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Bob Dylan, el invulnerable

"Creo en la vida, pero no en esta vida", aseguraba hace 10 años el cantante y compositor norteamericano Bob Dylan. "Estoy tan seguro de mis sueños que vivo en ellos, olvidándome por completo del mundo real". Es una de las escasas leyendas vivas del rock and roll, y su fama, calidad e importancia sólo son comparables a las de personajes como Elvis Presley o los Beatles. Es una estrella, lo sabe, y quiere elegir la luz con que brillar.

En su segunda visita a España, que finalizó anoche con un recital en San Sebastián, se ha mostrado tan inaccesible y esquivo como en toda la última década, rechazando cualquier tipo de contacto con la prensa, los fotógrafos y el público en general. "Para permanecer sensible a la realidad", dice, "hay que ser invulnerable".Las malas lenguas aseguran que está arruinado y viejo. El pasado 24 de mayo cumplió 48 años y poco antes Sarah Lownes, esposa del cantante durante más de nueve años y madre de sus cinco hijos, presentó una demanda de separación acusándole de abandono de hogar y de malos tratos físicos y morales. La sentencia le obligó a pagar a su ex mujer varios miles de millones de pesetas, perdiendo también su impresionante casa de la playa de Malibú.

En su gira europea de 1984, la que le acercó por primera vez a nuestro país, concedió una única conferencia de prensa en Milán. Ahora, cinco años después, ni siquiera eso. El mediodía del pasado miércoles, un día antes de su actuación en Madrid, se presentó en la puerta de servicio del hotel Palace dispuesto a ocupar la lujosa suite que tenía reservada. Era la misma que el verano pasado hospedó a Bruce Springsteen y muy similar, pero sin sauna, a la que alojó a Michael Jackson. Esta suite especial tiene un amplio recibidor; un magnífico salón de 27 metros cuadrados con dos tresillos, un sofá y un televisor; un dormitorio de 26 metros cuadrados con un baño de ocho metros y un vestidor, y una soleada terraza que no llega a los 10 metros cuadrados: 70.000 pesetas diarias, más el 12% de IVA, paga el guerrero por su lugar de reposo, una jaula de oro que no abandonó hasta la tarde del día siguiente. Una de sus hijas ocupó la habitación contigua, y el resto de músicos se repartió por el hotel. El cantautor sólo pidió al servicio de habitaciones un sandwich, y se negó a firmar en el libro de honor.

A las 18.30 del jueves, tres horas antes del comienzo de su actuación en el Palacio de Deportes de la Comunidad de Madrid, Dylan abandonó el hotel con dirección al parque del Retiro. Tras un relajado paseo en bicicleta de poco más de una hora, en compañía de dos agentes de seguridad y oculto bajo la capucha de un chándal, ofreció un hermosísimo recital de aproximadamente la misma duración; fueron 75 minutos, 15 canciones, que a un amplio sector del público le supieron a poco. En los con tratos actuales del músico de Minnesota figura, con letras especiales, una cláusula que indica que el recital durará entre 70 y 75 minutos. En algunas ocasiones, el bloque central del espectáculo es de una hora, y los 15 minutos restantes son para los bises, de forma que el oyente tiene la sensación de haber recibido más por el mismo dinero. El precio único de las entradas para los recitales españoles ha sido de 3.000 pe setas.

Barcelona, al completo

El pasado jueves, 8.500 personas, sobre 10.000 posibles, dejaron en las taquillas del Palacio de Deportes madrileño unos 25 millones de pesetas. El viernes, el lleno de Barcelona, con 8.000 localidades al completo, hizo posible una recaudación de 24 millones.En el velódromo de Anoeta, en San Sebastián, se vendieron ayer unas 7.000 entradas, sobrepasándose los 20 millones. Un total aproximado de 70 millones de pesetas se ha gastado el público español para ver en directo a Bob Dylan , reaccionando de formas bien distintas. Pasiones y odios en los conciertos de uno de los hombres más influyentes en la música de los últimos 25 años.

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