy socialistas que, fuesen, hollaran el suelo checo. Y sobre todo no creía lícito el uso de la fuerza contra un país socialista donde se mantenía la unión entre el partido comunista y el pueblo. A pesar de todo, no renegaba en modo alguno de su vinculacióri con la URSS. Pero precisamente por eso, su no a la invasión era el más rotundo.

Marcada por la dureza de la vida minera y por el componente tradicionalista del medio familiar, Dolores Ibárruri concibe la militancia como un compromiso casi saeramental con la suerte del pueblo, de los trabajadores. De ahí esa sensibilidad que le perrinite aunar tradicionalismo e innovación, al aplicar la máxima de que "los comunistas no deben freírse en su propia salsa", y el acierto de la autodefinición como comunista intuitiva. Ello explica el sorprendente refrendo a la polífica comunista de reconciliación nacional en 1956, imponiéndose "el sentido de lo nuevo" a las "verdades inoperantes y ya sobrepasadas".

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Es también un secretario general comunista que dimite por voluntad propia en 1960. Y hasta el final cumplirá su deber, haciendo intervenir el peso simbólico, reforzado por su presencia a lo largo de interminables sesiones, en el congreso comunista de diciembre de 1983. Se acerca entonces a los 90 años.

En definitiva, la figura histórica de Dolores Ibárruri no merece una presentación a modo de mito inmaculado. Es el punto de encuentro de corrientes contradictorias desde la lucha antifascista por la democracia al estalinismo, y también la referencia obligada para situar un largo período de la nuevamente sepultada historia del movimiento obrero. Su nombre viene a sumarse en el recuerdo a los de Juan Peiró, Joaquín Maurín, Francisco Largo Caballero, y a la evocación del sujeto colectivo en la perspectiva revolucionaria de los años treinta. No es un patrimonio único ni ofrece una lección permanente. Es más, si Dolores Ibárruri vio en la Revolución de Octubre el momento decisivo que le permitió superar la radical soledad de mujer minera, el hundimiento de ese mundo de sus creencias supondría hoy el aislamiento de su figura si nos atenemos a esa lectura reduccionista. Maestra en el uso de la palabra, Dolores solía advertir que al buen orador se le conoce en que sabe terminar. Y lo mismo sería aplicable a los planteamientos superados, como aquella esperanza, quebrada en 1956, de anular la derrota republicana. Hoy en Europa ya no tiene sentido la política de los trabajadores inspirada en "el odio santo hacia sus explotadores", que invocaba Pasionaria en sus primeros artículos, allá por 1922. El único camino se ha cerrado. Pero si el socialismo real se hunde, la explotación y las razones,para la lucha social no han desaparecido, y ahí está Latinoamérica para demostrarlo. Es el fin de una historia, no de la historia. Por eso, entre tantas poesías hagiográficas que recibiera en vida Dolores Ibárruri, destacan unos versos de Nicolás Guillén: "Que al pie del árbol caído,/ paloma, dile, / otro árbol crece, y su tronco / de verde viste".

Antonio Elorza es catedrático de Historia del Pensamiento Político de la Universidad Complutense

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