_
_
_
_
Tribuna:LA ARBOLEDA PERDIDA
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Bajo la fijeza de un álamo

El día se me fijó en un árbol, un gran álamo que el viento movía con cadencia todo el tiempo que lo miré. Yo estaba almorzando en casa de un queridísimo amigo al que no había visto de cerca desde hacía mucho tiempo: Teodulfo Lagunero, al lado de Rocío, su apuesta mujer; su hija Paloma y Javier, su marido; María Asunción Mateo, mi sobrina Teresa y Marcos Ana. Día muy nuboso, con rosales apagados al fondo, reflejados en la piscina.Mi gran amistad con Lagunero nació en los años míos de Italia. Venía a verme con muchísima frecuencia, primero a mi casa de la Vía Monserrato y luego a la de la Vía Garibaldi, en el Trastevere. Desde un comienzo, Lagunero me compraba todo cuanto hacía: al lado de mis ediciones, cuanto yo pintaba o grababa. En la actualidad y en esta casa de campo donde vive cuando viene a Madrid, cuelga de sus paredes una gran mayoría de mis grabados: las 63 láminas del Lirismo del alfabeto, todas las páginas de mi libro Oh, la 0 de Miró, enmarcadas maravillosamente, grabados dedicados a Picasso, raras serigrafías de palomas y un extraño dibujo sobre Las tapadas de Vejer. Nunca vi más obras mías colgadas de las paredes de una casa, sin contar el kakemono, imitando los de China, que pende en el muro de la escalera, ni el Juego de la oca-toro.

Teodulfo Lagunero es un inspirado hombre de negocios, que lo mismo se compra un trozo de serranía que adquiere un pedazo de mar. Vive en diversos países del mapa, tanto en España como fuera de ella. Su hermano Enrique, aún en la época del Funeralísimo Franco, creó la Librería Rafael Alberti, que fue asaltada y tiroteada varias veces, a pesar de su escaparate a prueba de balas.

Añado que Teodulfo Lagunero, al mismo tiempo de lo que es, es un conocido hombre de izquierda, generoso, abierto, valiente. Y hablo de él, de su apasionada compañía en este día, esta tarde, en que se va a marchar a ver los toros de San Isidro, mientras yo me iré con María Asunción a escuchar la ópera Tristán e Iseo, ese inmenso río de amor wagneríano, cantado de manera maravillosa por Montserrat Caballé durante los tres potentes y delicados actos, pagados al final con una de las más grandes ovaciones que habrá recibido la cantante. Al día siguiente, yo llamé a Montserrat para saludarla en persona, no habiéndome sido posible hacerlo en el teatro. Desde el hotel me contestó su sobrina, aunque yo hubiera querido hablar con Montserrat. Desde aquí la saludo nuevamente y la aplaudo.

Es absolutamente imposible seguir así, pienso después de todo esto. Los gorriones no pueden soportar a las palomas. Y ahora son tres las que llegan, a veces juntas, para comerse el alpiste, que en principio era solamente para los pajarillos. Las palomas, además, como abultan mucho, están a punto de romper los geranios, que se alzan alegremente brotando su primera flor, y como yo ahora tengo muy pocas cosas que mirar a través del cristal de la sala donde estoy trabajando, vivo deseando que las palomas no vuelvan. A veces, me quiero ir, volar por el aire de las calles y llegar hasta mi balcón para comer un poco de alpiste. No me bastan las habas o los espárragos trigueros que como. Quizá sólo el alpiste me viniese bien para la transformación que estoy buscando. ¡Oh, Señor, que la próxima vez comiencen a retratarme en los periódicos con alas de jilguero! Quiero vivir una gran temporada volando, posándome en las ramas de los árboles hasta llegar por los caminos a mi bahía de Cádiz, convirtiéndome allí en un camarón o en una coquina, de esas que se cogen cuando se aleja el mar y aparece la barra extensa y tranquila hasta que la marca surge de nuevo.

Pero, de pronto, llaman a la puerta. Son dos altos muchachos holandeses que me traen un libro. Aunque yo estoy preparando este capítulo de La arboleda perdida para la próxima semana, les digo que se sienten y tomen una copa de vino de El Puerto conmigo. El teatro político de Rafael Alberti se llama el libro que me entregan. Tengo la impresión de que se trata de un libro importante. El que es el autor me dice, modestamente, que piensa que sí. Lo ha escrito y publicado en Salamanca. El otro muchacho no despega los labios. Les digo que yo conozco Holanda, que la última vez que estuve allí fue con Nuria Espert para dar un recital. De pronto salta el nombre de Van Gogh, que se cortó una oreja y se la envió envuelta en un pañuelo a su amigo Gauguin.

Mañana tengo que ir a la Feria del Libro para pregonar en la caseta de la editorial Hiperión mis Canciones para Altair... Y el día 14 por la mañana he de ir a la Real Academia de San Fernando para recibir ante Su Majestad la reina Sofija el nombramiento académico de honor. A mi discurso contestará el excelentísimo académico Manuel Rivera, famoso pintor.

Este capítulo que se va terminando parece el diario de un día, aunque esté cayendo la noche y las tres palomas juntas vuelvan para comer el alpiste, desalojando a los pobres y tiernos gorriones que no encuentran ya sitio entre los geranios a punto de perder la flor.

Me acabo de enterar de que Teodulfo Lagunero ha comprado una estrella en la Vía Láctea para ir con su familia a pasar el verano.

Copyright Rafael Alberti.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_