Camas
La asociación española de fabricantes de camas ha decidido aumentar varios centímetros la longitud de su producto. La razón se debe, al parecer, al crecimiento físico de los usuarios.Pero ¿no habrá detrás de ese motivo otro más inquietante?
Sospecho que sí. Los fabricantes de camas están alarmados por la ola de separaciones matrimoniales que ha invadido a nuestro país. Con muy buen criterio han dicho: o hacemos algo para que mejoren las relaciones horizontales de la pareja indígena, o vamos de cabeza a la ruina.
La demanda de las nuevas camas va a ser arrolladora. Ya estamos hartos de dormir en posición fetal sobre un jergón canijo. Solteros, canónigos y cónyuges piden a gritos el nuevo camastro nacional. ¿Quién no desea estrenar un gran somier cuando el cuerpo empieza a perder muelles? ¿No llegó acaso la hora de la homologación del catre en un mundo que oferta regias camas del tamaño king, queen, triple y doble?
Los constructores de viviendas se frotan las manos. Van a tener que levantar nuevos bloques de edificios con dormitorios a la medida del amplio canapé y no, corno hasta ahora, del tamaño caja de cerillas.
Traperos y anticuarios saltan de gozo imaginando la avalancha de camastros que llenará sus almacenes. Unos para el despiece. Otros para la venta a terceros países de bajo poder adquisitivo y aún más baja población.
Pero lo más alentador es que muchos matrimonios mal avenidos regresarán al tálamo nupcial. La modificación del espacio va a ser más poderosa que la erosión del tiempo. Porque ¿cómo íbamos a hacer las paces con el cónyuge cuando apenas nos cabían los pies debajo de la misma sábana? ¿Cómo íbamos a proteger nuestro amor cuando era imposible unir los juanetes al alba?
La gran cama hará que se sientan más pequeños los que son grandes y más cómodos todos los demás.
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