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Cartas al director
Opinión de un lector sobre una información publicada por el diario o un hecho noticioso. Dirigidas al director del diario y seleccionadas y editadas por el equipo de opinión

Una sugerencia a Lidia Falcón

Fernando Savater

No voy a citar otra vez lo del culo y las témporas, por no repetirme y por no ofender el respeto debido a mi interlocutora, pero a fe que volvía a cuadrar en este caso. A mí los muertos de Venezuela, Nicaragua, El Salvador o Guatemala me parecen tan bien como a Lidia Falcón los de Camboya, los de Etiopía (por cierto, mucho más numerosos con el régimen populista de Mariam que con Haile Selassie), los de China o los centenares de campesinos peruanos que se empeña en ejecutar Sendero Luminoso. No conozco los nombres de la mayoría de ellos, en efecto, lo mismo que le pasa a Lidia Falcón; pero, menos ufano de este desconocimiento que ella, me resisto a mandarlos a todos a la fosa común bajo el retórico y barato epitafio de pueblo. Dejémoslo en seres humanos, hechos y deshechos de uno en uno, como cada quisque: ya es bastante.Si se trata de mostrar solidaridad con ellos y con otros amenazados por la misma suerte (Lidia Falcón brinda un nombre propio, el de la feminista Cecilia Olea, pero seguro que los hay no menos dignos), a mí no se me ocurre más que desearles lo mismo que quiero para mí y ayudarles a conseguirlo: la democracia pluripartidista de mercado. Nadie salvo los imbéciles tienen a la democracia capitalista por el paraíso; pero mucho más imbécil hay que ser para, visto lo que corre por el mundo fuera de ella, tenerla por el infierno. Como algo sé, en efecto, de países latinoamericanos -por ejemplo, Colombia-, estoy convencido de que muchos de los que ayer siguieron el espejismo militarista a lo Ché, hoy están buscando precisamente esa democracia llamada burguesa. Para ello tienen la tarea de hacer factible una burguesía efectiva y extensa, hasta ahora impedida por la brutalidad de los caciques y por la obstinación de los iluminados. Me niego a creer que se les ayude haciendo la nómina de las desventajas de un sistema cuyas ventajas, que a otros nos tienen aburridos, ellos no han conocido todavía.

Pero, en fin, Wall Street, Castro y -según parece- Lidia Falcón piensan de otro modo. Por ello me permito sugerirle que en su próximo artículo pergeñe a grandes rasgos la alternativa que le parece más deseable. Su consejo nos sería muy útil, aunquedárnoslo le llevase más tiempo y reflexión que trabajos anteriores. A la espera de tales noticias, sería mejor que no hiciese demasiado hincapié en la ingenuidad ajena ni exhibiese tanto la propia: sabido es que los ingenuos en política nunca han hecho bien a nadie, ni del pueblo ni de la capital-

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