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Pesadilla en la selva

43 supervivientes de un avión brasileño estuvieron tres días perdidos en la inmensidad amazónica

"El japonés se abrazaba a su maleta con los dólares. Y murió", cuenta Marinés Coimbra, una madre de 25 años que consiguió sobrevivir con su hijita de tres años a la caída del Boeing 737 de la compañía brasileña Varig en la selva amazónica la noche del pasado domingo. Marinés y otros 42 supervivientes (hubo 13 muertos) pasaron 70 angustiosas horas en la selva oyendo cómo los aviones de búsqueda volaban muy cerca sin localizarlos y usando su propia orina para accionar la transmisión de radio de emergencia.

"Pero también orinar era difícil por la falta de agua", dijo la azafata Luciana de Mello. "En la noche del accidente teníamos agua suficiente, pero los heridos más graves necesitaban mucho líquido y resultó muy difícil racionar el agua. Pero teníamos que hacer funcionar el transmisor".La suerte de todos los supervivientes fue que el vuelo 254 es una ruta secundaria entre Marabá y Belem. Como suele suceder con frecuencia en esta región, subieron al avión varias personas acostumbradas a vivir en la selva. Entre ellas estaban Regina Saraiva, mujer de un garimpeiro (buscador de oro), y su hermano Afonso. Regina sabía cómo conseguir agua de plantas como la bananera, y fue su hermano quien descubrió, caminando por la selva, un pequeño río a una hora y media de distancia.

"El segundo día, por lo menos la cuestión del agua estaba ya resuelta", cuenta el doctor Joáo Roberto Matos, que estuvo más de 15 horas atrapado entre los asientos del avión. Con el impacto de la caída, los asientos se soltaron del suelo y provocaron las muertes por aplastamiento de los pasajeros que se sentaban en la parte delantera de la cabina.

"Pero no teníamos medicinas suficientes. Las personas ya sufrían mucho con los insectos, sobre todo un tipo de mosca que deposita sus larvas en las heridas o la sangre. Y había mucha sangre sobre las piernas, cabezas y brazos", prosigue.

"Comíamos algunas frutas y reservábamos las gaseosas del avión para los niños", dijo la azafata Luciana. "Yo no sentía mucha hambre, pero sí una inmensa angustia. Las avionetas pasaban por donde estábamos, pero nadie nos veía".

Dirección contraria

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El héroe fue el ingeniero Epamenondas Chaves, otro tipo acostumbrado a la selva amazónica. Al tercer día, Chaves decidió, junto con otros tres pasajeros, caminar en busca de ayuda. Después de 40 kilómetros a pie llegó a una hacienda, pero allí hizo frente a una situación absurda: las autoridades con las cuales estableció contacto por radio se negaban a creer que él era uno de los pasajeros del Boeing que buscaban hacía tres días.Todavía se desconocen las causas del accidente. El comandante del avión, César Garcés, dijo haber sufrido una avería completa en los sistemas de navegación, pero los investigadores suponen que él confundió el rumbo 027 (casi Norte) con el rumbo 270 (Oeste). Cuando se dio cuenta era de noche, no tenía comunicación con ninguna parte y no sabía dónde estaba. Así voló casi dos horas en círculos y, cuando se acabó el combustible, llevó el avión, con rara pericia, a tierra. El lugar donde aterrizó finalmente el avión estaba a 1.100 kilómetros de su destino final.

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