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Ni un día de tregua

En grandes zonas del país africano, la vida transcurre entre el terror guerrillero y el de un ejército sin disciplina

Los tambores apenas tocan en la sabana de Nampula, en el norte de Mozambique. El terror ha forzado a sus habitantes a renunciar a su pasión ancestral por la danza. Todos los sentidos están atentos para captar el menor indicio de alarma. El grito de un niño al jugar, una puerta golpeada por el viento, el ruido de ramas rotas bajo el paso de extraños bastan para que el corazón se sobresalte y las piernas corran rápidas. Para definir la compleja maraña que configura en Mozambique un conflicto sin frentes, en que las acciones siempre se resuelven con matanzas de civiles y la víctima nunca sabe con certeza la identidad del carnicero, la sabiduría popular ha acuñado una terminología especial: "Hay situañao" o "Estamos de bandos" son las fórmulas con que se define el momento cumbre en que el boato (falsa alarma o indicios de peligro) se confirma y no hay más esperanza que la huida rápida.

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En la provincia de Nampula los enfrentamientos de la guerrilla Resistencia Nacional de Mozambique (Renamo) contra las fuerzas gubernamentales del Frente de Liberación de Mozambique (Frelimo), sólo comenzaron a producirse a Finales de 1983. Pero desde entonces no ha habido un día de tregua. Toda la provincia se ha convertido así en una de las más afectadas por la situación.

Escaramuzas y matanzas

Moeria -a unos 50 kilómetros de Nacala, el segundo puerto de Mozambique- es quizá el punto que registra el récord de escaramuzas y matanzas. La población se halla reunida en torno a una misión, que incluye un hospital y un colegio. En lo que va de año, el recinto ha sido rodeado por los guerrilleros una decena de veces. En otras tres ocasiones, los bandidos han entrado incluso en las dependencias de los religiosos blancos. Y ante los ojos de los misioneros han sacado a rastras a las mujeres y jóvenes que se habían refugiado en sus habitaciones. Roban todo lo que hallan a su paso: medicinas, víveres -andan especialmente necesitados de sal- y las colchonetas del hospital recién estrenadas, que las enfermeras, tras varias intentonas, han desistido en reponer.

La última incursión se produjo esta semana. Hubo suerte. Los guerrilleros iban en busca de gente para llevar a sus escondrijos, pero esta vez los profesores y alumnos se hallaban fuera del poblado por vacaciones.

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Habían pasado apenas 15 días desde el anterior asalto, en el que desaparecieron unas 45 personas y otras 10 resultaron muertas. Entre las víctimas, un niño de cuatro años. Una mujer de las que fueron hechas cautivas en aquella ocasión, pero que logró huir, fue testigo de la tragedia: "El niño estaba enfermo, su madre lo llevaba en brazos. Los bandidos le ordenaron que le hiciera callar, pues no querían ningún ruido que alertara a las demás aldeas. Pero el niño no paraba de toser. Se lo arrancaron a la madre y lo mataron a machetazos. Luego hicieron un agujero y lo dejaron ahí. Después le ordenaron a la madre que cargase con parte de lo robado y que les siguiera hacia la base".

Las horas más peligrosas, las favoritas de los guerrilleros para realizar sus ataques, son las que van entre el amanecer y las siete de la mañana. Para evitar ser sorprendidos en el sueno, en Moeria los aldeanos no duermen en sus casas.

Todas las tardes, al anochecer, cogen los hatillos donde guardan los restos de lo que les ha quedado tras sucesivos ataques y, con sus familias y sus xiricos -voluminosos transistores rusos, de los que los hombres nunca se separan-, se internan en el mato, la sabana. Allí tienen las chochoronas, guaridas construidas entre la maleza con paja y ramas de árboles. Entierran sus posesiones y papeles y, tumbados en sus refugios prácticamente a la intemperie, esperan a que vuelva a salir el sol.

"Ahora que es invierno el relente causa estragos entre los niños", explica el director mozambiqueño de la escuela. Son las siete de la mañana y, como los demás, acaba de regresar de la chochorona. La hierba todavía está húmeda. En el aire vibra el temor. Hay movimiento de bandos por la zona.

Nuevas tácticas

Pero estas artimañas comienzan ya a no dar resultado. Los bandidos, hartos de encontrar las aldeas vacías y limitarse a incendiar las cabañas, han comenzado a cambiar de táctica. En lugar de marchar como antes, en columna, ahora avanzan formando una malla humana, que rastrea a los fugitivos ocultos en el bosque. A cada ataque, una pequeña tregua. Para los supervivientes es el momento de volver a empezar. Antonio, por ejemplo, ya ha, comenzado a extender los ladrillos recién hechos para que se sequen al sol: es la decimoséptima vez que le han quemado la casa y la reconstruye. No siempre la Renamo es responsable. Al menos en dos ocasiones Antonio reconoció a miembros de las milicias populares entre los devastadores.

Las mujeres son el objetivo favorito de los secuestros. Si tienen suerte, las capturadas se convierten en una de las esposas de un comandante. En este caso la víctima no sólo se libra de ser compartida por varios miembros de la tropa rasa, sino que se asegura un trato de respeto y una situación de bienestar. Porque la vida puede ser muy dura para los recién llegados al territorio de la Renamo: varias cautivas de segunda clase han reaparecido en zona Frelimo con la carne en los huesos y vestidas con corteza de árbol machacada.

Y regresar siempre exige una reflexión, pues no sólo se arriesga la vida con los centinelas del movimiento guerrillero Renamo; las milicias gubernamentales, por su parte, no tienen piedad con cualquier sospechoso de ser enemigo.

Las grandes olas de retornados de las zonas ocupadas de Renamo suelen producirse cuando corre la noticia de que el Frelimo prepara una gran ofensiva para recuperar territorios. Antes de salir de las aldeas, al igual que los bandidos, los soldados suelen acudir a los hospitales para pedir estimulantes, que al mezclar con alcohol produce efectos eufóricos. Los civiles son también, en esta zona, las principales víctimas de las matanzas que acompañan las vasculhas -redadas del Ejército.

"La última gran vasculha se produjo el pasado noviembre", explica María José, una campesina. de la zona. "Estuvimos muy preocupados. Tenemos familia en el otro lado. Fueron raptados, pero les ha ido bien y, además, están todos juntos, los padres y sus niños. Al fin y al cabo, los que estamos del lado del Frelimo sufrimos de la misma forma que los que están allí. Nosotros también tenemos que dar nuestras cosechas a los soldados, que rapiñan lo que encuentran. Pero en esa operación murió mucha gente. Hubo incluso dos mujeres que estaban huyendo de la Renarno y que, al cruzarse en el camino con los soldados, acudieron a ellos creyendo que así estaban a salvo. Las mataron también", añade la mujer.

En sus rastreos, los soldados también hacen prisioneros. "Cuando no traen a nadie quiere decir que han matado a todos los que encontraron. Para saber algo hay que esperar a que haya fugitivos del otro lado", concluye María José.

Noticias de paz

Desde la capital, a través de los transistores llegan noticias de paz, de conversaciones para un acuerdo. Para mamá Rosa, campesina, madre de 10 hijos y viuda de un maestro de escuela muerto por Renamo, la paz es una quimera. "Muchos se han acostumbrado a aprovecharse de la situación. No todos los hombres tienen fuerza para salir adelante. Beben y no trabajan, Entre tanta confusión, la situaçao ha acabado con nuestras tradiciones. La machamba antes era sagrada. Ahora todo el mundo se ha acostumbrado a robar y vivir a costa de los demás". No lejos de allí, camino de la costa, una manada de leones hambrientos de carne humana contribuye a engrosar las desdichas de los campesinos. Los militares no se han atrevido a hacerles frente. Según sus creencias, los leones son la reencarnación invencible de un hombre. Para los habitantes de la zona, no hay duda de que en ese caso se trata de los espíritus de los guerreros de la Renamo.

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