Noche larga en Pekín
Cuando el acto de matar queda justificado como dignidad humana por un ideal político, religioso o como orden social, me pregunto qué lugar ocupa el verdugo que así lo justifica.Como bien dice Adam Schaff en su artículo Marx y su venganza de ultratumba (EL PAÍS del 23 de junio), "cuando el consenso basado en la conciencia de las masas no existe, el régimen social tiene que ser mantenido por la fuerza, y tarde o temprano tiene que derrumbarse". Cuando el verdugo no actúa en nombre de la ley, sino que él es la ley, todo él queda fusionado con respecto al poder de esa ley, lo más inherente a él: sus éxitos, sus fracasos, sus deseos, su ambición, sus instintos asesinos, sus delirios, sus locuras, sus amores, sus odios, pueden, con fortuna, dar salida a su corrupción, cobijada bajo la ley. Todo poder, sea totalitario o sea obtenido por apoyo de una mayoría, está compuesto por seres humanos, con el riesgo inevitable de que la cara oculta de los personajes en ese momento en el poder despierte.
Es una suerte sobrevivir a momentos históricos de fanatismos políticos (muchos por nombrar, desgraciadamente) como si de una ruleta rusa se tratara, y pobres de aquellos que, ajenos e inocentes, les tocó recibir el tiro, el gas o la amenaza de la mano de Alá caer sobre sus cabezas en nombre de lajusticia, de los ideales políticos y religiosos. En nombre de la locura.
Adam Schaff continúa diciendo: "Las masas pueden hacerlo caer [el régimen social], en su resistencia pasiva, pero también con una abierta rebelión".
Li Peng ha demostrado ser la otra cara de la moneda china, la representación de la indignidad humana en el poder. ¡China, despierta!-
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