La fortuna echó una mano al Valladolid
Fallaron casi todas las previsiones. El estadio se llenó como nunca de unos aficionados entusiastas; el yugoslavo Josip Skoblar, el técnico local, jugó a ser Cruyff al dejar en la caseta a titulares para alinear a reservas y los suecos dieron mucha más guerra de la esperada. Nada parecía salir como estaba prefijado. Pero al Valladolid volvió a aparecérsele la suerte en forma de gol en propia puerta, como frente al Atlético de Madrid, cuando peor jugaba y más entonado estaba el Djurgarden. El tanto desarboló a los visitantes, que recibieron otro sólo cuatro minutos después. El Valladolid había resuelto con dos zarpazos un partido que casi siempre fue controlado por su rival.El Djurgarden, según figuraba en la agenda de los blanquivioleta, es un equipo de corretones toscos, pero disciplinados y que se despliegan con gran seguridad, aunque también con rigidez. Rara vez cambió su monótono 4-4-2. Frente a aquel compacto ejército de rubios, el Valladolid aplicó la guerra de guerrillas. Inferiores en el centro del campo, desordenados y confusos, los locales lo fiaron todo a la improvisación de sus individualidades, a su mejor técnica y al ataque ciego. No tardaron en darse cuenta de que eran pocas armas para romper una defensa sólida e inexpugnable por arriba y bien apoyada por sus centrocampistas. La superioridad táctica del Djurgarden no se tradujo en peligro porque los delanteros suecos demostraron ser más simples que el mecanismo de un botijo. Fallaron pases claros, no buscaron el hueco y cada vez que ensayaban el disparo a puerta encontraban el banderín de córner. Su extranjero, Gallowey, un británico de raza negra y el único profesional del cuadro, decepcionó. En el área vallisoletana fue una sombra tan torpe como lenta.
La falta de profundidad y picardía de los nórdicos salvó al Valladolid en los primeros compases y en los instantes finales. Los castellanos casi nunca acertaron a canalizar su juego ni crearon ocasiones claras. Skoblar dejó en el banquillo a los delanteros titulares, Jankovic y Peña, y alineó en su lugar a otros que han jugado pocos minutos, Roberto e Hidalgo. Ambos estuvieron muy flojos. Además, usó un semidesconocido 4-3-3 con tres centrales, Gonzalo, Moreno y Ayarza, este último en funciones de lateral derecho. Este batiburrillo táctico tardó en ser asimilado por los jugadores. Por fortuna para ellos, cuando crecía la confusión, llegó el gol en propia puerta de Lundberg. El segundo respondió a una opción racial y de genio de Gonzalo, Moreno y Moya. Con ambas jugadas, el Valladolid consiguió la tranquilidad, mientras que el Djurgarden parecía inalterable.
En la segunda mitad descendió aún más la calidad del juego. Los suecos siguieron imponiendo su mayor potencia física, pero, al llegar al área, se perdían. Las pocas veces que consiguieron llegar a la puerta se encontraron con un Ravnic inspirado. Consciente de la situación y para amarrar el resultado, Skoblar replegó a sus hombres y cambió a un delantero, Roberto, por un centrocampista, Caminero. La medida apenas se notó porque, al igual que el Djurgarden, el Valladolid fue incapaz de sacar jugo a algunos contragolpes y, al final, se dedicó más a defenderse que a intentar aumentar su renta.
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