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Arquitectura ilustre, pero incómoda

En España se reproducen las polémicas sobre obras singulares que, sin embargo, no satisfacen los fines previstos

En Valencia, por ejemplo, el flamante Palau de la Música, de José María García Paredes, presenta el problema de una zona cubierta enteramente de cristal que, en días soleados, convierte el vestíbulo del recinto en un auténtico horno, lo que ha hecho circular entre la ciudadanía un apodo para identificar el auditorio: el Microondas.Al no preveerse mecanismos de limpieza de la cúpula acristalada se ha tenido que recurrir a alpinistas para encaramarse a la cima de cristal y quitarle el polvo.

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"En el caso del Microondas", dice José María García Paredes, "el ayuntamiento de Valencia hizo un trabajo urbanístico previo muy importante. Evidentemente, en el vestíbulo del Palau de la Música hace mucho calor... durante tres meses, los meses en los que no menudea la actividad. De todas formas el edificio no está terminado. En el proyecio estaban previstos unos toldos desmontables para reflejar el 90% de los rayos solares. Pero estos toldos no han sido colocados, quizá por razones económicas. Se pueden colocar en el momento en que el ayuntamiento dé la luz verde. Yo no considero el auditorio terminado. En cuanto a la limpieza, cuando se presentó el proyecto, nadie me preguntó cómo se iban a limpiar esos cristales. En París, cuando le preguntaron al arquitecto chino norteamericano Pei cómo se iba a limpiar su pirámide -un proyecto posterior al Palau-, dijo: 'muy sencillo, con agua y jabón'. La limpieza de la pirámide, cada tres o cuatro meses, y mediante escaladores, como en el caso del Palau, se ha convertido en un espectáculo que la gente acude a ver. De todas formas, en mi proyecto estaba previsto un sistema de distribución de agua a presión desde la cúpula que no se se llevó a cabo por razones que no tengo claras".El auditorio de Madrid, también realizado por García Paredes, ha recibido algunas críticas, fundamentalmente referentes a la estética, pero también a la acústica. El jueves pasado, Odón Alonso, invitado para dirigir los conciertos del fin de semana, señaló a Efe que la acústica le parecía extraña "aunque espero acostumbrarme".

García Paredes se extrañó de que se escogiese la opinión de un único crítico frente a la de personas que han elogiado calurosamente la acústica. Explicó de todas formas que la acústica admite gustos, según sea reverberante o seca, y que su modelo es el de la Filarmónica de Boston, que prefería Von Karajan.

Mucho más dramático ha sido el resultado de Walden 7, una obra de Ricardo Bofill, bloque de viviendas incrustadas en un polígono industrial con la propuesta de hacer compatible un inquilinato ilustre con la imagen de vivienda social. En 1975, al año de inaugurarse, las baldosas de la fachada y paredes externas empezaron a caer, hecho que obligó a instalar una compleja malla metálica para evitar accidentes por la caída de cascotes. La promotora solicitó la declaración de ruina y finalmente ha sido el Ayuntamiento de Sant Just, en cuyo municipio se levanta el Walden, quien asumirá una solución definitiva.

El propio Bofill está ahora inmerso en una polémica sobre su proyecto de nuevo aeropuerto de Barcelona. Asociaciones de líneas aéreas criticaron, entre otros aspectos, una deficiente previsión en temas de seguridad -la multiplicación de accesos a la zona de embarque- a lo que el arquitecto replica que él hace una propuesta para la comodidad de los viajeros y que la seguridad era competencia de las fuerzas policiales.

En el terreno de terminales de transporte, el caso más ilustre es la estación de Renfe en Atocha, en Madrid, obra de Rafael Moneo.

A los seis meses de su inauguración hubo que limar andenes para evitar el roce de los vagones, cambiar el sistema de megafonía, idear un sistema de calefacción, poner rampas de emergencia y evitar el deterioro del granito. Los responsables del proyecto justificaron estas chapuzas porque la estación había sido concebida para trenes de cercanías y no de largo recorrido y reivindicaron su concepción de espacio abierto -con los subsiguientes problemas de frío- por tratarse de un lugar de tránsito y no de espera.

Estadios

Las instalaciones deportivas también han sufrido la dialéctica entre lo singular y bonito y su deficiente funcionalidad. La remo delación del estadio Benito Villa marín de Sevilla fue una de las obras que trajo consigo mayo polémica en la ciudad hispalense La empresa Dragados y Cons trucciones, que llevó a cabo la obra para adecuar el estadio a las condiciones exigidas por la FIFA para la celebración del Campeonato del Mundo, España 82, cometió un error de cálculo al situar el primer voladizo con una pendiente superior a la proyecta da, por lo que desde las tres últimas filas de asientos de la grada inferior era imposible divisar el partido. Los espectadores que sacaron abonos o entradas para presenciar los encuentros devolvieron sus boletos argumentando que sólo podían ver las piernas de los futbolistas. Actualmente ese espacio está hueco en la grada del Villamarín.Un caso más reciente ha sido el del estadio olímpico de Montjuïc -firmado por Gregotti, Correa, Milá, Margarit y Buxadé- con graves defectos de visibilidad en algunas zonas y una estructura que permite, en días lluviosos, que se inunden las instalaciones interiores del estadio. En muchos de estos casos, la urgencia política por inaugurar el recinto inacabado ha aumentado la evidencia de sus deficiencias.

En Madrid, es conocido el caso del estadio Bernabeu, del Real Madrid, inaugurado en 1947 sin prácticamente plazas de garaje (para un aforo de 98.700 personas), y que una vez acabadas las obras de reforma que se han emprendido, contará con un aparcamiento para 700 plazas (para un estadio con un aforo de 105.000 personas). El Real Madrid es polémico estos días porque, abandonada cualquier tentación de sacar el estadio de lo que se ha convertido en el centro de Madrid, se dispone a crear un centro comercial -aprobado ya por el ayuntamiento- que para los vecinos no hará más que contribuir a saturar la zona.

El debate sobre la arquitectura que se impone a su usuario tiene igualmente reflejos en los espacios públicos. En la plaza barcelonesa de los Paisos Catalans -de Piñón, Viaplana y Miralles- la estructura de hierro donde debía crecer vegetación no lo permite dado el recalentamiento del soporte ya que la plaza, de 900 metros cuadrados, apenas tiene ningún refugio sombreado en un insistente y generalizado abandono de la jardinería. Tras su inauguración en 1983, los autores replicaron a los quejosos afirmando que quien quisiera sombra se metiera en la estación cercana y reivindicaron el placer intelectual, la omnipresencia de los conceptos por encima de ciertas demandas de utilidad.

En Madrid, la plaza Chamberí, del arquitecto Arturo Oredozgoiti se inauguró en 1985. En ella se instaló un foso de arena rodeado por una arcada de ladrillo visto sin bancos ni zonas con sombra. Los días de lluvia se inundaba sistemáticamente y se tuvo que drenar y compactar parte de la arena instalada, motivo central de la citada plaza. El barcelonés Moll de la Fusta, de Manuel de Solà-Morales, alabado por rescatar el puerto para la ciudad, tenía, sin embargo, una extrema facilidad para anegarse en días lluviosos y los bares del paseo carecen de sanitarios.

Esta dialéctica, sin embargo, no es nueva y, por ejemplo, ni los propietarios de la Ville Savoie diseñada por Le Corbusier, ni la dueña de la casa Farnsworth, de Mies van der Rohe, aceptaron nunca vivir en sus celebradas residencias. Sin embargo, estas dos obras figuran en todas las antologías sobre las cumbres de la arquitectura del siglo XX. El inconveniente ahorro en los materiales, las urgencias políticas por inaugurar obras inacabadas o la descoordinación entre los promotores de un proyecto -que no saben atender a las solicitaciones tan diversas que surgen para los grandes equipamientos- junto, en determinados casos, a la militancia estética de sus diseñadores que rechazan filosóficamente la funcionalidad y no atienden a problemas menores son algunas razones de esta situación.

Gigantismo

Las universidades españolas no forman técnicos capaces de trabajar con alta tecnología y conjuntarse con los muy diversos especialistas que deben intervenir en toda gran construcción. Por otra parte, se encarga a interioristas y espléndidos diseñadores de recintos pequeños obras, como los estadios, de dimensiones gigantescas. La arquitectura española, reconocida internacionalmente en obras de pequeño tamaño, no ha sabido resolver con pericia los grandes equipamientos.A ello se añade una herencia filosófica de la vanguardia europea que prima la idea sobre la funcionalidad. El propio Oriol Bohigas ha reivindicado en algunos de sus escritos la necesidad de que el usuario se acomode a esta arquitectura incómoda porque, al final, se impondrá el concepto que la preside.

"Las ciudades de España se están haciendo más inhabitables, y no sólo eso sino que dentro de 30 años serán de las más feas de Europa", dice el antropólogo Julio Caro Baroja. "No sé si los desatinos se cometen por razones económicas, pero no veo la relación; por lo menos esa relación no era forzosa en el pasado".

A juicio de Caro Baroja, prima en España la superstición de que "lo que viene de fuera es lo mejor", también en arquitectura. Piensa que las teorías de Le Corbusier, todo lo sugerentes que se quiera, han producido "resultados detestables".

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