La odisea espacial de un robot
Neptuno deslumbra a los científicos y desvela a la humanidad la cara oculta del misterioso sistema solar
La travesía de la sonda norteamericana Voyager 2 hasta Neptuno ha supuesto un nuevo hito en la historia de la exploración del espacio por el hombre. Ha sido el triunfo de la tecnología y el saber. Ahora se conocen con más detalle los cuatro planetas gigantes del sistema solar y sus 23 nuevas lunas, observadas por vez primera, sus misteriosos anillos y dos torbellinos atmosféricos mayores que la Tierra. "Si queréis comprender la Tierra, id a ver otros mundos", ha dicho el científico norteamericano Carl Sagan como epílogo de esta aventura humana, y tras analizar, junto a un equipo de científicos, más de 80.000 fotografías enviadas por las gemelas viajeras.
, "Ahora prosigue su camino hacia el más allá. Ha tenido su último encuentro con un planeta. Lo ha logrado y ciertamente lo ha hecho bien". Con estas palabras, Bradford Smith, el jefe del equipo de científicos del Jet Propulsion Laboratory de Pasadena, en California, que ha guiado durante 12 años la marcha de la sonda Voyager 2 por el sistema solar, daba su adiós emocionado a este ingenio espacial y le deseaba suerte en su infinito viaje interestelar. Entre el alborozo y la tristeza se daba por concluida formalmente, el pasado domingo, la que muchos científicos han considerado la misión espacial más espectacular forjada por el hombre en este siglo, por encima incluso de la llegada de éste a la Luna. La sonda, tras acercarse a Neptuno y a su luna Tritón, que ha deslumbrado a los científicos, se dirige ahora hacia la heliopausa, la línea imaginaria donde se acaba la influencia del Sol y empieza otro mundo, quizá perteneciente a otra estrella, adonde llegará hacia el año 2012.
Han sido más de 5.400 millones de kilómetros siderales los que ha recorrido en 12 años esta nave espacial dando señales de vida. El artilugio de 825 kilos, tecnológicamente discreto, ha superado toda clase de riesgos y las mejores expectativas de operatividad que le otorgaban los técnicos. Tras cumplir las últimas órdenes de su misión, enviadas a su cansada memoria desde la estación de Robledo de Chavela, en Madrid, se dirige ahora a una velocidad supersónica hacia otras galaxias, con la esperanza de que alguna hipotética civilización encuentre el mensaje de los humanos que lleva a bordo.
Mensaje musical
En este curioso mensaje, grabado en un disco fonográfico, los llantos de un niño se mezclan con un fragmento de La flauta mágica, de Mozart, y un rock and roll de Chuck Berry. Es un mensaje a la americana, que también incluye una placa de aluminio donde están grabados los cuerpos de dos seres humanos desnudos, un dibujo que representa su sistema de reproducción y varias fórmulas matemáticas. En el disco fonográfico se han registrado también otros sonidos de la Tierra, como el ladrido de un perro y el atasco en una ciudad, entre otros. Además, en él están registradas 118 fotografías de diversos paisajes terrestres, saludos en varios idiomas y mensajes de Jimmy Carter y Kurt Waldheim. En un estuche aparte lleva una aguja para que alguien, si lo encuentra, pueda escuchar y ver el contenido del disco.
Las tres baterías de plutonio que porta la sonda Voyager 2 podrán proporcionarle energía hasta el año 2015 aproximadamente, fecha límite para que las estaciones de satélites de la Tierra puedan mantener aún algún tipo de contacto radioeléctrico con ella.Se habrá cumplido enton ces la última misión interestelar de esta máquina fantástica.
Desde la llegada del Apolo XI a la Luna, el 21 de julio de 1969, ninguna misión espacial norteamericana había tenido tanto impacto entre la opinión pública mundial como el que proporcionó, el pasado 25 de agosto de madrugada, la sonda Voyager 2 al aproximarse a sólo 4.800 kilómetros de la atmósfera del planeta Neptuno. En los años sesenta, la década dorada para Estados Unidos en el espacio, además de llegar a la Luna, los norteamericanos también exploraron Mercurio, Venus y Marte con naves automáticas.
Los científicos de la agencia espacial norteamericana NASA sabían que entre 1976 y 1979 todos los planetas exteriores de nuestro sistema solar se alinearían sobre un mismo plano. Este hecho sólo se produce cada 176 años. Por esta razón un equipo de científicos propuso un proyecto denominado El gran viaje, que pretendía enviar cuatro naves automáticas a explorar los cuatro grandes planetas de nuestro sistema solar. Pero por entonces la Administración de Richard Nixon ya había decidido reducir drásticamente los gastos del espacio. Al final sólo se construyeron dos sondas gemelas, la Voyager 1 y la Voyager 2.
Obstáculos vencidos
El programa ha costado poco más de 860 millones de dólares (unos 103.000 millones de pesetas), menos de lo que cuestan dos superbombarderos invisibles, y ha servido, entre otras cosas, para mostrar al mundo la extraña belleza y el misterio de nuestros vecinos planetas gigantes y sus satélites.
Pero lo más sorprendente es que esta aventura haya sido realizada por un aparato automático, un robot, provisto de seis pequeños ordenadores, con una capacidad de almacenamiento de información de 540 millones de bits -capacidad relativamente pequeña en comparación con la de los ordenadores actuales-, dos cámaras de televisión (telefoto y gran angular), un fotopolarímetro, una antena parabólica de 3,7 metros de diámetro y 11 instrumentos científicos. Entre éstos cabe destacar los detectores de plasma y rayos cósmicos, los sensores de infrarrojo y ultravioleta, varias antenas y un magnetómetro para registrar las condiciones que rodean a los planetas. Con el éxito de esta misión se ha cuestionado una vez más la necesidad o no de las misiones tripuladas, mucho más costosas y de resultados quizá menos significativos.
A lo largo de estos dificiles 12 años de viaje, y olvidada por la gran mayoría, la sonda Voyager 2 sufrió algunos desperfectos que, sin embargo, no le impidieron en ningún momento seguir desempeñando notablemente su labor. Perdió parte de su memoria y la capacidad de sus sensores disminuyó, e incluso el engranaje de una de sus torretas quedó atascado. Pero los técnicos de Pasadena no cejaron en su empeño y lograron desde tierra darle las órdenes oportunas para que actuara de forma adecuada y en el momento justo.
Se puede decir que su memoria fue trasplantada casi por completo en su trayectoria de Saturno a Urano, una labor de alta tecnología que ha recibido una respuesta no menos cualificada por parte de los cerebros electrónicos de la sonda. Programados en un principio para recoger datos sobre Júpiter y Satur-
La odisea espacial de un robot
no, los ordenadores de a bordo fueron reprogramados para subsanar algunas anomalías y para que pudieran continuar viaje hacia Urano y Neptuno.A pesar de algunas pequeñas dificultades, la Voyager 2, lanzada al espacio el 20 de agosto de 1977 desde el cabo Cañaveral (Florida), y la Voyager 1, que siguió los pasos de su gemela dos semanas más tarde, han enviado a la Tierra en estos 12 años miles de fotografías y datos y más información sobre los planetas exteriores de nuestro sistema solar y, sus satélites que la recogida desde la época de Galileo con todos los telescopios terrestres. La sonda Voyager 1 tenía la misión de visitar Júpiter, Saturno y Titán. En 1979, con algunos meses de intervalo, ambas naves espaciales llegaron a Júpiter. En este planeta descubrieron su turbulenta atmósfera y fueron testigos de la existencia de una gran mancha roja, que puede ser el núcleo de un fenómeno tormentoso de inmensas proporciones. La atmósfera de este planeta es muy densa y no ha sido posible indagar en su superficie. La NASA enviará el próximo 12 de octubre hacia Júpiter a la sonda Galileo, que se quedará en ese planeta y penetrará en su tupida atmósfera.
Volcanes en Io
Uno de los descubrimientos más espectaculares de las gemelas viajeras fue la actividad volcánica en el satélite lo. Hasta ese momento no se conocía la existencia de volcanes activos en otro cuerpo celeste que no fuera la Tierra. Los anillos de Júpiter, compuestos de finas partículas de polvo, hielo y rocas, fueron observados con detalle por vez primera, así como sus satélites mitológicos Calisto, Ganímedes, Europa, lo y Amalthea. Estos extraños cuerpos, bien diferenciados, dejaron en las retinas de las sondas espaciales sus huellas y su aspecto vivo unos y su cara pálida, gélida, pétrea y rasgada otros. También se descubrió un campo magnético de baja intensidad entre lo y Júpiter. En las proximidades de Saturno, entre 1980 y 1981, las viajeras se encontraron con los anillos de ese planeta, compuestos de raras partículas. Entre esos anillos y en sus inmediaciones hallaron siete nuevas lunas desconocidas hasta ahora.
La Voyager 1, que llevaba una trayectoria más rápida que su gemela, se dirigió hacia Titán, el único satélite del sistema solar, junto a Tritón, que posee atmósfera. La densidad de ésta, compuesta sobre todo de nitrógeno y metano, impidió a la sonda penetrar en los misterios de esta luna de Saturno, pero los científicos creen que una combinación de algunos compuestos que existen en su superficie helada podrían dar origen a ciertas moléculas orgánicas, tal como ocurrió en la Tierra hace millones de años. También opinan que podría haber allí chubascos de hidrocarburos que caerían lentamente sobre mares de etano y metano. Un paisaje sin duda digno de la odisea espacial de Arthur C. Clark. La sonda Cassini, de la Agencia Espacial Europea (ESA), visitará este satélite a partir de octubre del año 2002.
Alejada en el tiempo y el espacio de su hermana gemela, la sonda Voyager 2 se dirigió después a Urano, a cuyas proximidades llegó en enero de 1986. Allí descubrió dos nuevos anillos y 10 nuevas lunas, y también una anomalía en el campo magnético de este planeta, desplazado 60 grados de su eje de rotación, lo que se consideraba un caso único en el sistema solar. En la Tierra este desfase es sólo de 11,7 grados.
Con el acercamiento de la Voyager 2 a Neptuno y la proximidad del final de esta larga travesía se desató el interés internacional. Neptuno, descubierto en 1846 por el astrónomo alemán Johann Galle, era el gran desconocido, pero gracias a esta sonda estadounidense ya no lo es tanto. Su color azul grisáceo y la enorme mancha azul oscura que captaron las cámaras del Voyager 2 en su ecuador, al parecer una turbulencia gigante de características parecidas a la de Júpiter, han maravillado a los científicos e impresionado a los mortales humanos, que habían dejado ya de interesarse por el espacio. Los aparatos de la nave han captado vientos en la atmósfera de Neptuno de hasta 1.120 kilómetros por hora.
Extraños anillos
Neptuno nos ha sorpendido con los anillos que le rodean, entre tres y cinco, -los científicos no acaban de ponerse de acuerdo al respecto-, que en un principio parecían incompletos, pero que fotografías posteriores han mostrado que no lo eran. También se hallaron seis nuevas lunas, además de las ya conocidas Nereida y Tritón. Una de ellas, la 1989 N1, tiene un cráter de 385 kilómetros de ancho, debido tal vez al impacto de algún meteorito. En el campo magnético de Neptuno, la Voyager 2 se encontró con una especie de tormenta persistente de micropartículas que pudo poner en peligro sus mecanismos, pero, como en las mejores películas de ficción científica, salió ilesa. Los polos magnéticos de Neptuno están inclinados 50 grados con relación a los polos sobre los que gira el planeta, que lo hace una vez cada 16 horas.
Por último, y como si esta odisea no pudiera terminar de otro modo, la sonda Voyager 2 captó en su despedida las imágenes más intrigantes de todo su periplo. Las fotografías de Tritón, el satélite díscolo que gira al coritrario del resto de los cuerpos celestes conocidos, le han coronado de un halo de misterio mayor aún que el que ya poseía. Los corazones de más de un centenar de científicos que seguían desde Pasadena este episodio se encogieron por momentos. Todo hace pensar que Tritón es sin duda diferente. Esta vez, el gélido Plutón y su luna Charón, que andaban en otra órbita jugando al escondite, se escaparon a los ojos curiosos de la infatigable Voyager 2.
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