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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Democracia contaminada

AÚN MÁS que la contaminación de las aguas del Adriático angustia hoy a la opinión italiana una serie de fenómenos que indican la creciente intoxicación en los servicios encargados de perseguir los crímenes de la Mafia y de defender la democracia. El asesinato en Palermo, hace tres días, del policía Agostini y de su esposa no es sólo un crimen odioso; realizado en el barrio de San Lorenzo, feudo del clan Corleone que dirige las diversas bandas de la Mafia, es un mensaje de sangre que esa organización envía al Estado italiano para proclamar que sigue viva y pujante, dispuesta a seguir matando. Ello ocurre precisamente en el momento en que estallan a la luz, con más evidencia que nunca, las luchas intestinas entre los servicios de la Administración; cuando se descubre, por ejemplo, que los teléfonos del fiscal Falcone -primer responsable de la lucha contra la Mafia- estaban pinchados, no se sabe si por grupos mafiosos infiltrados o por servicios rivales deseosos de sabotear su trabajo.La actual situación en Palermo es trágica. "la Mafia está ganando", ha dicho, en un informe dirigido al presidente de la República, el presidente de la comisión parlamentaria encargada de investigar los crímenes mafiosos. Sus vínculos con el narcotráfico son evidentes. Maneja sumas gigantescas gracias a las cuales puede sobornar a funcionarios públicos y ejercer su influencia en zonas de la vida política. Hay razones de diversa índole que explican los reiterados fracasos de la democracia italiana en sus intentos por acabar con las redes mafiosas. Unas son de carácter organizativo. Pero existen, asimismo, causas netamente políticas: en la cumbre de la Democracia Cristiana -que utilizó en ciertas etapas sus nexos con esas redes para reforzar su influencia- no ha existido una voluntad clara de llevar la lucha contra la Mafia hasta el fin, hasta el desenmascaramiento de todos sus protectores.

¿Podrá el Gobierno de Andreotti, constituido después de más de dos meses de crisis política, dar el giro imprescindible hacia una política más enérgica y efectiva en ese terreno, que permita limpiar las zonas contaminadas del aparato estatal? Nada permite dar una respuesta afirmativa. En esta cuestión, como en tantas otras, el nuevo Gobierno italiano representa un retorno al pasado. Con una inteligencia que nadie le discute, pero que maneja con escasos escrúpulos, el zorro Andreotti es el político que más veces ha ocupado cargos ministeriales, 27 veces en los 49 Gobiernos que ha tenido la República italiana. Pero en los complejos meandros de su carrera no han faltado relaciones con gentes turbias, como el jefe de la logia P-2, Licio Gelli, acusado de conspirar contra la República, e incluso con personas ligadas a la Mafia, como el ex alcalde de Palermo Vito Ciancimino. Ese pasado en modo alguno puede ayudarle en la tarea, hoy decisiva, de dar una nueva moral a los cuerpos del Estado encargados de poner fin a las contaminaciones mafiosas.

Pero no se trata sólo de la persona de Andreotti. Su Gobierno repite la fórmula del pentapartido, calificada de caduca por el propio Craxi. Basado en el puro pragmatismo ante los problemas inmediatos, incapaz de enfocar los problemas políticos esenciales, tanto para consolidar la democracia italiana como para contribuir a la construcción europea en la perspectiva de 1992, es un Gobierno cogido con alfileres. Representa un éxito para las fuerzas tradicionales de la Democracia Cristiana, que han logrado enterrar el proyecto renovador representado por De Mita. Pero ello agudizará la lucha interna en el seno de ese partido, y las sonrisas de hoy pueden ser llanto mañana. También es muy seria la responsabilidad del partido socialista. Decepcionado por su escaso crecimiento electoral y por el éxito de Occhetto en sus esfuerzos por hacer del PCI un partido reformista con respaldo popular, Craxi espera que una etapa del Gobierno de Andreotti le permitirá debilitar a los comunistas y asumir la hegemonía en la izquierda italiana. Pero la realidad puede escoger otras sendas. Subvalorar, en aras de cálculos politiqueros, problemas decisivos como el de la Mafia no es una buena receta de éxito.

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