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Tribuna:LA CATÁSTROFE DE LA COLZA
Tribuna
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La necesaria reconciliación

Para el autor del texto, el síndrome tóxico fue una catástrofe típica, aunque nunca tuvo tal calificación oficial, y, como en todas, intervienen factores psicológicos, entre ellos el legítimo de agresividad de los afectados hacia los que permitieron la catástrofe. La sociedad española y sus políticos deberían ser capaces de buscar con ahínco un camino de reconciliación.

La decepción que ha producido la sentencia del juicio de la colza y su gran eco en los medios de comunicación social eran algo esperable. Se habían puesto en la sentencia tantas esperanzas, que, en mi opinión, cualquiera que hubiera sido el pronunciamento de los magistrados la reacción habría sido semejante. Los afectados y la sociedad en general esperaban, más de un modo inconsciente, que el tribunal resolviera el problema del síndrome tóxico. Sin embargo, nunca puede ser ésta la función de la justicia, la cual no es otra que la de la aplicación de las leyes. El alto prestigio que jueces y tribunales han mantenido y mantienen en tiempos tan cambiantes hacen que la sentencia haya sido aún más incomprensible.El síndrome tóxico fue una catástrofe típica, aunque oficialmente nunca fue declarado como tal. Están en él presentes todas las condiciones de otras catástrofes naturales o provocadas por el ser humano, civiles o bélicas. En todas ellas intervienen factores psicológicos a los que cada vez se les presta más atención, ya que son capitales para su presentación, y además, para la magnitud de sus consecuencias. También lo son para su resolución.

Lo que caracteriza a una catástrofe es ser un acontecimiento que pone a prueba la reacción y desborda la capacidad de adaptación de un grupo social. Hay desgracias individuales o colectivas que, a pesar de su intensidad o dimensiones, no son catástrofes porque la sociedad dispone de medios de intervención para hacerles frente. Es posible que en el pasado lo hubieran sido y que también lo sean en otros grupos sociales menos desarrollados. Así, a pesar del número elevado de sus víctimas, los accidentes de tráfico no son catástrofes, y sí comparten las características de éstas las víctimas de violaciones, secuestros o actos terroristas, grupos mucho menos numerosos. Las catástrofes ponen en marcha no sólo recursos propios para hacerles frente, que suelen considerarse insuficientes, sino también ajenos.

La psiquiatría militar fue la primera en estudiar la psicopatología de las catástrofes, no en vano son las bélicas las de peores consecuencias, que se desarrolla en fases sucesivas. Hay una primera, anterior a la catástrofe misma, la fase de preimpacto, caracterizada por la presencia de mecanismos de negación tales como no pensar que lo que puede suceder sucederá.

La existencia de un mercado fraudulento de aceites vegetales para el consumo humano era bien conocido antes de 1981; la falta de control de la venta de aceite a granel en mercadillos era ostensible, y en ninguna cabeza debería caber que el precio que se pagaba por la calza no podía proporcionar aceite de oliva barato comercializado sin intermediarios. La falta de previsión y anticipación son otros factores predisponentes a toda catástrofe. Tras el impacto viene una fase de hiperactividad, muchas veces estéril, porque suele no ir dirigida directamente al suceso en sí (las catástrofes tienen siempre algo de novedoso que hace que su identificación correcta sea tardía) y a veces se extiende de un modo ciego o inconsciente contra aquellas circunstancias, antes negadas, que la hicieron imposible. La reacción que el síndrome tóxico produjo en los medios de comunicación, el sensacionalismo, y en la Administración, guiada por la teoría de que "no hay más límite que la demanda", no fueron todo lo eficaces que hubieran podido ser. En cierta manera, a pesar de su generosidad, tuvieron algunos efectos negativos. La fase siguiente en toda catástrofe es una de agotamiento ("agota miento del combate" en términos militares) y da paso a la última de recuperación, en la que los mecanismos psicológicos dominantes son los de hostilidad y agresividad de los afecta dos, dirigidas hacia los causantes identificados, lo que es natural, pero también contra la sociedad en general en la que la catástrofe fue posible, contra sus responsables políticos y también, en cierta manera, contra sí mismos. Sobrevivir a lo que otros, muchos de ellos seres queridos, no sobrevivieron, albergar sentimientos de vacío, abandono, aislamiento, hostilidad, pérdida de sentido, desconfianza en la naturaleza humana, o incluso a veces la falta de sentimientos, son precio alto de la supervivencia. La psiquiatría utiliza el término de trastorno de estrés postraumático para calificar a este síndrome, profunda transformación de la personalidad, descrita inicialmente en los supervivientes de los campos de concentración de la II Guerra Mundial.

Vulnerabilidad

No todas las personas expuestas a un acontecimiento catastrófico desarrollan este trastorno, el cual, por otra parte, no está en relación directa con la intensidad del mismo. Juegan aquí otros factores como son el bajo nivel social, cultural y educativo, los antecedentes de patología psiquiátrica, y a veces de estrés anteriores, y la falta de un entorno social suficientemente estructurado en el que encontrar amparo. Estos factores de vulnerabilidad tuvieron un papel importante entre los afectados por el síndrome tóxico, y de un modo especial entre aquellos que requirieron atención por parte de los equipos de salud mental, casi un 30% de ellos. Para colmo, la intoxicación se cebó encarnizadamente con las mujeres, amas de casa, destrozando el mayor, y en ocasiones casi el único, soporte social que tenían muchas de aquellas familias de inmigrantes que desde el Sur y el Oeste habían venido a instalarse en lo s suburbios madrileños. Las 1ociedades más desarrolladas y los individuos de niveles culturales y sociales más elevados disponen de más y mejores recursos para hacer frente y sobrevivir a las catástrofes.La -importancia de los apoyos sociales en las catástrofes ha sido reconocida ya en una sentencia judicial, la de la presa de Buffalo Creek, en Estados Unidos, que cedió y arrasó al pueblo y sus habitantes. Los tribunales fijaron las indemnizaciones correspondientes, que alcanzaron incluso a individuos que no habían sufrido ningún daño personal o lesión o pérdida de bienes o familiares y que ni siquiera estaban en Buffalo Creek cuando fue barrida por las aguas y el barro. El fundamento de la indemnización fue la pérdida de las estructuras de la comunidad en la que vivían ("comunalidad"), en la cual las calles, las tiendas, el paisaje y los vecinos no volverían a ser nunca los mismos.necesita venir de la mano de monumentos o grandes manifestaciones. Algunas veces hay expresiones artísticas que ponen de manifiesto que esto es posible o que ha tenido lugar. La novela Lo que el viento se llevó fue recibida en Estados Unidos como el final de su guerra civil, y la ironía y el casticismo de la película La vaquilla, de la nuestra

Papel desairado

Lo que está claro es que un proceso judicial no puede encarnar una reconciliación. No fue así en el de Nüremberg, y tampoco en el de la colza, a pesar de que aquél contó con una nueva legislación que retrospectivamente hizo frente a una catástrofe, como todas las grandes, imprevista, cosa que no tuvieron a su alcance los que hubieron de dictar sentencia hace unos días.

Tampoco debe sorprender que la reacción contra la sentencia se haya desplazado rápidamente hacia el Gobierno y los dirigentes políticos, que tuvieron, en el poder y en la oposición, casi siempre un papel desairado. La hiperactividad de la fase preimpacto ha dado paso a un agotamiento y la impresión de una falta de iniciativa que tienden por sí mismos a prolongar las últimas consecuencias del síndrome tóxico.

Se está formando en la actualidad un grupo de trabajo de investigadores europeos interesados en esta psicopatología de las catástrofes para investigar en profundidad algo nada fácil, e intervenir en catástrofes futuras, algo más dificil aún.

La sociedad española y sus dirigentes políticos deberían ser capaces de buscar con ahínco un camino de reconciliación. Los meses que precedieron y sucedieron al síndrome tóxico fueron pródigos en acontecimientos que pusieron a prueba la capacidad de convivencia y la de dar un sentido a la vida del país, y también a otros que cerraron viejas heridas. Los afectados por el síndrome tóxico claman por justicia, pero la sociedad les debe más que eso, algo más que esperar que el tiempo, que todo lo cura (?), ejerza su función balsámica. No es ésta la mejor manera que tiene la sociedad española de sobrevivir a la catástrofe de la colza.

Juan José Upez-Ibor Aliño es catedrático de Psiquiatría.

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