Información y SIDA
MIENTRAS NO se descubra una vacuna eficaz que cure la enfermedad y frene su inquietante expansión, el síndrome de inmunodeficiencia adquirida (SIDA) no sólo es un reto a la medicina y la ciencia, sino un problema social y sanitario de primer orden que aumenta con el tiempo. Ocho años después de su identificación y seis después del descubrimiento del virus responsable, el SIDA se ha convertido en una de las amenazas infecciosas más graves para la humanidad. Las cifras son escalofriantes: 157.191 casos oficialmente registrados en mayo último por la Organización Mundial de la Salud (OMS), 500.000 probables y seis millones previstos para el año 2000.La Quinta Conferencia Internacional sobre el SIDA, celebrada recientemente en Montreal (Canadá), no sólo ha confirmado el largo camino que todavía queda por recorrer para el hallazgo de un antídoto eficaz contra la enfermedad, sino también las reacciones contradictorias que su tratamiento sigue suscitando en los Gobiernos. Quienes desde los más diversos ángulos de la ciencia y de las disciplinas sociales siguen la evolución de la enfermedad coinciden en que, por el momento, la forma más eficaz de combatirla es extremar la guardia sobre los riesgos que entraña y potenciar las precauciones para prevenirlos.
Tienen razón los que afirman que existe una segunda generación de portadores del virus del SIDA que se han infectado por un irresponsable abandono de las más elementales cautelas. Las vías de transmisión sexual y sanguínea de la enfermedad otorgan al ser humano un papel relevante en la responsabilidad de su contagio. Es en el terreno de la información, y no en apelaciones a la segregación social y al aislamiento de quienes padecen la enfermedad o viven en su proximidad, donde debe basarse a medio plazo la estrategia de lucha contra el SIDA. La corriente minoritaria pero de cierta entidad detectada entre el personal sanitario español que se muestra favorable al aislamiento del enfermo de SIDA para evitar el contagio tiene muy poco de sanitaria -a la par que revela un descomunal desconocimiento sobre las formas de transmisión de la enfermedad- y mucho de insolidaridad y reaccionarismo. Precisamente, los Gobiernos más responsables y los científicos más documentados siguen apostando por "el comportamiento responsable y bien informado" como mejor método de prevención frente al SIDA. Nada más fácil a primera vista si no fuera porque el siempre difícil ejercicio de la responsabilidad personal exige un nivel de educación y de conocimiento del que se hallan lejos determinados grupos sociales y hasta países enteros. Pero justamente ésta debería ser la principal preocupación de las administraciones sanitarias y de quienes las integran: concienciar a la población y sobre todo a las jóvenes generaciones sobre la vital importancia de su comportamiento en cualquier plan que tenga por objetivo conjurar los riegos de contagio del SIDA.
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