Europa como ideal
FRANÇOIS MITTERRAND, presidente este semestre del Consejo Europeo, y Jacques Delors, presidente de la Comisión de Bruselas, se han puesto de acuerdo para acelerar la ofensiva encaminada a dar el imprescindible empujón a la construcción de la Europa política. Continúan así el notable impulso dado, en el primer semestre del año, por la Administración española. Un proyecto ambicioso y que, por tanto, exige de tensiones. El momento histórico lo requiere, y cabe esperar que las declaraciones de ambas personalidades no acaben sólo en gestos, incluso si no se alcanzasen todos los objetivos diseñados por ellos.La primera dificultad parte de que en 1993 entrará en vigor el mercado interior -de acuerdo con el Acta Única ratificada por los Parlamentos- sin estar preparadas las instituciones imprescindibles para evitar que el desfase entre los avances de la Europa económica y los retrasos de la Europa política llegue a extremos límites. Si los capitales obtienen la libertad total de movimientos, pero no existe, paralelamente, una política social europea ni organizaciones monetarias y políticas con autoridad a escala comunitaria, las consecuencias serán graves para una visión progresista de la CE del futuro. Para hacer frente al reto japonés o norteamericano es precisa la unidad del mercado europeo, pero ¿debe ello significar el abandono de otras preocupaciones? Mitterrand dijo en Estrasburgo que "hacer Europa sin el concurso de los trabajadores sería una forma de hacerla contra ellos". Trabajadores son casi todos los ciudadanos.
La propuesta esencial del presidente francés se basa en que en la cumbre de Estrasburgo de diciembre se confirme la fecha de otoño de 1990 para celebrar la Conferencia Intergubernamental, reunión en la que se actualizará el Tratado de Roma con la creación de la unidad monetaria y el Banco Europeo. También insiste Mitterrand en que se presente en dicha cumbre la Carta Social con normas ejecutivas para los Estados. Parece acercarse, pues, el anunciado momento en que las posturas más avanzadas dentro de la CE chocarán, casi irremediablemente, con las tesis conservadoras de Margaret Thatcher, opuesta por principio a las medidas comprometidas en una Europa soberana y limitadora del nacionalismo de cada país. Mal momento para Thatcher, que atraviesa una fase de debilidad interna en el Reino Unido, agravada en los últimos días con la dimisión de su ministro de Hacienda, Nigel Lawson. La CE necesita prepararse para ese momento difícil; no puede renunciar, cediendo ante la intransigencia británica, a las decisiones que la gran mayoría de sus miembros consideran inevitables en el último tramo del siglo XX.
Hay, además, otro elemento inesperado que exige avanzar con un ritmo nuevo hacia la unidadpolítica de Europa: los cambios en el Este. La simpatía hacia la CE de Polonia y Hungría y la necesidad de una cooperación económica mucho más intensa con esos países no pueden gestionarse de forma aislada. Urge la Europapolítica, capaz de encarnar el enorme atractivo que tiene hoy la idea de la libertad para todos los pueblos del continente. Varios proyectos se barajan para reforzar la supranacionalidad, pero lo prioritario pasa por aumentar los poderes del Parlamento y estrechar al máximo el lazo entre el ciudadano europeo y las instituciones. Mitterrand propone, oportunamente, que la Conferencia Intergubemamental estudie y considere también otros asuntos tendentes a reforzar esa unidad política.
No es fácil prever los efectos de un estancamiento de la Comunidad Europea hacia la unidad monetaria y política, pero todas las hipótesis coinciden en el desastre de la oportunidad perdida. Las sacudidas provocadas por los cambios en el Este afectan a la estructura internacional surgida después de la II Guerra Mundial. ¿Qué quedará pronto de Yalta? ¿Se puede seguir hablando de un mundo bipolar? En el corazón de Europa surge la cuestión alemana con un vigor que nadie imaginaba tan sólo hace unos meses. Una consecuencia más de este terremoto continuo es que la República Federal de Alemania sufre presiones, internas y externas, para que incline su política hacia una Mitteleurope, o una Europa danubiana. Es lógico pensar en nuevas agrupaciones en la Europa del mañana, pero las posibilidades que ahora se vislumbran acrecientan la importancia de acelerar las bases de una realidad compacta de la Comunidad Europea. Si en el futuro aparecieran inclinaciones en la RFA que la distanciaran de la CE sería tarde para las lamentaciones.
"Es hora", ha dicho Jacques Delors, "de dar nueva vida a Europa como ideal". Si ese ideal ayuda a pasar el rubicón de la Europa política, bienvenido sea. Pero hay que ser conscientes de que el camino a recorrer es largo y lleno de obstáculos, y a su meta sólo se llegará con toda la voluntad política, fortaleza y estabilidad de que sean capaces los doce.
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