_
_
_
_
LA LUCHA CONTRA LA DROGA

La ley del silencio

Una mezcla de miedo y agradecimiento impera en el pueblo natal del narcotraficante Rodríguez Gacha

Antonio Caño

Nadie se atreve hoy a pronunciar en voz alta el nombre de José Gonzalo Rodríguez Gacha, el Mexicano, en su ciudad natal, Pacho, pero son muchos lo que añoran su millonaria presencia y muchos más los que temen que el fin del famoso narcotraficante también pueda llevar a la ruina a esta ciudad próspera, donde gracias al dinero de la cocaína, ganaderos analfabetos y campesinos sin tierra se desplazan ahora en modernos y carísimos vehículos de todo terreno. "Nunca lo he visto", "no sé nada de él", "hace mucho que no pasea por el pueblo".

Más información
Operación conjunta de fuerzas peruanas y agentes de EE UU en el Alto Huallaga

Todos repiten lo mismo en una animada mañana de sábado en la plaza principal de la ciudad, frente a los restos de una iglesia que se terminó cayendo por culpa de un cura escrupuloso que se negó a aceptar la ayuda ofrecida por El Mexicano. Hombre de una primitiva religiosidad, que ha llenado sus fincas de figuras de todas las vírgenes conocidas, Rodríguez Gacha quería ver en su pueblo una iglesia con paredes de mármol y figuras de oro, pero el párroco rechazó la oferta, lo que le provocó la antipatía del pueblo y a la larga le obligó a buscar otro lugar para sus sermones.Ni siquiera el alcalde de la ciudad, José Gonzalo Bustos, se atreve a pronunciar el nombre de su poderoso vecino. Bustos insiste en que a él no le consta que Rodríguez sea, como se dice, dueño del 70% de Pacho, que no le consta que las sociedades anónimas que formalmente aparecen como propietarias de las fincas del Mexicano en el pueblo le pertenezcan realmente. Ni siquiera quiere recordar si alguna vez en la vida le ha visto.

Es obvio que ni el alcalde ni el resto de los habitantes de Pacho, situada a menos de un centenar de kilómetros de Bogotá, dicen toda la verdad. Lo cierto es que pocos en el pueblo son capaces de olvidar las fiestas de julio de 1988, cuando El Mexicano recorrió las calles a caballo en compañía de 120 jinetes. Ni es fácil olvidar las corridas de toros organizadas por Rodríguez y que conseguían reunir sobre el ruedo de una ciudad de menos de 80.000 habitantes las más importantes figuras de la tauromaquia colombiana.

Mariachis

Está también vivo en el recuerdo las actuaciones de los mariachis, y sus mejores cantantes, encabezados por Vicente Fernández. Se acuerdan también en Pacho de los cientos de litros de leche que hacía llegar diariamente al hospital, de los regalos que repartía cada Navidad entre sus empleados y amigos, y de la atención que prestaba a todos los que se acercaban a sus fincas en busca de ayuda. Se le agradece que nunca instalase laboratorios de cocaína en su pueblo y que incluso dirigiese una campaña contra las drogas cuando aparecieron allí los primeros rastros del bazuko (cigarrillo hecho con los restos de la cocaína tras el refino).

Únete a EL PAÍS para seguir toda la actualidad y leer sin límites.
Suscríbete

Hasta Miguelito Patecazuelas, un pintoresco anciano que se ha pasado la vida vendiendo periódicos por las calles, baja su voz gastada para recordar desde un banco del asilo de la ciudad los días en que don Gonzalo le visitaba y le daba unos centavitos. Rodríguez cogió cariño a este personaje y colocó una foto suya en la pared de la principal taberna del pueblo, ocupada hoy por el Ejército, así como la emisora de radio, la discoteca, un restaurante y 12 fincas gigantescas.

Como resultado de la operación de represalia del Gobierno del presidente Barco contra Rodríguez Gacha han quedado sin trabajo en el pueblo cerca de 2.000 personas que se ocupaban de atender los negocios del narcotraficante. "Las medidas militares han dejado sin pan a siete personas por cada obrero desempleado", se queja el presidente del municipio, quien el pasado miércoles llegó a ser sustituido por un alcalde militar poco antes de que el Gobierno revocase el decreto que había anunciado un día antes.

En opinión del alcalde, Pacho es una balsa de aceite. Nunca ha visto hombres armados en la ciudad ni en las propiedades de Rodríguez Gacha, nunca han existido paramilitares ni ha tenido que hacer frente a ninguna situación delicada provocada por su gente.

El coronel Jaime Uscategui reconoce que no ha encontrado colaboración por parte de la población de Pacho para seguir la pista de Rodríguez. Desde un despacho instalado en el interior de la finca La Chihuahua, una de las 12 ocupadas por el Ejército, el coronel da las órdenes en este combate contra el narcotraficante, con pocas esperanzas, de dar con su paradero.

El jefe militar obtuvo un gran éxito con la detención de uno de los hijos de Rodríguez, Fredy, quien permanece en manos del Gobierno como un verdadero rehén de cara a futuras negociaciones. Cuando Uscategui interrogó a Fredy, de 18 años, éste le confesó que él sólo era "un chino cagueta" (un niño asustado), pero el coronel ha recogido después testimonios de cómo el hijo del Mexicano se paseaba amenazante por la ciudad rodeado de guardaespaldas y haciendo girar en torno a su dedo índice un revólver Magnum. Una de estas armas le fue encontrada a Fredy cuando cayó preso en compañía de siete guardaespaldas que iban provistos también de granadas de fragmentación, fusiles AK-47 y pistolas Bereita.

El caballo 'Tupacamaru'

Junto a los soldados que ocupan hoy La Chihuahua permanecen 17 de los antiguos empleados de Rodríguez con la misión de cuidar la propiedad y cuidar de las vacas, cerdos, chivos, venados, palomas y a los lujosos caballos pura sangre que sus hombres no se pudieron llevar consigo en su huida. No dejaron allí, por supuesto, al hijo más querido del Mexicano, el caballo Tupacamaru, el mejor ejemplar de Colombia, valorado en 300 millones de pesos (cerca de 100 millones de pesetas) que vivía en La Chihuahua en una casa alfombrada provista de dos espacios, uno para comer y otro para depositar el excremento, así como un pequeño altar donde se exponen algunas de las medallas y su fotografía.

Junto a la casa de Tupacamaru hay un bar de estilo tejano donde los soldados se ven obligados a contar dolorosamente los cientos de cajas de whisky escocés, coftá francés, champafía Moét y jerez Tío Pepe. A pocos metros de allí, rodeado de un césped bien cuidado, se encuentra el lujoso apartamento de tejado cóncavo que Rodríguez utilizaba como dormitorio, con una cama agitable por motores instalados en la cabecera y en los pies. En el armario todavía se guardan camisas de seda con etiquetas italianas, y en el cuarto de baño, dominado por una gran bañera triangular, siguen llenos de cremas y lociones de conocidas marcas francesas. Desde el apartamento se llega, caminando por una alfombra verde, a la sauna y el jacuzi, donde Rodríguez solía atender asuntos de negocios.

La ley del silencio impuesta en Pacho responde a una mezcla de agradecimiento y miedo. La población está orgullosa de que hubiese en Pacho tantos coches que había sido necesaria la instalación de semáforos, así como un ejército privado que en los últimos años consiguió expulsar a la guerrilla de los alrededores. Muchos de esos paramilitares están ahora sin empleo y más de un centenar de ellos se ha marchado a engrosar los grupos de autodefensa del Magdalena Medio.

Los pachunos no descartan que un día El Mexicano vuelva a comer fritangas campesinas en la ciudad. Por si acaso, guardan silencio. "Ésta es la base de su imperio, que tardó 10 años en levantarse y costará mucho derribar", dice el coronel.

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_