_
_
_
_
Tribuna:
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

El 92: Madrid capital cultural de Europa

Han dispuesto los hados que Madrid sea en 1992 capital de la cultura europea. Cómo va a serlo, quienes vivan lo verán. Cómo debe serlo, desde ahora debemos decirlo los Vecinos de Madrid para quienes cultura no sea una palabra vana. Entre ellos me encuentro.A mi modo de ver, Madrid no podrá mostrarse a sus habitantes y visitantes como ocasional capital de la cultura europea si no cumple decorosamente los deberes que le impone esta doble condición: ser capital de su propio país y ser gran ciudad de¡ mundo occidental. Diré sumariamente cómo veo yo la estructura de la deseable respuesta de Madrid a tan grave reto.

I.-Ahora, entonces y siempre, Madrid debe ser espejo, modelo, casa y escenario de la total cultura española.

¿Cómo Madrid debe ser tal espejo?. Por lo pronto, no olvidando que España es una país culturalmente diverso. Por imperativos de la historia y del idioma, en España hay una cultura castellana, otra catalana, otra gallega y otra vasca. Y por exigencia conjunta de la diversidad regional en el uso del idioma común y en el modo colectivo de vivir, hay en nuestro país, dentro de la cultura de habla castellana, modalidades estrictamente castellanas, andaluzas, aragonesas, valencianas, extremeñas, asturianas, murcianas. ¿Cómo Madrid puede ser espejo de esta múltiple diversidad?.

Naturalmente, conociendo -por lo menos en el nivel mental de sus minorías rectoras: facultades universitarias, ateneos, sociedades diversas- las manifestaciones culturales de tal diversidad. Esto es, haciendo que sea satisfactoria la respuesta a las interrogaciones siguientes: ¿cuántas de las personas verdaderamente cultas de Madrid son capaces de leer un poema, un cuento o un ensayo en catalán o en gallego?; ¿la cultura en euskera está de algún modo representada en Madrid?; ¿cuántos madrileños saben cómo anda la vida literaria en Sevilla, en Zaragoza o en Valencia?; ¿con cuántos libros catalanes o gallegos puede uno toparse en nuestras librerías?.

Además de espejo de la total cultura española, Madrid ha de ser su modelo. En tanto que espejo, la cultura de Madrid debe ser reflejante; en tanto que modelo, debe ser creadora. Madrid no cumpliría aceptablemente su misión si de su seno no salieran hacia todas las ciudades del país creaciones filosóficas, científicas y literarias dignas de servir de modelo a los españoles todos. En el primer tercio de nuestro siglo, eso fueron la histología de Cajal, la poesía de Juan Ramón Jiménez y Antonio Machado, la prosa de Azorín, el esperpento de Valle-Inclán, el pensamiento y el estilo de Ortega, la novelística de Baroja, la filología y la historiografía de Menéndez Pidal y Asín Palacios.

Cuidado: en modo alguno pretendo afirmar que sólo Madrid debe ser modelo cultural de España. En principio, toda ciudad puede y debe serlo. Y en primer término, claro está, Barcelona. Con Maragall, el primer Ors, Gaudí, Picasso, Casas, Nonell, Turró y Pi y Suñer, modelo para toda España fue la vigorosa Barcelona de comienzos de siglo, y acaso habría cambiado nuestra suerte nacional si aquel modelo barcelonés hubiese sido más atendido.

Vengamos, sin embargo, a Madrid, a este Madrid, y preguntémonos: la producción filosófica, científica y literaria de quienes en él vivimos, ¿está a la altura que demográfica, económica y turísticamente ha alcanzado? No lo sé. Quien lo sepa, que lo diga.

Madrid debe asimismo ser casa y escenario de cuantos españoles a Madrid vengan; y especialmente, puesto que hablo de cultura, de los españoles real y verdaderamente cultos. Que Madrid es ciudad acogedora, nadie se atreverá a ponerlo en duda; aunque, como contrapartida, Madrid es también la ciudad donde ha nacido la acepción despectiva del término provinciano. Pero, desde mi actual punto de vista, más me importa preguntarme si viene cumpliendo de manera suficiente su deber de ser escenario de toda la cultura española, lugar donde todo español eminente, cualesquiera que sean su procedencia y su lengua, puede comparecer y brillar ante todo el país.

No una, sino tres son las preguntas que a tal respecto me hago. La primera tiene como fondo un recuerdo personal. El tímido germen que hace más de treinta años fueron los cursos sobre literatura catalana, a cargo de Jordi Rubió, Carles Riba y Josep María de Sagarra, en la Universidad madrileña, ¿dónde ha quedado? Mi segunda pregunta va a ser un corolario a la traducción castellana que de la estrofa culminante del Himne iberic de Maragall hice yo tiempo atrás:

"Deja la onda marina su canto en cada playa, / mas tierra adentro se oye sólo un eco final, / que de un cabo hasta el otro habla de amor a todos / y se hace poco a poco cántico de hermandad".

Ese cántico ¿resuena ya en Madrid?. Es cierto que la presencia de la cultura catalana en Madrid ha crecido durante los últimos años; pero -y ésta es mi tercera interrogación- ¿en medida suficiente? Otro tanto cabe preguntarse en lo tocante a las restantes culturas regionales.

II.-Madrid, gran ciudad de Europa, y en consecuencia de Occidente. Madrid, pues, en tanto que espejo, modelo y escenario de la cultura occidental.

Será Madrid espejo de la cultura euroamericana cuando refleje con viviente fidelidad cuanto en el orden filosófico, científico y literario sea importante en Europa y América. Denunció Ortega la tibetanización, la hermetización hacia el exterior, en que a veces ha vivido España; y cuando esto ocurre -también de Ortega es la frase- Madrid se convierte en Madridejos. Aunque los madrileños madrileñistas sigan diciendo que "de Madrid al cielo". Pues bien: frente al tibetanismo, la apertura; frente a la tentación de ser señuelo de uno mismo, la voluntad de ser espejo de todo lo importante.

No hay ciudad de alguna entidad, y menos si es capital de un Estado, que no sea espejo del mundo a que pertenece. La Universidad con sus múltiples cátedras, los Institutos culturales de los distintos países y toda una red de instituciones diversas, desde las revistas y los ateneos hasta las sociedades científicas y literarias, cumplen esa función especular. El problema consiste en saber cómo.

Una palabra, tópica entre nosotros desde Ortega, da la clave de ese deber: la palabra autenticidad. Y cuando la autenticidad atañe a la función de un espejo, tres son sus principales requisitos: la integridad (en este caso, que todo lo humanamente importante de la cultura occidental sea reflejado), la actualidad (que la reflexión no se refiera a lo que fue y ya no es aquello que se refleja) y la lealtad (que la exposición del pensamiento ajeno sea fiel a los que éste realmente es, y no a lo que sobre él quiera decir el expositor). "¿Conoce usted la Critica de la razón pura?", preguntaban hace años a un examinando. El cual, adoctrinado sin integridad, actualidad y lealtad suficientes, respondió: "No, señor, pero sé refutarla". La mutilación, el retraso y la deformación por pereza o por temor hacen imposible la autenticidad del espejo. Dar al espejo una superficie alabeada, como la de aquellos de la calle del Gato que sirvieron a Valle-Inclán para ejemplificar su teoría del esperpento, es un cómodo expediente para transmutar Apolos en Vulcanos o Vulcanos en Apolos. Con gran frecuencia, tal es el proceder del fanático.

Los rectores de la cultura de Madrid deben preguntarse si nuestra ciudad cumple en medida suficiente esta función especular. Si sus universidades, los Institutos culturales que en Madrid actúan y las distintas sociedades intelectuales y literarias procuran con el ahínco necesario que la realidad actual del pensamiento y del arte de Occidente sea auténticamente reflejada. No poco va haciéndose en este sentido. ¿Lo suficiente para ser con dignidad, durante un año, capital de la cultura europea? Mal vamos a quedar en 1992 si nuestra respuesta no es satisfactoria.

No sólo espejo; también modelo del mundo occidental debe ser -a su modo, en su medida- la cultura de Madrid. Dentro de la unitas multiplex que por esencia es la cultura de Occidente, todos sus miembros, cada cual como y cuanto pueda, deben aspirar a que de su seno salgan novedades imitables. Sin la vehemente desmesura con que la ambición unamuniana lo propuso, así veo yo la consigna de "españolizar a Europa".

El número y la índole de los libros traducidos a los distintos idiomas cultos, de las piezas teatrales representadas en escenarios extranjeros, de los filmes proyectados allende las fronteras, de los autores en las revistas de curso internacional, de los conferenciantes en tribunas científicas prestigiosas, mide la condición de modelo de una ciudad. Algo hace Madrid en ese sentido. ¿Tanto como podría hacer?.

III.-Madrid, capital permanente de la cultura española; qué entrañable misión, para que las dos palabras que han sido rémora principal de la deseable unidad de España -la palabra centralismo, en cuanto a la visión de Madrid desde las provincias; la palabra provincianismo, en cuanto a la visión de las provincias desde Madrid- pierdan para siempre su viejo y tópico sentido peyorativo. Madrid, capital por un año de la cultura europea; qué hermoso punto de partida para que la necesaria europeización de España y la posible españolización de Europa dejen de ser receta o consigna y se vayan convirtiendo en cotidiana, habitual realidad. Las cenizas de Costa, Unamuno y Ortega se llenarán de transmundana emoción si esto sucede. Serán, si se me permite abusar una vez más de la estupenda expresión quevedesca, polvo enamorado.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_