Arbós, un español universal
En el Auditorio Nacional, la Orquesta Sinfónica de Madrid rindió el viernes su homenaje a quien fuera su primer maestro, desde 1904 a 1936, Enrique Fernández Arbós, de cuya muerte, en San Sebastián, se ha cumplido hace unos días medio siglo. Bajo la brillante dirección de Miguel Ángel Gómez Martínez -especialmente en Strauss- volvimos a escuchar la insuperada orquestación de cinco piezas de Iberia y Navarra, de Albéniz, realizada por Arbós, junto a dos obras muy de su repertorio: La valse, de Ravel, y Till eulenspiegell, de Ricardo Strauss. Faltó en el programa una obra original de Arbós y, por su alta significación, la Fanfarria, que le dedicara Falla en 1934. Hubo largas ovaciones.El madrileño Arbós fue el primer director verdaderamente internacional que España ha tenido. Sólidamente formado con el violinista Jesús de Monasterio, marchó luego a Bruselas para estudiar con Vieuxtemps. Conoció allí a Joachim, que le invitó a trabajar en Berlín, para pasar más tarde a Londres. Ejerció el magisterio en el Reino Unido, Bélgica y Madrid, y entre sus discípulos londinenses del Colegio Real se encuentra Eugenio Goossens. Colaboró con su amigo Isaac Albéniz, al que ayudó en algunas orquestaciones de obras teatrales. Inteligente, culto, de humor vivo y penetrante, Fernández Arbós fue lo que suele denominarse un ciudadano del mundo.
Tarea misionera
La tarea de la Sinfónica de Madrid, sucesora de la Sociedad de Conciertos, que inició el gran sinfonismo en España, fue ímproba, casi misionera. Entidad totalmente privada, que no recibió subvención de alguna importancia hasta los años finales de la dictadura de Primo de Rivera, mantuvo, sin embargo, largos ciclos, recorrió varias veces más de 100 capitales, ciudades y pueblos españoles, y se hizo aplaudir en Francia, Suiza y Portugal. Implantó la popularidad de los conciertos matinales de los domingos en el Monumental Cinema y estrenó un centenar de partituras de autores españoles, entre ellas las fundamentales de Falla, Granados, Albéniz, Turina, Esplá, Halffter y Conrado del Campo. Sólo en Granada, y casi siempre en los conciertos del Corpus, antecesores directos del actual Festival Internacional, dirigió Arbós con su orquesta 90 programas, entre ellos el último de su vida, celebrado el 13 de junio de 1936. Resulta increíble que el 38º Festival, en medio de tanto memorial y aniversario, haya olvidado totalmente al maestro Arbós.
Atento a la música de su tiempo, Arbós estrenó suites sinfónicas de Wozzeck y Lulú, de Alban Berg; la Sinfonía de los salmos y La consagración de la primavera, de Stravinski; Matías elpintor, de Hindemith; el repertorio principal de Ricardo Strauss, la Primera sinfonía de Shostakovich y tantas otras partituras de Bartok, Prokofiev o Milhaud, por citar unos ejemplos. Fue el primer bramhsiano de nuestro país, y en 1924 dio a conocer la Canción de la tierra, de Mahler. Dirigió como invitado grandes orquestas en el Reino Unido, Francia, Bélgica, Italia, Holanda, Checoslovaquia, Suiza, Estados Unidos y Rusia, y en en ocasiones practicó la dirección operística, con obras de Gluck, Mozart y Wagner. El año 1894 estrenó en el teatro Apolo la zarzuela El centro de la tierra sin éxito, lo que extraña más cuando algunos números de la partitura pasaron al repertorio sinfónico con internacional aplauso. Fue académico en España y fuera de ella, y escribió de manera irresisitiblemente atractiva, como lo demuestran sus memorias, hoy agotadas y que deberían reeditarse.
Babelia
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