El ahogo del hogar
Como resaca de la crisis económica se extiende la percepción de un creciente malestar en los hogares. La convivencia doméstica parece cada vez más difícil, la tensión aumenta, el ambiente se carga de agravios comparativos y el estallido del conflicto en el hogar resulta progresivamente inevitable. Las causas son múltiples. Para mantener las expectativas de status las esposas tienen que buscar empleo remunerado, pues los ingresos del marido, a no alcanzan a pagar los costes crecientes del hogar. Pero si la esposa trabaja fuera las tareas domésticas se tornan objeto (le conflicto, pues los maridos se resisten a compartirlas. Y, por si fuera poco, el desempleo Juvenil obliga a los hijos a seguir dependiendo de sus padres por tiempo indefinido, elevando sobremanera las cargas del hogar.Sin embargo, el matrimonio también crea dependencia, pues tan pronto te divorcias experimentas la necesidad de volver a emparejarte. Así, te ahogas tanto con hogar como sin hogar, ¿Cómo entender tamaña paradoja? Todo parece indicar que el. hogar posee hoy una extraña centralidad: como ya no podemos identificarnos con nuestro trabajo (reducido instrumentalmente a mera fuente alienante de ingresos) ni con nuestra comunidad local (diluida hasta el anonimato en las colapsadas aglomeraciones urbanas), sólo nos queda el hogar como centro al. que referir nuestra pertenencia y nuestra realización personal.
En consecuencia, la lucha por el éxito ha debido trasladarse al escenario del hogar como arena donde se juega la representación del triunfo y el fracaso del status. De tal modo, nuestro narcisismo no es individualista, sino hogareño, pues necesitamos ostentar nuestro cónyuge, nuestros hijos y nuestro capital doméstico (casas, coches, gastos suntuarios, bienes duraderos). Ostentar el hogar es, ya, el imperativo ético.
Pero la ostentación por la ostentación suele generar frustraciones. Como reza el dicho anglosajón, la hierba siempre crece más verde al otro lado de la valla. En cuanto nos comparamos con los hogares ajenos, en seguida nos avergonzamos de la ruindad de los nuestros: nuestro cónyuge, nuestros hijos y nuestro equipo doméstico nos parecen cada vez menos dignos de ser reconocidos como propios. En consecuencia, creemos necesitar un mejor y más digno hogar, con otro cónyuge, otros hijos y otro capital hogareño, que no nos avergüencen sino que nos enorgullezcan. Y el círculo vicioso del malestar en el hogar recomienza. Como reacción a este problema aparecen en nuestras sociedades dos fuerzas o tendencias contrapuestas. La primera es de signo conservador, y su lema bien pudiera ser: "El hogar se ahoga, salvemos al hogar". Y frente a ella se sitúa otra, de naturaleza más defensiva que progresista, cuyo lema, simétricamente opuesto, rezaría: "El hogar nos, ahoga, salvémonos del hogar".
Por supuesto, la corriente, salvacionista más obvia es la. propuesta por la derecha reaccionaria, que ante todo pretende conservar su modelo de familia patriarcal tradicional, basado en el matrimonio indisoluble y la sumisión femenina, por dorada que sea ésta. Pero hay otras corrientes pregresistas que también pretenden desahogar los hogares que se ahogan. Hay que ayudar a los jóvenes a ejercer su derecho a formar familia, ejercicio que hoy resulta bloqueado por el desempleo y el coste de la vivienda. Es preciso crear las condiciones infraestructurales que hagan posible compaginar el trabajo femenino remunerado con la asunción de responsabilidades maternas. Y, en fin, parece obligado prestar asistencia a todos aquellos hogares desfavorecidos que más se han visto desestabilizados por la crisis económica.
Sin embargo, río menos legítima resulta la tendencia opuesta, de raigambre ilustrada. Proteger y reforzar la familia, como pide la derecha, acarrea el riesgo de contrarrestar las expectativas de emancipación de las personas que se ahogan en el hogar. Los jóvenes necesitan emanciparse de su dependencia de la familia de origen, si han de asumir la responsabilidad de adueñarse de sí y crear su libre autorrealiz ación personal. Y las mujeres, ejerciendo la justa demanda de su derecho a la igualdad, precisan emanciparse de su dependencia doméstica de un hogar que ahoga sus expectativas de liberación personal.
Ambas reivindicaciones resultan igualmente herederas del programa de la Ilustración, que identifica el progreso humano con la libre emancipación personal. Y el mensaje ilustrado es muy claro al respecto: emanciparse implica liberarse de la sujeción al hogar, a la cuna, a la casta y a la tradición familiarmente heredada. En consecuencia, el derecho a la libre emancipación personal deber ser públicamente protegido para que no pueda verse ahogado por la sujeción al hogar.
¿Cómo romper este círculo vicioso? Si la emancipación personal (irrenunciable en una sociedad que antepone el libre albedrío a todo lo demás) es concebida corno liberación del hogar, entonces no hay salida y el círculo se cierra: todos los esfuerzos emancipadores se dirigirán contra el hogar y, en virtud de semejante profecía autocumplida, éste reaccionará oponiendo resistencia. Por tanto, a salida pragmática es simple. Basta concebir la emancipación personal no como una liberación del hogar, sino como una Iiberación por el hogar. Así, el círculo se abre, tornándose virtuoso: si los esfuerzos emancipadores se dirigen no en contra sino a favor del hogar, éste podrá reaccionar facilitando y reforzando la capacidad emancipatoria.
Pero ¿es esto posible? ¿Puede actuar el hogar a favor de la emancipación personal de sus miembros, en vez de ahogarla? Sin duda. Es más, incluso es ésa, precisamente, la principal funcionalidad del hogar: aquella que mejor justifica su actual sobrevivencia. El hogar, o es ahora una fuerza emancipatoria de sus miembros personales, o día de ser ya un hogar. Y esto no es sólo una deducción abstracta. De hecho, todos los hogares, con mejor o peor fortuna, suelen culminar con éxito la emacipación de su descendencia, en vez de ahogarla: la filiación, raíz del hogar, es la relación emancipatoria por antonomasia.
Las aves arrojan del nido a sus crías no para que se estrellen y mueran ahogadas, sino para que aprendan a volar con sus propias alas. Y el hogar, más que un nido, es un auténtico cañón emancipador, que dispara a sus miembros para que asciendan hasta lo más alto, apuntando al blanco de su libre realización personal. ¿Salvar al hogar o salvarse del hogar?: salvar al hogar para poder salva. se por el hogar. Es decir, reforzar la ingente capacidad emancipatoria que el hogar atesora en potencia.
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