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Desterrado un párroco por contratar a unas bailarinas brasileñas para su iglesia

Juan Arias

En Sicilia, tierra de antiguos tabúes, un párroco ha caído bajo el punto de mira de su obispo por haberse permitido invitar, para animar una fiesta religiosa de su pueblo, Salemi, en la provincia de Trapani, a unas estupendas bailarinas brasileñas, que fueron como una aparición para grandes y pequeños.

El párroco se llama Calogero Augusta. A su favor y contra el deseo del obispo, monseñor Emanuele Catarinicchia, de desterrar al original sacerdote, se ha levantado todo el pueblo, que ha creado un comité en defensa del párroco. A favor del sacerdote han recogido más firmas que habitantes tiene el pueblo.El obispo se ha visto sorprendido por el respaldo que toda la parroquia ha brindado al sacerdote rebelde y contaba con que al menos las "viejecitas" se hubieran declarado en contra de las bailarinas, "que enseñaban el ombligo mientras se cimbreaban", no en una fiesta de carnaval, sino en el altar mayor de la parroquia. El sacerdote convocó a todos sus feligreses a una fiesta parroquial con procesión y letanías celebrada en la iglesia, que, gracias a su simpatía, acababa de construir con la ayuda de tantos benefactores, y, tras haber reunido a todos los feligreses, se puso en pie delante del altar mayor.

"Quien esté de acuerdo con que se quede el párroco que levante la mano", dijo el obispo Emantiele Catarinicchia, mientras abrasaba con su mirada inquisidora a la masa de gente. ¡Sorpresa! Tras unos segundos de sagrado silencio, se levantó al cielo un bosque de brazos en alto.

El obispo, Uncrédulo, quiso hacer una contraoferta convencido de que habían entendido mal. "Quienes deseen que el párroco se vaya de este pueblo", repitió silabeando sus palabras, "que levanten la mano". ¡Desilusión total!

La gente, empezando por los más ancianos, empezó a desfilar dejando la iglesia desierta. El obispo se quedó completamente solo, pero no cejó, sin embargo, en su intento y tomó, democráticamente, una decisión drástica: hizo cerrar a cal y canto la iglesia "hasta que el sacerdote don Calogero no se decida a obedecer", es decir, a hacer las maletas e irse a donde el obispo lo mande.

Al parecer, lo que ya no gustaba del moderno párroco siciliano era que en el verano -por ser un gran enamorado del mar- se iba con sus feligreses a la playa para continuar allí con su apostolado. El obispo, como han explicado algunos colaboradores suyos de la curia de Trapani, aunque no tiene nada en contra de las playas, no podía permitir que "un sacerdote se mezclase en la playa con bellas muchachas bajo la excusa de que amaba el mar".

Las bailarinas brasileñas, en la fiesta de la parroquia, que fueron como una aparición lejana para aquella gente que nunca había visto "nada tan bello", fueron la gota de agua que colmó la paciencia del obispo.

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