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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Usar y tirar

MÁS QUE sonrojo producen las palabras con que el alcalde de la localidad tarraconense de l'Aldea ha tratado de justificar, con el apoyo de sus 11 concejales, la expulsión de ese término municipal de 300 gitanos que habían sido contratados para recolectar tomates. Instalados en masías abandonadas, sin agua ni servicios, o en improvisados campamentos, cobrando salarios inferiores a los de otros temporeros y sin ser inscritos en la Seguridad Social, esos trabajadores fueron expulsados del pueblo en cuanto finalizó la cosecha. Ni un minuto después, pero ni un minuto antes. Porque los gitanos pueden ser buenos para recolectar frutas y hortalizas, pero dejan de serlo en cuanto han realizado su trabajo.Esa expulsión ha sido explicada por el alcalde con argumentos como que en los campamentos "había tanta mierda como gitanos", o que, desde la llegada de tales trabajadores, por el pueblo había que caminar "apartando a codazos a gitanos sucios, desnudos y algo ladrones".

La teoría de que en España está superado el racismo o de que aquí no se dan los comportamientos xenófobos que caracterizan a sectores de la población francesa, por ejemplo, podrá servir para tranquilizar las buenas conciencias de algunos, pero no se apoya en la realidad. Desde los campos de fútbol, en que apelativos como negro o indio son habituales para descalificar al percibido como diferente, hasta los Comentarios despectivos hacia conductores moros o familias sudacas, ilustran la pervivencia entre nosotros, viejo país de ridículos hidalgos, de sentimientos y actitudes específicamente racistas.

Especialmente con los gitanos, grupo étnico que desde hace siglos viene desempeñando en España el papel de chivo expiatorio hacia el que proyectar nuestras propias miserias. Excelentes ingredientes de tablados cazaturistas y muy útiles para coger tomates por bajo precio, los gitanos se convierten en molestos vecinos pasada la juerga o la cosecha. ¿Sacarlos de las bolsas de pobreza y marginación, facilitar su acceso a viviendas dignas, escolarizar a sus niños? Eso queda para las películas. Nosotros no somos racistas. Pero es que van sucios y tal vez nos roben. Y además son diferentes. Excepto sus manos, tan hábiles para coger tomates.

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