Experimentar a costa del ciudadano
Algunos arquitectos critican los excesos filosóficos de ciertos colegas
El arquitecto Lluís Domènech, a propósito de la citada polémica, manifiesta que no comparte "la teoría de que una obra, para ser de vanguardia, tiene que molestar al usuario". "Aunque visualmente pueda crear inquietud; funcionalmente, para mí, no debe molestar". Domènech añade que la función de la vanguardia en la actualidad no está tan clara como en los años veinte o treinta, cuando era necesario romper con el pasado. En su opinión, las ciudades modernas son ya demasiado caóticas como para introducir experimentalismos de dudoso servicio al público.
De cualquier forma, el arquitecto considera que el juicio sobre la funcionalidad de una obra "no es nunca diáfano: obligar al usuario a un recorrido más largo, por ejemplo, en una estación, puede representar una incomodidad desde un cierto punto de vista, pero una comodidad desde otro porque permite ver las cosas de forma más clara".El filósofo Xavier Rubert de Ventós ironiza sobre la cuestión: "Desde Platón hasta la época del despotismo ilustrado se entiende que es el especialista quien puede juzgar con justicia: el artesano, de la nave que construye; el general, del ejército; el político, del Estado; el arquitecto, de la arquitectura. La democracia moderna se caracteriza por el caso que se decide hacer al incompetente".
"El hecho de que el nuevo arte raramente ha sido apreciado por la gente desde el principio, junto con la renovada y urgente necesidad de contar con arquitectos por parte de los políticos", prosigue Rubert de Ventós, "ha permitido a los arquitectos conquistar cotas de endogamia dignas de La República de Platón. Además, ahondando en el mandato platónico, los arquitectos hablan mucho más de arquitectura que los escritores de literatura, los médicos de medicina o los filósofos de filosofía...". Y concluye: "Sí, yo también me cuento entre quienes piensan que nuestras ciudades precisan un poco de higiene aristotélica".
Antoni González Moreno-Navarro, jefe de servicio del Patrimonio Arquitectónico de la Diputación de Barcelona, coincide con esta idea de que los arquitectos hablan mucho de su profesión: "Pero, desgraciadamente", añade, "en los muchos simposios a los que he asistido debo decir que se tratan fundamentalmente cuestiones filosóficas y disciplinarias, muy pocas veces relacionadas con la eficacia y el uso de los edificios". González acaba de publicar en una revista un artículo cuyo titular deja pocas dudas sobre sus puntos de vista: El arquitecto no es Dios.
"La verdad es que me quedan pocos argumentos para defender mi propia profesión. Los arquitectos hemos pecado, seguimos pecando y nunca pedimos perdón. Ha habido en muchas actuaciones una prepotencia evidente". En la polémica entre el príncipe Carlos de Inglaterra y los nuevos arquitectos, no duda en alinearse con el primero: "El caso del estadio de Barcelona me parece significativo. Desde un punto de vista profesional con tiene errores difícilmente justificables". González añade, sin embargo, que la Administración debe en este caso asumir su parte de culpa. Esta consideración lleva al arquitecto a atacar a las administraciones en tanto que clientes de las obras que encarga: "El cliente, y más si es una entidad pública, está obligado a ejerce un control sobre el proyecto, la soluciones técnicas adoptadas, la eficacia de los resultados. Y cuando no lo hacemos tenemos el mismo grado de responsabilidad que el arquitecto a la hora de asumir el fracaso de la obra".
"Urbanismo y arquitectura no deben servir al lucimiento de genios y profetas, sino a las necesidades del usuario", manifiesta por su parte el abogado Eduardo Moreno, especialista en Derecho Urbanístico y autor del libro Barcelona, a dónde vas. "Por este motivo", añade, "no puede quedar exclusivamente en manos de los profesionales". Moreno afirma que es importante que exista un control político: "Una ciudad refleja siempre los intereses de la clase dominante. No existen un urbanismo y una arquitectura neutrales: siempre están cultural y políticamente condicionados".
Tom Wolfe, en su libro ¿Quién teme al Bauhaus feroz?, relata cómo los pupilos de la Bauhaus, obsesionados por una arquitectura antiburguesa, convirtieron en dogma ciertas imposiciones técnicas. "Dominaba entonces", explica el autor, "la inviolable teoría del techo plano y la fachada lisa. Se había decidido, en el ardor de los combates, que los tejados de dos aguas y las cornisas representaban las coronas de la antigua nobleza, que la burguesía imitaba cuanto podía. Por tanto, a partir de aquel momento no habría más que techos planos, techos planos que formaran limpios ángulos rectos con la fachada". Estos arquitectos trabajaban en ciudades a la altura del paralelo 52, y en esta franja del globo "hay nieve y lluvia para parar a un ejército" y, sin embargo, no se podían construir tejados inclinados que las escupieran. Otro caso inverso es la importación mediterránea de edificios enteramente acristalados que, en un clima soleado, obligan a inversiones suplementarias en la refrigeración de los espacios interiores.
Publicidad y griterío
"Creo que la arquitectura está desmadrada porque quiere competir con la publicidad y el cine, y se convierte en un griterío", dice un reputado arquitecto, que prefiere no identificarse, síntoma de la cautela que existe en el gremio. "Lo que hoy priva es la mercadotecnia. Antes, los experimentos se hacían con arquitecturas efímeras. Hoy se hacen con lo que los promotores imponen: son ellos los que copan el mercado a través de los canales de encargo"."Los edificios de toda la vida cambian de función sin ningún problema", dice. "Un hospital puede convertirse en escuela, residencia, cárcel, etcétera. Los nuevos edificios jamás pueden ser dedicados a otras funciones. Hoy se busca la exhibición de los materiales, a ser posible irreversibles", explica el arquitecto, quien añade: "Vivimos la negación de la arquitectura de siempre para afirmarse ella. Sin embargo, el arquitecto -que sin duda es un artista, aunque un artista con limitaciones- tiene el reto de servir a la comunidad y no a los especuladores". Pero "muchos arquitectos son capaces de cualquier cosa con tal de salir en las revistas de arquitectura". Y concluye: "Sería necesaria una nueva generación de arquitectos que volviese a estudiar a los clásicos".
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