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La consulta filantrópica del doctor Lores

La policía dispersa a los drogadictos que acudían diariamente a un centro de la Seguridad Social del barrio de Bilbao

Dos mujeres gruesas que charlan entre gritos y gestos, una señora con una niña dormida y dos hombres tristes. Los pacientes que esperan su turno en el consultorio de la Seguridad Social de la calle de Santurce (en el madrileño barrio de Bilbao) aún recuerdan al doctor Lores. "Este de ahora nos espolea, pronto", dice una de las mujeres. "porque lo que era el otro ... se tiraba hablando con todo el mundo hasta las nueve de la noche". "Diga usted que sí... Qué buena persona era", contesta la otra. El doctor Lores fue congregando en torno a su consulta a drogadictos, parados, necesitados e indigentes que buscaban una receta de Rohipnol, una baja médica o conversación. El médico dejó la Seguridad Social hace un mes; la policía ha tenido que intervenir para dispersar a su clientela.

Nadie en el consultorio quiere recordar al doctor Lores. Desde que le aplicaror la ley de incompatibilidades -era también médico militar en la reserva activa- y dejó la consulta, hace más de un mes, no se ha vuelto a ver al médico de 60 años empeñado en abrir un centro para ayudar a los necesitados. Se desconoce su paradero.Juan Carlos Fuentes, el médico que sustituye al doctor Lores, ha tenido que recurrir a la policía para defenderse de las iras de los drogadictos. Y a la inspección de la Seguridad Social, que ha destacado allí a un guardia jurado.

La enfermera adjunta conoció al doctor Lores hace 15 años. Ni ella ni el joven médico recién llegado se atreven a aventurar un diagnóstico sobre el doctor Lores. "Según decía", apunta la enfermera, "estaba haciendo un bien grandísimo a los drogadictos".

El doctor Lores se trasladaba, después de sus dos horas de consulta obligatoria a otro despacho del mismo consultorio. Allí, lo mismo arreglaba la baja a una chica que se había quedado embarazada que intercedía en un matrimonio con problemas o suministraba consejos y recetas a los colgados del barrio. El consultorio se convirtió en un reguero humano de necesitados, desesperados y ansiosos. Fue el primer paso. El doctor Lores quería alquilar un local para rehabilitar a los drogadictos. En el consultorio, algunos insinúan que estaba loco; otros, que su filantropía no era tal y que sacaba "algún beneficio". Sólo los pacientes citan su nombre mientras esperan su turno, sentados en pegajosas sillas de skay.

La enfermera asegura que el número de drogadictos rondando por el barrio aumentó considerablemente por culpa del doctor Lores. "Había tráfico de recetas: dos de Rohipnol o Buprex por medio gramo de heroína. Venían de otros sitios. Entraba una mujer a por el número y no se lo podías negar; luego se colaban ellos y querían las recetas". El doctor Lores se las daba después de la monserga. Todos insisten en que no hacía ningún bien, sino todo lo contrario.

El doctor Fuentes, en su segundo día de consulta, se enfrentó al primer drogadicto: "Se sentó ahí enfrente y estuvo más de media hora; yo le decía que no le iba a dar la receta, y él no se movía. Tuve que llamar a la policía. A los pocos días vino otro que agredió a un paciente que se asomó y dijo que había gente esperando. Hubo que darle ocho puntos en la cabeza". El comisario de Ventas dispuso protección policial. De momento se dispersaron, pero volvieron al desaparecer los policías. En la lucha, que duró un mes, se cruzaron amenazas de muerte, insultos y golpes. El doctor Fuentes se muestra tranquilo -la enfermera confía en él-: "Voy a defender mi trabajo y a tratar de ayudar a la gente".

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Mientras se desarrolla la conversación, llaman a la puerta. Es Francisco, uno de los drogadictos del barrio. Tiene los brazos llenos de tatuajes y habla en tono cansino, apagado, sin vocalizar la mitad de las sílabas. Su mujer está "hecha porvo", "tirá tol día en la cama". Al final, se lleva un tranquilizante. "Pero hágame, doctor, por favor, por favó, una de las rojas, que no tengo na de dinero".

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