_
_
_
_
Tribuna:LAS MEDIDAS CONTRA LA INFLACIÓN
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

¿Enfriar la economía o recalentar la ideología?

En su artículo, el autor señala lo insignificantes que a la postre resultarán los intentos de frenar las alzas de precios a través de medidas tendentes a retirar dinero de la circulación y frenar los impulsos excesivos de la demanda, si al mismo tiempo no se desincentiva la cultura del gasto improductivo y del dinero como expresión más valorizada de los comportamientos sociales.

Hay razones muy diversas para aventurar que con la política económica que viene siguiendo el Gobierno socialista será muy difícil que éste consiga controlar los impulsos inflacionarios soterrados que mensualmente vienen dando al traste con las esperanzas de nuestros gobernantes.Sin embargo, no es mi intención referirme ahora a los profundos y ya antiguos desequilibrios estructurales de la economía española, ni a la estructura monopolística que caracteriza a los circuitos de comercialización, ni al déficit estructural en las redes de comunicaciones, ni al gravoso divorcio que se produce entre la circulación real y la monetaria, a veces fomentado por una política monetaria regalista frente a los grandes centros de intermediación financiera.

Ni tan siquiera haré referencia a la pertinaz ausencia de políticas tendentes a impulsar la competitividad de las empresas para que éstas no acudan al acomodaticio expediente de subir los precios frente al alza de los costes, de manera que a la postre los salarios resulten ser los culpables de las subidas de precios; ni tampoco al deterioro producido en nuestra relación de intercambio por una negociación con la CE, no exenta de grandes concesiones y de infundadas esperanzas en una futura unidad europea, menos gravosa para nuestra economía en el ámbito de la competitividad exterior.

Sin perjuicio de reconocer la complejidad estructural de los fenómenos inflacionarios en las economías modernas, y por ende de las medidas que pueden hacerles frente de forma efectiva, quisiera comentar simplemente lo insignificantes que resultarán a la postre los intentos de frenar las alzas de precios por el intermedio de medidas tendentes a retirar dinero de la circulación y frenar los impulsos excesivos de nuestra demanda, cuando al mismo tiempo se fomenta -o al menos no se desincentiva- la cultura del gasto improductivo y del dinero como expresión más valorizada de los comportamientos sociales.

Y es que no hay más remedio que destacar que precisamente durante el mandato del Gobierno socialista la reactivación de la economía se ha basado muy especialmente en facilitar por medio de todo tipo de mecanismos, la obtención de ganancias privadas, sea cual fuera el procedimiento que las permitiera generar.

La política de tipos de interés ha sido excepcionalmente efectiva para hacer posible la entrada masiva de capitales extranjeros, que en muy gran medida se han destinado a operaciones especulativas y que con su secuela de multimillonarios beneficios han sido entronizadas como el paradigma del buen hacer en los negocios.

El sueño dorado

En estos años se ha disparado, sin apenas reacción gubernamental perceptible, una fiebre inmobiliaria y bursátil que, junto a las altísimas rentas producidas, ha dado lugar a una circulación monetaria completamente alejada de la circulación productiva en nuestra economía.

La especulación se ha convertido en el sueño dorado del ciudadano, y la cómoda obtención de plusvalías, en el paradigma que proporciona relieve y reconocimiento social.

La intermediación de todos los tipos no es ya el sucedáneo de los negocios, sino la actividad lucrativa más segura, más habitual y, posiblemente, la que menos trabas encuentra en la burocracia instituida.

Consustancialmente, los personajes públicos que de mayor predicamento parecen gozar son quienes hacen de estas actividades improductivas, pero extraordinariamente rentables su forma de vida y negocio.

Ni tan siquiera algunos de los propios dirigentes socialistas han rechazado, después de prestar sus servicios en los Gobiernos central o autonómicos, la tentación de involucrarse con mayor dedicación, y quizá menos ortodoxia, en este tipo de actividades y se han convertido, muchos de ellos, en paladines de la factura de nuevos patrimonios a base de la intermediación, del tráfico de influencias y de los grandes negocios improductivos.

Y todo ello de tal forma que se ha extendido desde los centros de poder, o al menos no se ha evitado desde éstos su proliferación, un auténtico discurso socia en torno al dinero, al gasto y a éxito financiero, que se infiltra denonadamente en todos los comportamientos sociales.

Lo que algún autor llamó la "cultura del más", característica de los buenos años del keynesianismo, ha sido asumida tan desproporcionadamente por nuestros gobernantes y por los personajes a los que se dota de mayor relieve social, que parece haberse constituido en el referente obligado del devenir ciudadano.

¿No será esta fiebre la que provoca finalmente el calentamiento al que se alude cuando se acude a recetas fiscales de signo coyuntural?

Cabe, efectivamente, preguntarse sobre la efectividad de una política fiscal o monetaria antiinflacionista, que se implementan no sólo sin combatir, sino auspiciando el protagonismo de la actividad improductiva y de la especulación y haciendo de la pomposidad del gasto el espejo donde han de mirarse las buenas obras del gobernante.

Por ello que quizá no sea el momento de enfriar la economía, sino de recalentar la ideología. Ese término, tan mal visto en los últimos años, que lleva a pronunciarse sobre si la economía está mejor porque algunos ganan más dinero o porque todos somos más iguales en una sociedad más justa. Al fin y al cabo, ésa es, y no otra, la cuestión capital que debe guiar el gobierno de las naciones.

Juan Torres López es catedrático de Economía Aplicada de la universidad de Málaga.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_