Cuadrar el círculo
A final de cuentas, la postura del Gobierno del presidente Salinas de Gortari ante sus primeros comicios fue semejante a aquellas que han caracterizado sus primeros meses en el Gobierno: un paso adelante... a medias. En éste como en los demás ámbitos, Salinas parece atrapado en una trampa trágica: ni puede seguir haciendo las cosas como antes, ni puede tampoco cambiarlas realmente.En Baja California, el Gobierno aceptó una derrota del Partido Revolucionario Institucional (PRI) por un amplio margen (de casi el 20%), porque no le quedaba otra. Pero la resignación democrática del régimen se limitó a la gobernatura del Estado: el PRI reclamó para sí las dos principales presidencias municipales del Estado (Tijuana y Mexicali) en las que vive casi el 80% de la población.
Además de las pruebas de fraude electoral que aportó el Partido de Acción Nacional (PAN) en lo relativo a las elecciones, existen razones adicionales para pensar que en el Estado norteño el PRI y el Gobierno vol vieron a hacer de las suyas, recurriendo al chanchullo electoral, como siempre. Resulta inverosímil que una fuerte proporción del electorado bajacaliforniano haya votado por el PAN para la guber natura, y por el partido oficial en lo demás. Se trata de un compor tamiento electoral incomprensi ble en un país sin tradiciones electorales.
Pero cuando se recuerda que la candidata del PRI a la guber natura estatal carecía del apoyo de los grupos políticos y financieros locales, y que los dirigente priístas con fuerza eran justa mente los candidatos a las alcal días de Tijuana y Mexicali, la maniobra del PRI -su gambito en términos de ajedrez- aparece con toda claridad. Y la impor tante decisión de Salinas de Gortari de reconocer la derrota de su partido en lo tocante a la gubernatura se ve parcialmente desvirtuada -o incluso contrarrestada- por la manipulación de los demás comicios del mismo Estado.
Michoacán
Sin embargo, la verdadera cortapisa al avance democrático de México se dio en el Estado de Michoacán. Allí, frente a una oposición intransigente, el Gobierno optó por conservar la mayoría priísta en el Congreso local a toda costa. Recurrió a un fraude de moderno antes de las elecciones y el día mismo de la votación, y cuando no bastó porque el margen de triunfo cardenista resultó demasiado amplio, realizó un fraude a la antiguita para asegurar la victoria. El fraude moderno consiste en manipular el padrón electoral para no tener que robar urnas, rellenarlas o quemarlas. Se rasuran los electores potencialmente oposicionistas en una proporción del 10% o el 15%, y se suscriben electores fantasmas (que votarán, gracias a brigadas volantes, por el PRI) en una proporción semejante. En Michoacán, el día de las elecciones, en casilla tras casilla se presentaban ciudadanos con su credencial de elector y que toda la vida sufragaron allí, y que de repente fueron borrados de las listas sin aviso alguno.
Acciones mayores
Cuando este fraude apareció como insuficiente, en la semana posterior al voto y previa al recuento oficial se pasó a acciones mayores. Se alteraron las actas -por eso el PRI se negó a una confrontación pública de las actas de escrutinio-, se robaron las actas en posesión de los cardenistas, y se hizo de nuevo el milagro del cochupo. En un Estado en el que hace un año Cuauhtémoc Cárdenas obtuvo el 68% de los votos, ahora el PRI conquista una mayoría del voto y del Congreso. La democracia en Michoacán tendrá que esperar mejores días.
El problema de fondo estriba en el resultado real de ambas elecciones (en los demás comicios del 2 de julio -Zacatecas, Campeche y Chihuahua- votó tan poca gente que perdieron significación política). Tanto en Baja California como en Michoacán, el PRI perdió por un margen de casi el 20%, aun incorporando el fraude moderno, y por 5% o 10% más si se descuenta. La división del voto entre el PRI y la oposición en su conjunto se mantuvo más o menos idéntica desde hace un año, aunque el reparto en el seno de la oposición sí ha variado.
De tal suerte que el dilema de Salinas sigue igualmente desgarrador que el de sus predecesores cercanos: si abre o limpia el sistema elctoral mexicano, pierde. Y si quiere seguir ganando, tiene que hacerlo mediante el fraude.
Salinas, sin duda alguna, quisiera que el PRI ganara limpiamente. Pero con una mayoría legislativa precaria, elecciones nacionales en dos años y el compromiso de proceder a una reforma electoral, el presidente mexicano se enfrenta a una alternativa aterradora. Si se decide a llevar a cabo una verdadera democratización del país, bien puede perder el poder de gobernar como quiere. Si quiere seguir gobernando como ahora, no puede abrir un dispositivo electoral y político que lo llevó a donde está. La única manera de cuadrar el círculo -un crecimiento económico elevado a corto plazo y la destrucción política de la oposición cardenista- ya no es viable. No quedan, en ésta como en tantas otras materias, más que soluciones a medias. Mientras duren, y el tiempo y la paciencia mexicana lo permitan. En Michoacán se agotan.
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