La segunda revolución del 89
La más hermosa de las conmemoraciones de la Revolución de 1789 no tendrá lugar en París el próximo 14 de julio, a pesar de la cantidad de jefes de Estado y, de Gobierno que se reunirán en torno al presidente Mitterrand. Más importante que esta fiesta. del recuerdo es la apertura que: hoy se perfila hacia un nuevo futuro. Hace dos siglos, el mundo occidental fue impulsado a los caminos de la libertad por los acontecimientos sobrevenidos en París. Hoy el mundo comunista es a su vez impulsado por los acontecimientos que se desarrollan en Moscú, en Pekín, en Varsovia, en Budapest. Si no es aniquilada por un retorno a la dictadura, la revolución de 1989 ocupará en la historia un lugar tan importante como la Revolución de 1789.No se pasará en unas pocas semanas de la tiranía de un partido único y totalitario a la democracia pluralista y liberal. En ciertos aspectos, semejante transformación será más difícil que la metamorfosis de una monarquía absoluta de derecho divino en un régimen fundado en la soberanía popular y el sufragio de los ciudadanos. La Francia de Luis XVI podía aplicar el modelo del Parlamento británico, y lo hizo con ciertas posibilidades de éxito. La URSS, China, Polonia, Hungría no tienen en estos momentos ningún precedente como guía. En 1789 el rey podía ser cómodamente separado del pueblo por esa necesidad de asesinato del padre de que Inglaterra había dado ejemplo con la ejecución de Carlos I. En 1989 las organizaciones comunistas están demasiado estructuradas para que sea posible desembarazarse de ellas tan fácilmente.
Columna vertebral de los regímenes, el partido podría convertirse en un instrumento esencial para su revuelta a condición de que se adapte a esa nueva función. Bajo diversas formas, semejante evolución no está completamente excluida. Su principal dificultad deriva de la resistencia natural de los cuadros, que no aceptarán tan facilmente abandonar su poder o compartirlo con los opositores. Pasar del ucase al compromiso exige una poco habitual apertura de espíritu. Hay que superar también una cierta apatía de los pueblos instalados en un sistema en el que la mediocridad de vida está compensada por la flojedad de trabajo. Entrar en una producción competitiva supone un mayor ardor, que entrañaría más desigualdades. Se comprende a los obreros de Pekín añorando la época del "cazo de arroz", es decir, prefiriendo la estabilidad tranquilizadora de una dictadura a las inquietantes vicisitudes de la libertad. En China, en Hungría, el desarrollo de la economía permite esperar que el progreso del consumo amplíe un cambio de mentalidad ya iniciado. En la URSS, en Polonia, queda por hacer lo esencial para emerger de una penuria que oscurece la perestroika y constituye un principal riesgo de fracaso.
Por lo pronto, los movimientos del Este ya conducen a revisar uno de los mitos alimentados por los herederos de la Revolución de 1789: el de bloque, que integran de manera indivisible las transformaciones pacíficas de los dos primeros años y el posterior jacobino. Acaecida luego de una larga conmoción de los ánimos, en los cuales la filosofía de las luces había ido arraigando poco a poco las ideas de libertad y de igualdad, la convocatoria de los Estados Generales proporcionaba los medios de una mutación sin dramas mediante los debates y los votos de una Asamblea de hombres de gran talento y buena fe. Casi lo logran. La violencia estallará cuando la colusión de los ejércitos extranjeros y de una parte de la aristocracia dan la impresión de que quedarán abolidas las conquistas de 1789-1791, para restablecer el autoritarismo y los privilegios anteriores. Entonces se desencadenará la represión, hundiendo a Francia en una larga guerra civil de la que aún se pueden percibir algunos ecos amortiguados.
El movimiento de 1989 tiende a invertir el esquema de 1789. La acción de Gorbachov, la rebelión de Pekín, el acuerdo entre Walesa y Jaruzelski, la apertura de los dirigentes húngaros, tienen como rasgo común la moderación, que se corresponde con la de los ciudadanos. El comportamiento del pueblo decepciona profundamente a los integristas del socialismo, que lo consideran inseparable de una revolución violenta. Las viejas teorías contradicen las nuevas prácticas. En un reciente coloquio en París, el líder de la izquierda trabajadora reprochó al representante de Solidaridad su compromiso con el Gobierno polaco. Durante el debate del 18 de mayo en la universidad de Nueva York, el doctrinario del marxismo estadounidense Ralph Milliband criticó severamente al secretario general del Partido Comunista Italiano por haber abandonado la violencia revolucionaria en beneficio del reformismo socialdemócrata.
Todo esto hace pensar que por fin se abre la última fase de la Revolución de 1917, exportada luego de 1945 a Europa oriental y a China. En Rusia, un desastre militar había privado de legitimidad a la autocracia tradicional que Lenin había reemplazado por un partido monolítico y dogmático, limitado a reforzar la violencia inicial para imponer una ideología muy alejada de la mentalidad de los pueblos implicados. El mismo mecanismo se desarrolla, después de 1945, en una China devastada por interminables guerras civiles y en una Europa del Este en la que el ocupante soviético sucede a la tiranía nazi. Al mostrar a todos los pueblos sometidos a la omnipotencia de un Estado-partido la superioridad económica y cultural de las democracias occidentales, los medios modernos de comunicación han invalidado poco a poco la legitimidad del sistema y desarrollado una inmensa necesidad de libertad, difundida en las jóvenes generaciones, a todos los niveles del aparato de poder. Porque ha penetrado en el partido mismo, se desarrolla una oposición entre las viejas guardias confinadas en el hábito de las represiones y los nuevos reclutas. Éstos últimos comprenden la necesidad de un cambio radical que corresponda a los deseos latentes del pueblo.
La revolución de 1989 tiende así a cerrar el ciclo abierto en octubre de 1917, al que la violencia congénita hundió paulatinamente en la dictadura. Sólo los métodos pacíficos pueden romper el eslabonamiento de las autocracias, cuya naturaleza fue modificada por el leninismo sin disminuir su opresión. Pero esta ruptura está amenazada por dificultades económicas muy difílciles de superar sin ayuda exterior. Europa occidental no podrá permanecer neutral frente a esta lucha por la libertad. Sus conmemoraciones de 1789 adquirirían el tono de un fariseísmo indignante si Europa no advirtiera que 1.500 millones de personas esperan apoyo para sus esfuerzos hacia la democracia. El gran mercado de 1993 es algo hermoso. Pero no hay que olvidar que la libertad espera nuestra ayuda para echar por fin raíces desde el Oder-Neise al Océano Pacífico.
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