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En medio del fuego cruzado

Miles de campesinos colombianos se unen para defenderse del Ejército, los paramilitares y la guerrilla

Protegidos por la verdad, sin más armas que la razón y el diálogo, cerca de 15.000 campesinos colombianos hicieron frente a las balas disparadas desde tres bandos diferentes. "Necesitamos que el Ejército Nacional nos proteja en vez de que nos atropelle. Necesitamos que cese la furia de la guerrilla y de los grupos paramilitares", dijeron con firmeza hace dos años. Entonces crearon la Asociación de Trabajadores Campesinos del Carare, bajo el lema "Por el derecho a la vida, la paz y el trabajo". Nació así un territorio de paz en medio de la región más violenta del país: el Magdalena Medio.

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"Todos disparaban contra nosotros"

Todo comenzó el 16 de mayo de 1987, cuando un oficial del Ejército invitó a los pobladores de La India (pequeño caserío del municipio de Zimitarra, a orillas del río Carare, en la provincia de Santander) a una reunión muy especial. "Allí todos conocerán el remedio para frenar la violencia", era lo prometido. También se hizo correr la voz de que no se tomarían represalias contra nadie. Todos, incluso los señalados como colaboradores de la guerrilla, estaban invitados.Por eso aquella mañana en el desembarcadero se encontraron, después de ocho meses de no verse, Josué Vargas y Héctor Pineda. El primero había regresado días atrás a La India tras su destierro ocasionado por la amenaza de muerte por parte de la guerrilla. El segundo llevaba cuatro meses escondido en el monte, pues el MAS (genérico con el que se conocen los grupos de autodefensa o paramilitares en la región) ofrecía el equivalente a 160.000 pesetas por su cabeza. "¿Usted todavía vivo?", fue el saludo de Josué hacia su nuevo amigo mientras le daba un abrazo. La reunión fue en la escuela. Unos 600 campesinos, entre hombres y mujeres, escucharon primero un largo discurso de geopolítica anticomunista pronunciado por el oficial del Ejército. Luego, él mismo presentó a unos civiles armados que le acompañaban: "Son nuestros ayudantes", y afirmó que con su colaboración sería fácil acabar la subversión. Uno de ellos, el que parecía ser el jefe, dio entonces el ultimátum que llenó de indignación a los campesinos de La India: "O ustedes se unen a las autodefensas, o se unen a la guerrilla, o venden sus cosas y se van, o se mueren".

Atropello continuo

"De allí salimos completamente amargados. Qué hacer era lo que nos preguntábamos. No queríamos estar ni con un bando ni con el otro. Estábamos cansados de tanto atropello por parte de todos los grupos armados", contó a EL PAÍS un campesino. Y la razón de esta amargura era muy grande. Los colonos llegaron a esta región en la década de los sesenta, con sus mujeres y sus hijos, atravesando selvas vírgenes, con la ilusión de un pedazo de tierra propia. "En 1973 entraron las FARC [el grupo guerrillero más grande y antiguo del país]. En un comienzo nos gustaron sus ideas, hablaban de progreso, de organización, de unidad. Pero pronto empezaron a hacer todo lo contrario. Mataban campesinos y la única explicación que nos daban era: 'A ése lo ajusticiamos por sapo'. En 1975 llegó el Ejército. Entonces conocimos la tortura, las detenciones arbitrarias, la carnetización, el racionamiento de comida, las desapariciones... En 1982 aparecieron los grupos paramilitares y de autodefensa, cometiendo las acciones más criminales que uno pueda imaginar. Todos los días moría gente. Los cadáveres bajaban por el río y nadie podía recogerlos y enterrarlos. El que lo hiciera era también hombre muerto". Así narra Josué Vargas, hoy presidente de la Asociación de Campesinos, la historia de la violencia en la región.

Por todo esto, tres días después de la reunión en la escuela nueve hombres de La India tomaron la decisión de hacerle frente a la guerra, armados solamente con la verdad. "El camino del diálogo era peligroso. Pero pensamos: el pueblo está condenado a muerte; que nos maten a todos haciendo algo", dijo uno de los líderes campesinos. Así nació la Asociación de Trabajadores Campesinos del Carare.

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La primera determinación que tomaron fue citar al 11º frente de las FARC a una reunión. "Si ustedes en verdad son revolucionarios tienen que aceptar las condiciones del pueblo. Preferimos morir antes que seguirles obedeciendo", le dijeron al comandante guerrillero. Y le recordaron uno a uno los atropellos cometidos por las FARC. Fueron tres horas de tensa charla; el insurgente llegó a señalarlos como paramilitares. Al final hizo una pregunta: "¿Qué es lo que ustedes quieren?". A lo que le respondieron: "Ni un campesino más muerto; no más provisiones ni canoas para la guerrilla; no más reuniones políticas con ustedes". En una segunda reunión, a la que asistió un miembro del secretariado de las FARC, se selló un compromiso. La guerrilla no presionará más a los colonos para que la apoyen. Los campesinos también dialogaron con el Ejército dos veces.

Las cosas cambiaron, aunque no dejaron de llegar amenazas de muerte del MAS. A finales del año pasado, hubo un intento fallido por parte del 2 12 frente de las FARC de asesinar a un dirigente de la asociación.

Con la guerrilla las cosas se aclararon definitivamente el 13 de enero de este año. En un encuentro con Braulio Herrera (comandante de las FARC, elegido al congreso por la Unión Patriótica en las últimas elecciones, que regresó a las armas a finales del año pasado) los campesinos volvieron a contar su historia de violencias.

"Esto es la revolución patas arriba", comentó Herrera, y les confesó: "Yo llegué convencido de que ustedes eran un grupo paramilitar; ahora sé que esto no es cierto. Y luego hablaron del plan de desarrollo regional presentado por la asociación al Gobierno. Éste comprende desde vías de penetración hasta asesoría tecnológica en la creación de escuelas. El comandante guerrillero les dijo entonces: "Dentro de este sistema este plan no es realizable". "¿Demostrar lo contrario es un reto, don Braulio?, preguntaron los campesinos. "Si es así lo aceptamos". Y así terminó la reunión.

Ese mismo reto se lo ha planteado la asociación al Gobierno. Con cifras demuestras que es mucho más barato hacer la paz que la guerra. Pero hasta el momento sólo ha recibido del Estado un préstamo de cinco millones de pesos (menos de dos millones de pesetas). Con ese dinero se montó una tienda comunal y compraron dos motores de fuera borda. Así se abarató el coste de la vida en un 30%. Pero esta falta de apoyo oficial (hasta los funcionarios del Gobierno encargados de buscar un camino a la paz con los grupos guerrilleros no han demostrado interés en esta experiencia) es el gran dolor de cabeza de los campesinos. Saben que si no se realiza el plan de desarrollo económico y social la violencia regresará.

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