STROBE TALBOTT El principio del absurdo
El nombramiento de un primer ministro de Solidaridad en Polonia es lo último que se pensaba que podría ocurrir en el mundo comunista. Al enfrentarse con hechos hasta hace poco inconcebibles, algunos intelectuales occidentales están dando muestras de un asombro que casi raya en la locura.La edición de verano de la publicación trimestral neoconservadora National Interest incluye un artículo titulado "The end of history"'. Después de 16 páginas de denso debate, tanto el lector como el autor parecen olvidar que la frase termina con una interrogación. La historia, según el punto de vista de Francis Fukuyama, ha sido una lucha maniquea entre las fuerzas de la luz y de la oscuridad. Los malos -antes los fascistas y ahora los comunistas- han perdido, y los buenos han alcanzado el triunfo. Pero al terminar la lucha también se acabó la diversión. Lo que queda de vida en la tierra, nos dice Fukuyama, no sin cierta aprensión, es un aburrimiento. Si desaparecen los males clasistas del mundo, que eran en otro tiempo Ia inspiración de la imaginación y el idealismo", corremos el riesgo de vernos reducidos a templar el instrumento de la prosperidad económica y eniretenernos con Ios problemas técnicos" y Ia preocupación por el medio ambiente".
El artículo ha provocado una enorme controversia, en parte debido a que Fukuyama es subdirector del grupo de asesores internos del. Departamento de Estado, dedicados a la planificación de políticas. Se están estudiando las posibles claves que su artículo pueda revelar para comprender el trasfondo ideológico de la Administración Bush. Hace 43 años el director y fundador del departamento de planificación de políticas, George Kennan, escribió un artículo en otra erudita publicación trimestral, Foreign Affairs, sobre la necesidad de que Occidente siguiera una política de contención con respecto a la Unión Soviética. El presidente Bush ha hablado de ir "más allá de la contención". Fukuyama ha superado a su jefe al proclamar que tal vez estemos presenciando "no sólo el final de la guerra fría, o de un período concreto de la historia de la posguerra, sino el fin de la historia en sí; es decir, la conclusión de la evolución ideológica de la humanidad y la universalización de la democracia liberal occidental como forma definitiva de gobierno en el mundo".
Hay que decir a favor de Fukuyama que maneja conceptos importantes y difíciles, pero su osadía se vuelve contra él. Hablar sobre "el fin de la historia" en presente es el equivalente filosófico de esa frase alegre y trivial que afirma: "Hoy es el primer día del resto de tu vida". En realidad Fukuyarna carece por completo de visión histórica.Observa los acontecimientos actuales a través de un telescopio colocado al revés, a la hora de analizar un período que apenas le dobla la edad (tiene 36 años). Tanto si está muerto, agonizante o simplemente pasando por una mala década, el comunismo, tal como lo entienden Fukuyama y la opinión general, tan sólo tiene unos 70 años de vida. Antes de la llegada de Lenin a la Estación Finlandia ya habían existido muchas tiranías predatorias, y aún muchas más existirán en el futuro, incluso en el caso de que un Romanov vuelva a ocupar el trono del Kremlin. Ni Gengis Kan ni Calígula necesitaron recurrir al materialismo dialéctico para dar interés a sus respectivas épocas históricas, así como tampoco lo necesitan los malos de hoy -o del mañana-
Fukuyama, al igual que muchos otros miembros de la Administración Bush, parece estar convencido de que la tendencia reformista y liberalizadora que barre el mundo comunista es esencialmente irreversible, sin que sea necesario que Occidente la apoye más que con su aplauso. Aunque se actualizase la tesis de Fukuyama y tomara en cuenta la matanza de la plaza de Tiananmen y las advertencias del Politburó sobre una crisis en el Báltico, posiblemente no conseguiría convencer a Lech Walesa de que en Polonia la historia ha llegado a un final feliz.
Con el convencimiento de que los acontecimientos más importantes pertenecen al pasado, Fukuyama describe cualquier problema que pueda deparamos el futuro como hechos sin apenas importancia, carentes de contenido y contexto ideológico, y por tanto de relevancia histórica. Esta idea hurga en la Haga del sufrimiento de las masas que mueren de hambre en África y Asia, de los habitantes de los sótanos de Beirut y de las víctimas del terror del narcotráfico de América Latina. Aunque desde la perspectiva de países como Japón, Italia, Holanda y Francia, en los que pronto aparecerá la traducción del artículo de Fukuyama, se contempla con optimismo el futuro del capitalismo y la democracia, no ocurre lo mismo en lugares como Perú y Bangladesh, o incluso en México e Israel.
Qué más da, parece dar a entender Fukuyama. "Por lo que a nosotros respecta, poco importan los extraños pensamientos que pueda tener el pueblo de Albania o de Burkina Fasó, dado que nuestro interés reside en... la herencia ideológica común de la humanidad". Esta frase, casi un añadido irrelevante entre las referencias a Hegel y los análisis de la argumentación de Fukuyama, no pasa, sin embargo, desapercibida. Resultará especialmente embarazoso el momento en que la poshistoria ofrezca su primer espectáculo desagradable, ya sea una guerra nuclear entre dos países retrasados y de extraña mentalidad, que nunca se preocuparon por Karl Marx o Adam Smith, o un desastre ecológico que escape al control de los tecnócratas, quienes según Fukuyama heredarán la tierra.
En un sentido melancólico, el pernicioso absurdo de Fukuyama no aporta nada nuevo. En los malos tiempos de Stalin y Breznev, a muchos norteamericanos les preocupaba demasiado la amenaza del comunismo como para atender de forma adecuada los problemas del Tercer Mundo (superpoblación, subdesarrollo y luchas intestinas), o las frustraciones del Primer Mundo, tales como la droga y la escasez de viviendas. En la actualidad, durante la animada era de Gorbachov, algunos estrategas occidentales han redefinido el reto como la necesidad de aceptar el declive del comunismo, pero su visión del mundo sigue caracterizándose por una peculiar combinación de arrogancia y falta de comprensión.
@ TIME Magazine
Traducción: Carmen Viamonte.
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