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Tribuna:EN EL INICIO DE UNA DÉCADA POLÍTICA
Tribuna
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La Euskadi posible

El País Vasco celebró estos días el décimo aniversario de la aprobación popular del Estatuto de Autonomía de Gernika, coincidiendo con las quintas elecciones generales de estos 12 largos años de democracia española, que dibujan un cuadro de estabilidad y consolidación del sistema político. Con ello cerramos una década preñada de acontecimientos internos y nos adentramos en otra que va a ser de grandes transformaciones exteriores, sobre todo en los escenarios europeos, tanto comunitario como del Este.Si la década que termina comenzó con la movilización conflictiva de la voluntad, mayoritariamente expresada, de ser una nación para acabar reconociendo las limitaciones de realización de tal deseo, la que comienza habrá de hacerlo con el convencimiento maduro de que una nación compleja sólo se puede construir relajadamente y desde la integración del pluralismo democrático. Si en la década anterior primaron más el pasado y los deseos de vencer, en la próxima las nuevas pautas van a ser el futuro y la necesidad de convencer. En la primera etapa ha predominado una concepción instrumental del sistema democrático (constitucional y estatutario), junto con una idea finalista de la política, mientras que en la que viene la madurez de la cultura política de la mayoría va a reconocer la profundización y consolidación democráticas como un medio y, sobre todo, como un fin en sí mismas. Se trata de un requisito indispensable para la removilización ética de la sociedad vasca y para su pacificación; el acuerdo por la paz de todos los partidos democráticos vascos no es más que un jalón en este proceso que, por constructivo, es el mejor desactivador de la subcultura de la violencia.

En el horizonte de las transformaciones seculares, 10 años son mucho y nada a la vez; puestos en perspectiva histórica, es mucho lo realizado en la década que termina, con un balance altamente positivo.

Mucho y nada

De cara a los requerimientos exteriores de los próximos años, la nueva década será la de la estabilidad y la puesta a punto para poder responder en mejores condiciones a los mismos; en unos casos porque tendremos que aunar fuerzas internas y, en otros, porque habremos de bogar en corrientes transnacionales.

Aunque en una tal dinámica todos somos necesarios, no cabe duda que el nacionalismo vasco juega un papel primordial como eje central del sistema político vasco. Su madurez y fortaleza son los del propio sistema democrático, y su crisis, también; por eso, los cambios que se vienen produciendo en el mundo nacionalista pueden arrojar más luz sobre esa Euskadi posible. Parecería que ya no son los tiempos de un nacionalismo xenófobo, resentido y contemporizador con la violencia, y sí los de un nacionalismo democrático, más seguro de sí mismo y de su propio pluralismo interno, a la vez que más pragmático y dialogante. Abandonado ya el mito unitario de la comunidad nacionalista y rendido ante la evidencia de su propio pluralismo interno, el nacionalismo democrático ha aceptado que Euskadi sólo será una nación por la vía del convencimiento y del consenso y en la medida en que sus propuestas impregnen el tejido social vasco como las más razonables y útiles.

Ése es precisamente el mayor valor del Estatuto de Gernika visto en perspectiva, y ésa es la vía abierta por él. La Euskadi posible de la próxima década no va a ser la de la autodeterminación o la de un nuevo estatuto nacional de autonomía, tampoco la que surja de hipotéticas reformas de la Constitución o del Estatuto, aunque éstas sean siempre discutibles y viables. La Euskadi posible será la de la consolidación del sistema democrático, apurando al máximo las virtualidades constitucionales y estatutarias, siendo todo ello más fácil desde un nacionalismo democrático que, sin renunciar a ninguno de sus objetivos, los atempera, aceptando sin reservas tanto la Constitución como el Estatuto.

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Cultura política

Sólo una Euskadi estable, institucional y políticamente, será viable en el inmediato futuro de las transformaciones socioeconómicas de gran calado. Pero, además, la Euskadi reunificada, federada y con presencia nacional diferenciada en la Europa del siglo XXI sólo será imaginable si ahora nos dedicamos a lo posible y sopesamos nuestro gasto de energías. Lo que sí está claro es que esta década no va a ser la de la quiebra del sistema democrático o la de la autodeterminación, y es poco probable que sea la de la integración de Navarra.

Consolidar el sistema democrático supone integrar y normalizar una cultura política en la que el respeto al pluralismo y la búsqueda del acuerdo sean los valores máximos. La Euskadi posible dependerá de que en esta década tengamos éxito en la construcción de esa cultura política en la que se reconozcan la inmensa mayoría que rechaza la violencia y acepta la democracia, las mayorías que ven con buenos ojos la euskaldunización de las nuevas generaciones, los que tienen poco o ningún interés en la política, los que se sienten alejados de los partidos o están insatisfechos con la política del Gobierno central, las dos mitades que se sienten nacionalistas y no nacionalistas o que aceptan o rechazan, la Constitución, el tercio que rechaza la identidad española, la cuarta parte que desea la independencia, las minorías insatisfechas con el Estatuto o el Gobierno vasco o incluso el 10% que desea la revolución socialista. A todos ellos hay que añadir los que no votan y los votantes de, al menos, siete partidos parlamentarios, además de algunos otros extraparlamentarios.

Sólo de este modo demostraremos estar a la altura de la responsabilidad histórica que supone entregar una nación madura y viable a la generación de la democracia, nacida y socializada en la transición y que habrá de alcanzar su madurez política en el siglo XXI.

es sociólogo y profesor de la universidad del País Vasco.

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