Deuda y medio ambiente, prioridades de los 'siete'
Los líderes de los siete países más industrializados del mundo (Estados Unidos, Japón, República Federal de Alemania, Francia, Reino Unido, Canadá e Italia) inician hoy a las cinco de la tarde su reunión anual con un acto protocolario bajo la pirámide acristalada del Louvre parisiense. La agenda que guiará sus conversaciones este fin de semana, preparada durante los últimos 10 meses por los llamados sherpas (los asesores de cada mandatario), es muy detallada y concede poco margen a decisiones imprevistas. La deuda externa de los países en desarrollo y la preservación del medio ambiente planetario son los asuntos principales de la agenda, que contiene además los habituales apartados sobre coordinación económica (fundamentalmente tipos de cambio y comercio) y cuestiones como la reforma política en el Este europeo, la crisis china, el terrorismo y el narcotráfico.
Esta reunión, que el presidente François Mitterrand ha querido hacer coincidir con la celebración del bicentenario de la Revolución Francesa, pretende ser recordada como la cumbre de la deuda. Se afronta por primera vez de forma prioritaria el estrangulamiento financiero que ocasiona a los países en desarrollo el servicio de una deuda externa que no pueden pagar, y en eso existe también por vez primera coincidencia general.Igualmente es nueva la consciencia, por parte de los países industrializados, de que la deuda se está convirtiendo en una amenaza para el conjunto del sistema financiero internacional.
La crisis de la deuda, abierta en 1982 con el anuncio por parte de México de una suspensión de pagos que no llegó a cumplirse por completo, no fue comentada en el seno del Grupo de los Siete (G-7) hasta dos años más tarde.
En 1984, en la cumbre de Londres, se hizo una vaga referencia a la cuestión. Poco después, EE UU impulsó un programa de renegociación de créditos, conocido como Plan Baker, de exiguos resultados. Hasta 1988, en la reunión de Toronto (Canadá) no se habló de la necesidad de abordar frontalmente el problema. Las conversaciones canadienses se plasmaron en marzo de este mismo año en un nuevo programa de renegociación presentado por el secretario del Tesoro norte americano, Nicholas Brady, en el que se admitía la necesidad de reducir el volumen global de la deuda. Es decir, se asumía que los prestatarios, fueran Gobiernos o bancos privados, tenían que cargar con parte del problema.
Rápida evolución
Desde entonces las cosas han evolucionado con rapidez. El Fondo Monetario Internacional (FMI) y el Banco Mundial recogieron en abril las propuestas de Brady. Inmediatamente después comenzaron las negociaciones entre México y sus bancos acreedores para tratar de reducir el monto de la deuda en aproximadamente un tercio. México sigue negociando estos días en Nueva York y todo parece indicar que alcanzará un acuerdo. Si ello se produjera dentro de este fin de semana, el plan Brady y la política de EE UU (el mayor acreedor) recibirían un inestimable espaldarazo. Y acabaría de diluirse la propuesta de Mitterrand, que añadía a la reducción de deuda la creación de un fondo multilateral (financiado por todos los miembros del FMI) destinado a cubrir las contingencias de posibles impagos. Aunque Mitterrand mantiene su propuesta, no parece que vaya a salir adelante. El director del FMI, el francés Michel Camdessus, la rechazó en primavera El secretario del Tesoro norteamericano, Brady, hizo lo propio el mes pasado.
Mitterrand efectuó, sin embargo, el 24 de mayo, un gesto que le permite mantener un cierto liderazgo. En la reunión de países francófonos celebrada en Dakar, anunció que Francia condonaba la deuda a los 35 países más pobres del mundo, con lo que renunciaba al cobro de 16.000 millones de francos (más de 300.000 millones de pesetas).
Si Mitterrand quiso asumir el protagonismo en la deuda, el presidente de EE UU, George Bush, pretende ser el abanderado del ecologismo. En la cumbre que hoy comienza, la primera a que asiste el presidente norteamericano, Bush propondrá la convocatoria de una conferencia internacional sobre el medio ambiente, a celebrar el año próximo. Sus seis socios en el G-7 respaldarán previsiblemente a Bush y dedicarán, además, buena parte de los 20 folios del comunicado final a enumerar los problemas más acuciantes (destrucción de la capa de ozono, erosión de tierras, contaminación de las aguas de superficie) con el objetivo de que tales temas formen parte estructural desde ahora de las reuniones de los siete grandes.
En los demás apartados de la agenda los avances serán sensiblemente menores o incluso imperceptibles. Se espera un apoyo genérico a la perestroika de Mijail Gorbachov y a la democratización de los países del Este europeo, fundamentalmente Hungría y Polonia (de donde acaba de llegar Bush), que tal vez cristalice en medidas efectivas durante la próxima asamblea del FMI, a celebrar en Washington dentro de dos meses. También se hará una referencia a China, aunque la cautela con que los grandes, fundamentalmente EE UU, se han referido hasta ahora a la crisis política del gigante asiático no permite esperar una declaración de especial profundidad.
La convocatoria de una nueva reunión internacional sobre el terrorismo, fervientemente demandada por Mitterrand, y quizá algunas medidas de control sobre las rentas del narcotráfico, son otros de los puntos que formarán parte del comunicado final.
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